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Domingo, 4 de noviembre de 2007
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UN RECORRIDO ACOTADO POR LO "MEJOR" DEL IRAR

Silencioso, gris y oscuro

Por Alicia Simeoni
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Un sector del corredor del pabellón A. Una parte "tranquila". Nada cambió desde que murió incinerado el menor Néstor Salto.

Silencioso, gris, oscuro, sin recursos humanos de asistencia profesional, ni los mínimos ni los necesarios. Una cárcel así es el IRAR del que este diario pudo ver sólo una parte, justamente aquella en la que los informes dicen que no hay mayores conflictos. Se trata del pabellón A, el mismo donde murió calcinado Néstor Salto cuando pasó tanto rato sin que fuera auxiliado en un hecho que la misma Cámara de Apelaciones en lo Penal consideró una situación de desamparo. ¿Cómo pueden imaginarse las características de un instituto socioeducativo en el que vivan entre 48 y 52 niños y adolescentes durante todo el año?.

Sólo el sentido común hace pensar en un sitio iluminado, aireado, limpio y en donde el movimiento sea constante y permanente como apuesta a la vida. Un sitio donde no haya lugar para los exabruptos que quieren explicar que los chicos van de a dos o tres durante 40 minutos a las dos aulas escolares, o directamente no concurren, porque hay enfrentamientos y peleas constantes entre ellos. El trabajo interpersonal, el abordaje interdisciplinario de las relaciones entre grupos y banditas que se forman por sentido de pertenencia y enfrentamientos que arrastran desde el afuera, es inexistente. Todo lo que tenga que ver con la recuperación, con la construcción de significantes del por qué y para qué están allí está ausente. En ese pabellón A tres chicos miran como uno de ellos lija una yerbera de madera, a pocos metros de donde permanece la impresión por el olor a quemado del cuerpo de Salto. Como si no hubiese pasado nada la mirada va, obligada, hasta la puerta de una de las celdas desde donde sale humo. -¿Qué es eso?, preguntó Rosario/12 a los hombres del Servicio Penitenciario. -Ah!, sale de una de las mechitas que hacen con papel higiénico para prender los cigarrillos.

Se trata del mismo recurso con el que dicen que se iniciaron las llamas en la celda del chico Salto. Pero como para estar seguros de que se continúan usando, a pocos metros hay otras dos preparadas: son gruesas y de más de un centímetro de ancho. Están hechas con papel higiénico y a disposición de ser prendidas. Con total liviandad, como si allí no hubiese pasado nada.

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