El centro de salud Ernesto Che Guevara abrió en 2007. Sus paredes blancas todavÃa son visibles desde arriba de Circunvalación. El dÃa que el joven vecino atacó a la trabajadora social, habÃa cinco empleados y en la sala esperaban unas cuantas personas. Sienten que, como Estado, son un islote perdido en un mar de demandas que a veces amenaza y otras lastima. Esos trabajadores de la salud recuerdan hasta haberle averiguado a los vecinos el lugar donde debÃan votar. Señalan la falta de clubes en las cercanÃas. Los talleres de oficios funcionan en la sede del Centro de Distrito Municipal Oeste, demasiado lejos; la comisión vecinal atiende a 15 cuadras.
Entonces entienden que el Estado no tiene nada para ofrecerle a los jóvenes y adolescentes del barrio que les resulte más seductor que los mil pesos diarios que pueden llegar a cobrar por atender o cuidar un kiosco de drogas. "No hay curso que valga, ni plan Progresar, ni nada. La salida no es lineal, y tampoco simple: podés desintoxicar a un chico, pero esa limpieza le durará una semana y volverá a la misma, al consumo y a la lógica de hacer lo que sea para seguir consumiendo, porque no tiene otra alternativa, no tiene otra cosa distinta para hacer ni para soñar o proyectar. Vuelve al barrio, a lo mismo, y sigue asÃ. No será raro que cualquier dÃa lo encuentren muerto en una zanja. Ahà es donde el sistema se queda corto", resumió, resignada, una de los profesionales que circulan por la red de salud pública.
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