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Domingo, 20 de marzo de 2016
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Nueva asamblea en Psicología por el proyecto de Seguridad Comunitaria.

Ese lugar de encuentro con los pibes

Varón Fernández y Martín Ríos encarnaban un dispositivo para contener a los chicos del barrio La Sexta que iban a pedir o vender en las aulas. El decano los desvinculó. El martes a las 17 se realiza una reunión para reclamar continuidad.

Por Juan Pablo Hudson
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En Psicología se cambió la forma de abordaje sobre los chicos del barrio que acuden al lugar.

A Matías Romaguera le dicen el Colo pero también el poeta de República de la Sexta, el barrio que se asienta en la barranca del río, junto a la ciudad universitaria. Durante el 2013 solía manguear en la Facultad de Psicología con una postura desafiante y malos modos. Sus problemas de adicción se habían intensificado a la par de los conflictos y las detenciones. Una tarde conoció a dos jóvenes, flamantes empleados de la facultad, que empezaban a vincularse con otros pibes que entraban para vender pañuelos, tarjetitas, tortas fritas, o para pasar un rato.

Martín Ríos y Sergio "Varón" Fernández son experimentados militantes barriales. El primero a partir de sus actividades en el colectivo Causa, cuyo radio de acción prioritario está en Villa Banana. Varón se formó caminando su Ludueña natal junto a Claudio "Pocho" Lepratti. Actualmente forma parte del Bodegón Cultural Casa de Pocho.

La incorporación de estos dos militantes como trabajadores obedeció a una iniciativa impulsada por la entonces decana de Psicología Laura Manavella. El objetivo era ensayar una nueva imagen de la seguridad, alejada de modalidades represivas y excluyentes. Aquel 2013 habían surgido fuertes reclamos sobre robos y episodios de vandalismo supuestamente protagonizados por los jóvenes de entre 5 y 20 años que circulaban a diario. Se sumaron las denuncias por apremios ilegales cometidos por la seguridad privada contratada para vigilar las dependencias de La Siberia.

Cuando conocieron al Colo Romaguera, se encontraron con formas y actitudes comunes a tantos adolescentes con dificultades que habitan las periferias. Mientras tomaban mate, solían insistirle con que tratara de producir algo para vender. En uno de esos encuentros registraron que ya era la segunda vez que llevaba poemas escritos por él mismo. A partir de ahí le pidieron que llevara más textos y se pusieron en contacto con instituciones y organizaciones sociales para incluirlo en un taller literario. Así lo recuerda Varón Fernández: "Nosotros le proponíamos que escribiera y lo orientábamos para que sepa seleccionar los materiales. Hasta que un día le regalamos un diccionario porque estaba leyendo un libro de Neruda y nos preguntaba qué significaban ciertas palabras. Entonces le dimos el diccionario, hablamos mucho con él, le tiramos líneas de investigación para que sepa mejor qué es la palabra, la letra".

Finalmente, el Colo se incorporó a un taller en el centro cultural "La Casilla" en Empalme Graneros. Al año siguiente, tras una ardua edición, publicó su primer libro "Un relato colorado: ella y yo", con prólogo de Fernández y Ríos. En una entrevista reciente, Romaguera destacó ese paciente trabajo: "Varón y Martín empezaron a laburar en eso y cambió todo. Empezó otro vínculo, pudimos entrar de nuevo (a Psicología), con reglas de convivencia".

Para Varón Fernández la base del trabajo es el afecto y la confianza en las capacidades de los pibes y pibas. "La decana anterior nos dio un saloncito donde los jóvenes que venían con sus hermanitos podían dejarlos ahí con nosotros. En ese espacio teníamos juegos, ropa, disfraces, documentación de los chicos, el equipo de mate, unas mesas, los informes que íbamos haciendo sobre ellos. Los pibes mangueaban, otros vendían cosas, y otros venían porque empezamos a estar nosotros y teníamos cartas, un jenga, y otros juegos para pasar la tarde juntos". Martín Ríos agrega: "Con el tiempo esos juegos se transformaron en ir a pescar, jugar al fútbol en el campo de deportes acá enfrente. Establecimos horarios con ellos de ingreso y egreso a la facultad. Armamos también una colonia en conjunto con otra organización del barrio y en coordinación con el club Atalaya y Unión y Amistad. Ibamos a comer, festejábamos los cumpleaños, comíamos unos choripanes. Se fue construyendo un vínculo con los pibes y las familias".

Para los padres y madres fue complejo comprender que el objetivo de la facultad era cuidar a sus hijos y no reprimirlos y expulsarlos. "Nosotros insistíamos con que nuestro laburo era cuidar a los pibes. Ibamos a la casa y les decíamos 'fijate que tu hijo o hija se quedó hasta muy tarde', y entonces te contaban que se les escapó o que no pudieron hacer que se quedara en la escuela. Ahí se le preguntaba cuál era la escuela, el nombre de la maestra, y se le pedía permiso para ir a hablar", afirma Varón y se le ilumina el rostro cuando menciona la beca que consiguieron para que la pequeña Karen, una apasionada de la natación, pudiera hacerlo en el club Temperley durante todo el año.

