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Domingo, 5 de junio de 2016
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Todos los miedos y las certezas en el barrio donde violaron y asesinaron a la niña Guadalupe Medina

Donde manda siempre la ley del más fuerte

Esta semana quedaron detenidos los acusados por el crimen de la niña de 13 años, que iba a séptimo grado de la escuela Marcelino Champagnat. Allí, niñas y niños oscilan entre el miedo y la idolatría por quienes se adueñan del barrio.

Por Sonia Tessa
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Al final de este pasillo violaron y mataron a Guadalupe. "Los narcos y la policía son los que mandan todo", dicen.

Wititi, la Jessica, el Chueco, Romina, Muqueño. Después de un rato de conversar con gente que vive en Villa Banana, los nombres se hacen familiares. Ellos son todos parientes, conocidos como Los Cuatreros. Antes se dedicaban a robar caballos pero ahora "su negocio es otro: vender droga, violar, matar", cuenta una joven de la zona que -como todas las demás- está aterrorizada. "Mi hijo todas las mañanas pasa por el pasillo donde viven ellos para ir a la escuela Maristas, sabés el miedo que tengo", dice otra chica, y clava una mirada acuciante. La escuela Marcelino Champagnat está en el corazón de la villa La Boca, apenas a dos pasillos de la casa en la que vivía Guadalupe Medina con sus padres. La niña de 13 años fue asesinada en la madrugada del 25 de mayo. "¿Nadie escuchó los gritos de la nena?", se pregunta otra vecina. Los testimonios son todos anónimos: el miedo se impregna en la piel de quienes ni siquiera son libres de salir de la casa durante unas horas porque a la vuelta pueden encontrarla ocupada. También le dicen la banda del Pandu, por Nelson Aguirre, el hombre que hoy espera preso el juicio por el asesinato de Javier Barquilla, el 2 de febrero de 2015. Para que ese crimen no quedara impune, Comunidad Rebelde debió movilizarse, y denunciar la complicidad de la seccional 13. Eso es lo más notorio, que todos saben que la policía los protege: "salen a agarrar a cualquiera, les pegan a nuestros hijos, pero ellos entran, pagan y salen". Incluso, llegan a pensar que la banda "vende para ellos". De hecho, una joven que participa en la conversación mientras acuna a su hijo cuenta que ella, a los 13, se drogaba. "Venía un cana y nos repartía", rememora. Fue hace mucho tiempo, ahora se rescató. Militantes sociales del barrio, en cambio, señalan que "estos chicos, que han hecho mucho daño, eran los guachines hace un tiempo. Es la policía la que les pone el título de que tienen que vender y generar el miedo en el barrio. Cuando no estén ellos, serán otros".

Si en esta nota se evitan los nombres de las personas entrevistadas es porque el miedo les cruza una vida que se vive, literalmente, en el barro. Las calles de Villa Banana no tienen asfalto, no hay cloacas. Las zanjas con aguas servidas están llenas de basura. ¿Entran los camiones recolectores? No, claro.

Al caminar por la zona, llama la atención la ausencia de instituciones del estado. La escuela, que es privada, está plantada hace 23 años en el corazón de la villa. Sí se ven organizaciones sociales como Causa, más cerca de 27 de febrero; y el comedor de la Ucha, más adentro, enfrente de una canchita. También está el local de Comunidad Rebelde. La escuela queda en Rueda al 4500. Las maestras guardan sus autos en la casa de una vecina, que por estos días tiene el problema de la falta de luz, lo que agrava aún más la sensación de indefensión.

Los nombres de Los Cuatreros vuelven una y otra vez a la conversación. Lo primero es el árbol genealógico: Wititi, la Jessica y la Romina son hermanos. Rodrigo "Wititi" Berón se entregó el miércoles, mientras El Chueco lo había hecho un día antes. En el barrio, algunos dicen que no se entregó, sino que fue apresado. Lo cierto es que los dos están acusados de violar y matar a la niña, a la que un testigo de identidad reservada vio discutiendo con ellos en la madrugada del 25 de mayo. En las audiencias imputativas, se declararon inocentes. Y quedarán presos, por lo menos, hasta que estén los resultados de ADN sobre la "sustancia viscosa" encontrada en el cuerpo de Guadalupe.

