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Sábado, 26 de diciembre de 2009
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a la vista

Africa no tan mía

Los países africanos reduplican leyes represivas para castigar la homosexualidad. Lo paradójico es que lo hacen en nombre de una identidad pura y verdadera, de aquello que los diferencie de sus antiguos colonizadores y, según se dice ahora, exportadores de gays, travestis y lesbianas.

Por Carlos Figari
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Los países africanos siguen sumando tristes hitos con respecto a los derechos Glttbi. Ruanda estaría a punto de aprobar una ley penalizando las relaciones consensuales entre personas adultas del mismo sexo, y Uganda endurece más las leyes que ya tiene.

Como muestra de este retroceso bastan las declaraciones públicas del presidente de Tanzania, Mugabe, para quien “los homosexuales son peores que los perros y los cerdos”. En la institucionalmente progresista Sudáfrica, el nuevo presidente Jacob Zuma carga con 783 acusaciones de corrupción y violación, en un país donde ése es justamente el “remedio” para las lesbianas. Y no estamos considerando en esta lista los países del Norte africano de influencia musulmana, donde cadena perpetua o pena de muerte es ley.

Muchos de estos países, de reciente descolonización, debaten aún qué es, o mejor, qué debe ser su cultura “nacional”. Según la especialista Gayatry Spivack, se está produciendo un proceso de reinscripción de lo que quedó de su cultura original bajo los términos del colonizador, y el mismo concepto de “nación” es un ejemplo de esto. Estas operaciones de hibridación cultural han determinado, entre otras cosas, que la “homosexualidad” sea rechazada, por considerarla un “defecto” de Occidente, introducido por los colonizadores europeos, ajeno, por ende, a las costumbres africanas. Quienes contraargumentan, sostienen que en Africa precolonial siempre existieron prácticas homosexuales, documentadas en numerosos registros etnográficos. Ninguna de las dos argumentaciones es completamente cierta.

Lo que introdujeron los colonizadores fue la normativa sexo/genérica y su correlato en sexualidades periféricas. Es decir, no sólo llevó en sus leyes la categoría homosexual sino también su condena y persecución al Africa. Y en segundo lugar, en Africa no existieron prácticas homosexuales previas a esta designación por parte del colonizador, pero sí otras. Muchxs antropólogxs describieron los más variados arreglos afectivos/eróticos/sexuales en una diversidad cultural inmensa. Del “travestismo” sagrado de los quimbanda de Angola y Congo a los jovencitos tomados como “esposas temporales” entre los guerreros azande. La corte travestida de la reina Xinga de Angola y los complejos rituales de los reyes bantúes como el mirare lagwam, príncipe de los lacuna, asimilado a la reina de las termitas y confinado a su palacio, que es el hormiguero seminal: desde allí cumple las funciones simbólicas de procreación incesante a través de las estaciones del año identificadas genéricamente. Pasa así sucesivamente de la feminidad a la androginia y a la virilidad, engendrando simbólicamente toda la creación.

En síntesis, tal y como la conocemos, la “homosexualidad” es un concepto occidental y sólo tiene sentido dentro de esta matriz cultural. En todo caso si los europeos introdujeron algo en Africa, fue precisamente su carácter de estigma.

Pero el problema no acaba aquí, sino que más bien comienza. En sus procesos de independencia y de rechazo a la cultura del colonizador, las noveles naciones debieron determinar qué contenidos deberían constituir su “identidad nacional”. O sea, la grave cuestión de buscar y definir qué contenidos son auténticos. Uno de los peligros de intentar realizar una recuperación de significados considerados auténticos es que tal autenticidad sea representada por sectores que intentan someter a otros pueblos, a otras etnias, a otros géneros. Es decir, puede que se tomen los peores rasgos del colonizador, pero legitimados bajo el barniz de un contenido popular auténtico africanista y anticolonialista.

Esta, a mi juicio, es la operación que se da con respecto a la diversidad sexual en Africa. Se hace tabula rasa de las variantes sexuales precoloniales y se lee la sexualidad africana como heterosexualidad occidental. Así, el razonamiento, contradictorio por cierto, es: “Siempre fuimos heterosexuales, ergo, la homosexualidad es una introducción europea”. A todas luces absurdo, ya que uno presupone al otro. Si siempre fuimos héteros, entonces siempre tuvo que haber homos; si no, ¿éramos héteros respecto de qué?

El problema de buscar identidades nacionales (así como las identidades de todo tipo, incluso las nuestras...) algunas veces puede abonar el camino al infierno, a pesar de sus buenas intenciones.

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