Pero cuando se produjo el cambio de gobierno en la facultad en junio de 2015, el proyecto perdió apoyo institucional. Raúl Gómez Alonso, el nuevo decano, puso en duda la continuidad laboral. Ante los reclamos decidió respetar el contrato que vencía el 31 de agosto. Para el último cuatrimestre se los incluyó bajo la figura de becarios, aunque todavía no se cumplió con el pago de noviembre y diciembre. "Cuando nosotros asumimos en junio del año pasado había una política, un proyecto puesto en marcha. Nosotros tenemos una visión diferente de cómo darle un respuesta a un problema que es social, teniendo en cuenta la función de la universidad que es contribuir", sostiene el decano y aclara que "en ese momento Martín (Ríos) y Varón (Fernández) estaban con un contrato que no pagaba la facultad, pagaba rectorado. Un contrato que tenía como contraprestación lo que la universidad llama seguridad comunitaria".

El cierre del año lectivo significó el fin del proyecto que se venía sosteniendo desde el 2013 y la consecuente pérdida de las fuentes de trabajo. A tono con el discurso del gobierno nacional, el equipo de decanato no habla de despidos sino del fin de los contratos, usufructuando las formas de precarización laboral preexistentes para legitimar su decisión.

Para este 2016, la Facultad presentó un nuevo proyecto que incluye una polémica decisión: los pibes y pibas provenientes de barrios populares ya no pueden ingresar a la facultad. Santiago Luppo, integrante de la actual gestión, explica las razones del viraje: "Se identifica que se están vulnerando derechos de los niños acá en la propia facultad, no sólo por el trabajo infantil que genera el ingreso a las aulas para sustentar económicamente a sus familias sino básicamente por el manejo político que se hacía de los niños, niñas y adolescentes en la vida institucional. En el sentido de que los chicos transitaban y conversaban con las agrupaciones estudiantiles". Consultado sobre esta última afirmación, Luppo explica: "En vez de alojarlos como uno sabe que se tiene que alojar a un niño o adolescente para poder trabajar su situación psico-social y familiar, lo que estaba pasando era básicamente un encuentro entre niños, niñas y adolescentes con agrupaciones y desde allí no había una relación asimétrica entre un adulto responsable y un niño, niña y adolescente sino un encuentro de actores dentro de la facultad. Y en ese sentido no había un trabajo específico, no se identificaba la vulneración de derechos".

Para esta nueva etapa, la propuesta -aún no fue aprobada por rectorado- es identificar problemáticas específicas y trabajarlas con las familias del barrio La Sexta a partir de programas de extensión. Se propone incluir en estas tareas a estudiantes, graduados, operadores y no docentes. "Estamos curricularizando esto y entonces cada estudiante tiene la opción voluntaria de que en la carrera de grado tenga la posibilidad de hacer trabajo comunitario", concluye Luppo.

Esta decisión tomada por la facultad, basada en una lógica excluyente, apunta a una población joven que ya padece permanentes expulsiones. Se ratifican así divisiones sociales hegemónicas que no contemplan que pibes pobres puedan transitar en instituciones pensadas para otras clases sociales, empujándolos a recluirse en sus barriadas. A la vez que se prescinde de la laboriosa experiencia sostenida por Fernández y Ríos cuya mayor innovación era justamente darles un espacio genuino en un lugar no previsto para ellos. El cambio de perspectiva implicó el cierre del pequeño espacio en el que jugaban y producían con los pibes para convertirlo en un depósito de herramientas. Se borró también un mural que habían dibujado juntos y todavía no se devolvieron los materiales acumulados allí.

Para denunciar la pérdida de las fuentes laborales, se organizó el martes pasado una asamblea pública en la puerta de la facultad. La próxima convocatoria será el martes próximo a las 17. Uno de los puntos que se denuncia es que el nuevo proyecto contempla sumar a Varón Fernández y Martín Ríos junto a otros dos nuevos trabajadores. El decano no pudo precisar si se respetaran los ingresos económicos preexistentes, pero los trabajadores aseguran que la oferta recibida implica que la misma partida económica será repartida entre cuatro, reduciendo a la mitad sus estipendios como becarios.

La decisión del decanato choca de frente con la grave situación que padecen los niños y jóvenes de las periferias en materia de violencia institucional. Se los excluye de la facultad y se discontinúa un proyecto de seguridad comunitaria que, contrariamente a las políticas represivas y expulsivas de la época, se basaba en la integración, la contención, el cuidado afectivo, y la investigación sobre las potencias creativas de pibes y pibas.

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