Las chicas bravas también siembran bronca y terror entre la gente del barrio. Romina es la mujer de Pandu. Jessica, del Chueco. Muchos piensan que la Jessica está involucrada en el crimen de Guadalupe y que incluso filmó "todo lo que le hicieron" a la nena. Las pericias sobre los teléfonos celulares que entregó Jessica -que se presentó el miércoles en Fiscalía- se harán el 13 de junio. Circulan hipótesis: una tiene que ver con los celos por el Chueco, la otra, con alguna indisciplina de Guadalupe respecto de la venta de drogas. En ese caso, el castigo no sólo fue brutal sino también ejemplificador. Es que esa edad, los 12 o 13 años, significa el inicio de niñas y niños en el consumo de drogas. Cuando dependen de las sustancias, se convierten en mano de obra barata para las bandas.

La del Pandu no sólo vende drogas, sino también ocupa casas, vende viviendas precarias que luego desaloja por la fuerza para revenderlas. Las familias se quedan sin el dinero y sin la casa. El desembarco de Gendarmería el 9 de abril de 2014 complicó el negocio de la venta de drogas con el cierre de los búnker y entonces los Cuatreros empezaron a ocupar casillas. Nada de eso sería posible sin la complicidad de la policía. "En la 13 todos saben, los agarran un par de días, ellos ponen plata, y salen", dice otra interlocutora. Están enojadas, impotentes, asustadas. "Los narcos y la policía son los que mandan todo", cuentan estas mujeres que tratan de contener y educar a sus hijos en un contexto hostil. En la escuela, uno de los ídolos de chicos y chicas es Muqueño, que no llega a los 20 años y que todos reconocen como sicario. Cuando Wititi salió de la cárcel, el año pasado, se paseaba por la escuela jactándose de sus andanzas, mostrando su cuchillo, haciéndolo sonar contra las rejas para que todos supieran que él estaba ahí. Tiene 19 años. Estaba acusado como partícipe del crimen de Barquilla, pero el fiscal eligió hacer un juicio abreviado, por 3 años, y como ya había cumplido 8 meses en prisión, quedó libre.

En la escuela Champagnat viven la paradoja de haber tenido entre sus alumnos a quienes ahora son los verdugos y a la víctima. Guadalupe estaba en séptimos grado. Sus compañeros están mal, asustados, enojados. No se explican lo que pasó. Los adultos del barrio también resuman bronca, la que los llevó a quemar varias casillas de Los Cuatreros en los días posteriores al crimen. La mamá de Guadalupe, que era la menor de ocho hermanos, está desolada. Gabriel, el papá de la nena, tiene miedo por los nietos. Es que la misma noche del velorio, Romina y Jessica fueron a amenazarlos, con armas. Como Romina estaba cumpliendo prisión domiciliaria por un robo calificado, enseguida la fiscal Valeria Haurigot pidió su detención. Jessica, en cambio, se presentó. Todo esto pasó durante la última semana. No son millonarios, los que realmente manejan el negocio de la droga no viven en pasillos embarrados.

Otra vez, quienes van al barrio a construir lazos sociales, apostando a la militancia, señalan: "Estos chicos son víctimas, aunque hayan hecho mucho daño y paguen por lo que hacen. En un tiempo, la policía va a investir a otros del poder de vender drogas y meter miedo en el barrio". Sus edades: entre 19 y 24 años.

Cuando la conversación con vecinos y vecinas de villa Banana avanza, las carencias diarias desnudan su rostro violento. Salir a la calle es un riesgo, pero -por ejemplo- sufrir una enfermedad y quedarse en una vivienda de chapa y cartón, sin condiciones sanitarias mínimas, es también peligroso. En un momento, vuelve corriendo una joven que se había ido a llevar a su hijo a la escuela, medio entre risas dice que otro joven le quiso robar el celular, pero ella corrió. La cronista va a salir. "¿Tiene que llevar esa mochila? Dejela acá mejor, no la conocen", dice una de las chicas. Un gesto de protección, como tratan de hacer con sus hijos cuando -como la mamá de Guadalupe- va a pedir ayuda a la Dirección de Niñez porque no quieren que su hijo o su hija tengan esas "juntas". Lo hacen porque no tienen otra red. La familia de Guadalupe, ahora, oscila entre la desolación y la necesidad de irse del barrio, ellos. Pero irse significa perder lo poco que tienen: una casa, aunque sea precaria, un trabajo, el lugar al que pertenecen.

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