"Empero, hasta ahà la trifulca no pasaba de insultos, guéi kaka, tóngo jepete y algún que otro guachazo mimbi. Cada pintado que se iba al suelo exaltaba a la concurrencia y prorrumpÃan los gritos, los vÃtores y las burlas. ¡Piiii puuu! ¡Nuestro júbilo! decÃa el finado Juan de Dios BenÃtez antes de meterle un trago de siete ñemoko al blankiju. Pero entonces, refulgieron los ojos de los caballos en la tarde. Un bochinche topetó contra la familia de Irala que estaba en ronda debajo de un ingá mata e hizo caer a Ña Pabla, la mujer. En la bravata del viejo, que saltó furioso como una ñakanina, su treinta como un toro candil abrió cancha entre los mitarusu.
¡¿Peñorairose piko, arriero hy'eguyre partida?! vociferaba con su 38 Emà en la mano y encaraba hacia los cachorros belicosos que estaban en las cercanÃas. Cada vez que esta frase aparece en el corro familiar no puedo parar de reÃr. Debo aceptar que la he usado con amigos y enemigos, indiscriminadamente. Ty'eguyre es la parte del cuero de la panza que de tan fino es inútil para tiento o cualquier otra aplicación. ¡¿Quieren pelear, partida de inútiles?! convidaba el viejo. ¡Qué eficacia poética la del jopara y hay quien cree que es un habla vulgar e inculta!". (Mario Castells, El mosto y la queresa. Serie novela corta, Editorial Municipal de Rosario)
"-Apurate, boludo -le dijeron del otro lado. Nacho dio un paso en el interior de la casa.
Aunque estaba oscuro no prendió las luces: todavÃa podÃa guiarse con la luz de afuera. Por otra parte, no habÃa mucho que mirar. Una tuca con la ceniza volcada sobre la mesa, dos platos en la bacha con grasa de distintas comidas junto a dos vasos de juegos diferentes. Los vasos estaban llenos de agua verde y los restos de yerba se habÃan ido al fondo. Dos sillas de club, una en la mesa, separada lo suficiente como para que un cuerpo flaco fuera capaz de salir después del almuerzo, la otra en frente de la computadora. Un atado de Viceroy vacÃo atrás del teclado. Un cenicero con diez, doce filtros arriba de la CPU. (...) La canilla goteaba sin confundir el pulso. Yo la escuchaba desde la cama, con la luz apagada. Esa es la música de esta historia. (Francisco Bitar, Tambor de arranque. Serie novela corta, Editorial Municipal de Rosario)
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