¿Es lo mismo un arte polÃtico que un arte cuyo tema es la polÃtica? Un arte como medio para hacer polÃtica, es decir, un arte que interpela y libera la subjetividad de los espectadores, arrancándolos de su pasividad y llamándolos a ser sujetos de cambio histórico, ¿es lo mismo que un mero artefacto alusivo a aquellas luchas? Un arte vivo, lanzado al mundo con el propósito de transformarlo en un hábitat humano más justo y que sólo puede ser juzgado por su eficacia, ¿puede ser reivindicado sin más como linaje autorizador de un arte de denuncia, cuyo fin sigue siendo el arte?
Es muy fácil olvidarse de que el arte de los años noventa fue producido en condiciones socioculturales que no alentaban para nada ninguna esperanza, mucho menos ningún proyecto, de utopÃa ni de revolución. Aquellos fueron los años posmodernos: los del fin de la historia, los del conformismo culposo. Es tentador proyectar hacia atrás en el tiempo el espÃritu de la revuelta de Seattle de 1999 o el de las fábricas tomadas de 2002 y creer que sà tuvimos un arte polÃtico en aquellos años '90. Porque no lo tuvimos. Nos encantarÃa haberlo tenido, pero no lo tuvimos. O si lo tuvimos, nadie lo vio ni de lejos. Y lo peor de este autoengaño no es la falsificación histórica que produce sino su aparente motivación interesada: hoy un pasado convenientemente épico parece ser condición para ingresar con dignidad al establishment progresista global, asà como en los tiempos gloriosos del Imperio Británico un garfio bien ganado de corsario garantizaba el espaldarazo de la realeza.
* Fragmentos del texto curatorial de Beatriz Vignoli para Te saco el Pombo y te pongo el Sacco.
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