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Domingo, 28 de septiembre de 2014
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El día a día de un cuidacoche y el debate por las regulaciones

Cruzar el muro invisible para ir a trabajar

Por Martín Stoianovich

Mientras se aleja de sus compañeros, Nicolás camina por las vías del tren que atraviesa uno de los pasillos de la Villa Banana, del barrio Triángulo en la zona oeste de Rosario. "Tengo que hablar", dice mirándolos a la vez que los invita a hacer lo mismo, para luego ingresar a la casa de una doña que lo espera con las puertas abiertas y algunos mates. Se sienta, no se saca su mochila ni su visera y, siempre en confianza, sonríe y dice que quiere contar todo. Le falta poco para cumplir los dieciocho, y admite que ya se "rescató", que no va a la escuela pero que tiene dos trabajos. Uno de ellos es en la construcción del centro comunitario Comunidad Rebelde, que se levanta donde hasta fines de 2012 funcionaba un búnker de venta de drogas. El otro, es de cuidacoches en la zona comercial de Oroño y el río. El chico asegura que está en una situación complicada porque no lo quieren dejar trabajar. Hoy su vida pasa por esas dos tareas y es uno de los sostenes de su familia.

"Yo iba a la esquina de mi casa, a fumarme un porro y ver cómo traían las bolsas de droga al búnker, donde atendía una chica con su bebé. Yo compraba ahí, consumía de todo y andaba re flaquito, pero ahora dejé porque estaba en cualquiera", detalla Nicolás. Confiesa que le costó dejar la cocaína y que ahora de vez en cuando sólo consume marihuana, que se sigue consiguiendo en el barrio aunque no haya un búnker. Tal como lo relata, vive constantemente en la supervivencia del día a día y en su mirada queda explicito que no fue una elección. Hoy se muestra contento de poder aportar a su familia aunque sea una suma mínima. Casi diariamente trabaja en la construcción del centro comunitario, donde cobra un básico que la organización social de la que forma parte gestionó con el Programa Jóvenes a nivel nacional.

El otro trabajo de Nicolás es el de cuidacoches, específicamente en la zona de Oroño y el río. Mientras el Concejo Municipal implícitamente oficializa en sus debates el mote de "trapitos", y a la vez que algunos bloques como el PRO exigen prohibir definitivamente la práctica, aduciendo una "mafia organizada", Nicolás sólo sabe que en su caso el trabajo que realiza es una manera de mantenerse alejado de la vida que hasta hace poco tiempo parecía la única alternativa. "No quieren que laburemos ahí, aunque con la gente de los comercios está todo bien porque necesitan que cuidemos al cliente", relata el joven.

Cuando se habla de mafia organizada, pareciera ser que se cae en la relación de que el cuidacoche robará si no se le permite hacer su trabajo. "Queremos manifestar nuestro profundo repudio ante las propuestas prohibicionistas que, expresadas por concejales del PRO y de un sector del Frente Progresista Cívico y Social y funcionarios del Municipio, pretenden negar el derecho al trabajo y al uso del espacio público que posibilita para miles de compañeros cuidacoches y limpiavidrios el sostenimiento de una actividad laboral y de un ingreso económico que representa el sustento material para un amplio conjunto de familias", dice un reciente comunicado de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP).

El muro invisible

"Acá hay un muro invisible, cuando los pibes cruzan la avenida es otro el trato que reciben", relata Iván Moreyra, uno de los integrantes del centro comunitario Comunidad Rebelde. Se refiere al cruce de la avenida Presidente Perón a la altura del 4600, que delimita el barrio Triángulo y en frente tiene al Centro Municipal de Distrito Oeste "Felipe Moré". Lo dice en relación al maltrato que un grupo de jóvenes del barrio junto a un trabajador del mismo CMD, recibió por parte de integrantes de la Gendarmería cuando los chicos se acercaban a realizar una actividad un jueves por la mañana.

Nicolás, el mismo chico que trabaja cuidando vehículos, refleja aquel muro cuando relata que el día anterior a la entrevista fue corrido por otro oficial. "Me encaró a mí porque lo mirábamos y corrí hasta meterme en la casa de mi abuela", detalla. De la misma manera, el joven deja ver cómo el maltrato es una moneda corriente, también extendiéndose a la sociedad en general, incluso cuando está trabajando. "Algunos clientes te tratan de primera, pero otros no quieren saber nada con pagarte y te baten cualquiera", explica haciendo alusión a la recurrente negativa a la que se exponen. Por este motivo, quienes procuran el reconocimiento de los cuidacoches y limpiavidrios como trabajadores en el ejercicio de sus derechos, consideran que urgentemente se debe quitar la mira estigmatizadora para sí darle lugar a políticas inclusivas que terminen derribando el muro, por más invisible que sea.

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