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Lunes, 12 de septiembre de 2016
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Siete días en la ciudad

La trama política

Con la temperatura social más baja por la bronca que genera la inseguridad, empezaron a verse los hilos detrás de cada definición sobre la materia. ¿Cómo sale Lifschitz después de esta crisis? ¿Hasta dónde será capaz de llegar el PRO para hacerse fuerte en la provincia? El peronismo como espectador.

Por Leo Ricciardino
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Las expectativas puestas en la reunión de hoy entre el presidente Mauricio Macri y el gobernador Miguel Lifschitz quizás debieran moderarse. El encuentro fue tejido desde la raquítica ala política del gobierno de Cambiemos para superar los incidentes con la ministra Patricia Bullrich. Lifschitz se encargó muy bien de dar a entender que todo había quedado en el pasado y por eso no paró de sonreír al lado del ministro del Interior, Rogelio Frigerio, en el acto en Rufino por la entrega de 900 millones de pesos para viviendas sociales en la provincia.

El gobernador dejó en claro en esta crisis que es un político con carácter y que -como decía un viejo dirigente peronista- no se cuece en el primer hervor. El ingeniero está acostumbrado a verse acorralado y hasta postergado. No es una estrella rutilante ni siquiera dentro de su propio partido, donde puja con Hermes Binner y Antonio Bonfatti y nunca pudo consolidar una verdadera línea interna. Debió esperar su turno, debió rumiar mucha bronca en 2011 cuando se decidió que aún no era su momento para ser candidato a gobernador, cuando todos lo veían como un número cantado para la ocasión. Se ha templado en ese fuego de altísima temperatura política. No está acostumbrado a los brillos, pero sabe alejarse de los fracasos.

Con todo, el socialismo huele el clima denso de fin de ciclo. No sólo son los embates del PRO en el intento de querer quedarse con Rosario y la provincia en el próximo turno; son las dificultades propias para desarrollar las gestiones. La imposibilidad de volver a entusiasmar a la tropa en la batalla diaria de la administración. Se nota más que nada en Rosario, y algo muy distinto debiera pasar para que la iniciativa vuelva a estar en manos frentistas. Para volver a encantar, para encontrar la novedad que conecte con los ciudadanos. Le pasó a la poderosa maquinaria kirchnerista, ¿por qué no le pasaría a una coalición de gobierno que lleva ya muchos años en el poder? No es vaticinio agorero, es una descripción cuyo resultado puede cambiar si algunos resortes profundos vuelven a activarse. Por supuesto, los otros también juegan y deberían acertar si quieren tener alguna expectativa.

El gobierno de Lifschitz recibió como un golpe seco el posicionamiento del senador peronista Omar Perotti en esta crisis. El ex candidato a gobernador no dudó en faltar a la reunión que convocó el socialista con legisladores nacionales, en el peor momento de la crisis con la Nación por la inseguridad. Perotti redobló la apuesta y avanzó diciendo que era una reunión más por el mismo tema. "Ya hemos tenido muchas y el gobernador sabe que estamos disposición para colaborar siempre. Pero también es cierto que antes de la marcha (la primera, del 25 de agosto) nos estaban convocando para la reforma constitucional", lanzó por debajo del cinturón.

El senador mantiene intactas sus intenciones de ser el próximo gobernador de Santa Fe, y en muchas ocasiones no encuentra motivos para coincidir políticamente con quienes ha competido históricamente. La relación de Perotti con el socialismo jamás fue buena y siempre los analizó como un escollo para el retorno del peronismo al poder provincial.

Más allá del anuncio que se haga hoy al final de la cumbre Macri-Lifschitz en Casa Rosada, ambos saben que algo debe cambiar en serio en materia de seguridad en la provincia. El presidente ha puesto en marcha la propaganda de la lucha contra el narcotráfico, entonces no puede permitirse que el flagelo siga desarrollándose en esta zona. Lifschitz, por su lado, será auxiliado una vez más por la Nación, pero se da cuenta de que deberá mostrar éxitos propios con su policía.

El gobernador parece desconocer que la historia turbia de la violencia en la provincia comenzó a desatarse y aumentar antes de que él llegara. Lifschitz no es propenso a la autocrítica en la materia porque debería ser muy duro con sus antecesores, a quienes ahora necesita de su lado aunque más no sea para una foto de respaldo político. Había tomado el tema como a una prioridad pero se quedó sin tiempo para instrumentar esos cambios y también se distrajo en otros que ahora parecen un lujo, entre ellos la ambición de convertirse en el primer gobernador en poder reformar la Constitución santafesina.

Por eso deberá apurar medidas que visualicen un cambio de actitud de su administración. Deberán aparecer los patrulleros nuevos anunciados, con mayor tecnología y hasta presencia. Deberán reformarse las comisarías si es que aún sigue en pie el plan de las seis mega seccionales que se planificaron para Rosario. Y, sobre todo, deberá notarse la presencia de uniformados a lo largo y a lo ancho de la ciudad. Esta vez, la Policía santafesina no puede guardarse como lo hizo la vez anterior con el desembarco de los gendarmes y los policías federales. Deberá mostrar que colabora en serio, que es una parte esencial de la solución del problema de la inseguridad y no a la inversa.

En el capítulo judicial será más difícil que los cambios sean visualizados al corto plazo. La estructura demanda una gran inversión, cientos de nombramientos y una conducción desde el Estado que mueva los pesados engranajes de la maquinaria tribunalicia. Los magistrados y fiscales salieron a defenderse de las críticas en el convencimiento de que los hicieron partícipes sólo para repartir un poco más la responsabilidad social. Pero no desconocen la centralidad de su rol en la materia. Más que nada, atribuyen los problemas a cuestiones alejadas de las distintas actuaciones personales.

La seguridad es uno de los temas que más hace notar a la política provincial junto con la educación y la salud. Lifschitz sabe que si logra obturar la ola de violencia y crímenes en el territorio, tendrá espacio para dar rienda suelta a proyectos más ambiciosos. La obra pública era otro de sus pilares apenas asumió el gobierno en diciembre del año pasado, pero no es mucho lo que pudo impulsar hasta ahora en la materia, también a la espera de la colocación de bonos de deuda pública que le fuera autorizada por la Legislatura provincial. Ningún plan podrá caminar adecuadamente si antes no se pone un freno al deterioro generado por la pérdida de libertad de los ciudadanos de esta provincia.

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