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Viernes, 15 de enero de 2010
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El adelantado

El cine de Daniel Tinayre se caracterizó por sus ansias innovadoras y la ausencia de prejuicios a la hora de mezclar géneros y lenguajes. Su mirada oblicua del erotismo que alcanza su clímax en La Mary también supo posarse sobre el deseo entre mujeres, inaugurando el tópico de las cárceles como escenario del lesbianismo, y sobre el deseo entre muchachos, espacio donde pudo sortear algunos estereotipos.

Por Ricardo Rodríguez Pereyra
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Tinayre en la filmación de Deshonra.

La carrera cinematográfica de Daniel Tinayre (París, 1915-Buenos Aires, 1994) arranca en 1934 con Bajo la Santa Federación, adaptación de un radioteatro de corte histórico que recreaba los amores entre un unitario y una federal, y culmina en 1974 con La Mary, con Susana Giménez y Carlos Monzón, historia de una chica de la década del ’40 obsesionada con el sexo y el pecado. Después, tal vez cansado de una crítica que no siempre lo acompañó, tal vez cediendo a su faceta de productor, se dedicó al teatro y a la producción de Almorzando con Mirtha Legrand, conducido durante 40 años por su famosa viuda.

A Tinayre se le debe, entre otras cosas, la inauguración de un estilo de película policial de influencia europea, una serie de comedias con dosis de erotismo y cierto costumbrismo, cuyos puntos más altos fueron La vendedora de fantasías (1950), un inteligente juego entre la realidad y lo onírico, y La cigarra no es un bicho (1963) que inauguró el aluvión de películas sobre hoteles alojamiento, que décadas más tarde desbarrancaría de la mano de otros directores. Hay un sello “Tinayre” en la narración, en la creación de ambientes, en la seducción del espectador. El sello incluye un espíritu precursor, que en el campo del homoerotismo, sin que seguro se lo haya propuesto, funciona corriendo de lugar al estereotipo de homosexual como criatura afeminada que tanta vida tuvo en la pantalla y colocando a la figura de la lesbiana en escena. Un repaso por la visibilidad homoerótica en el cine argentino del siglo XX nos muestra hasta la década del ’60 escasas películas que incluyan personajes gays o lésbicos. En la mayoría de los casos se trata de breves apariciones o referencias verbales a la homosexualidad masculina, en tono de burla y degradación. Con El rufián (1961) y Extraña ternura (1964), Tinayre presenta un estereotipo gay diferente del que el espectador estaba acostumbrado a ver.

Deshonrada pero pionera

Pero antes, en 1952, estrenaba el tema del lesbianismo en la pantalla argentina con Deshonra, melodrama policial protagonizado por Fanny Navarro, donde buena parte de su desarrollo transcurre en una cárcel de mujeres. La película recreaba el imaginario de las prisiones donde imperaban los castigos físicos de las guardianas, atroces peleas entre las presas y el toque de lesbianismo, que el cine argentino de los ’80 retomaría en películas olvidables como Atrapadas (Aníbal Di Salvo, 1984), Correccional de mujeres (Emilio Vieyra, 1986) y Relación prohibida (Ricardo Suñez, 1987). Deshonra puede ser considerada una adelantada en su género, ya que fue la primera vez que una relación amorosa entre mujeres, las presas interpretadas por Diana de Córdoba y Golde Flami, era mostrada de manera desembozada. Una de las integrantes de la pareja es asesina y la otra, alcohólica y drogadicta, un aporte, es cierto, a ese prejuicio que siempre se regodea en imaginar el carácter delictivo de la homosexualidad. Vale recordar que el film fue pensado en principio para un vasto elenco de actrices desconocidas, pero Raúl Alejandro Apold, el subsecretario de Informaciones de la Presidencia de la Nación durante 1949-1955, le impuso a Tinayre a la actriz Fanny Navarro, conocida militante peronista y amiga de Evita. Esto motivó que el director y el productor Juan José Guthmann convocara a un elenco de estrellas consagradas que terminó por dar al film el carácter de un gran espectáculo popular. Debió incluir además, por la mitad de la historia, la aparición de una nueva directora de la cárcel (interpretada por Mecha Ortiz) que pronunciaba discursos oficiales sobre las bondades de las cárceles bajo el peronismo y trataba a las reclusas con cariño, transformando el penal en “un modelo de higiene, salubridad y convivencia”.

El amor es un rufián

En El rufián es la de un triángulo amoroso formado por una rica señora fogosa e insatisfecha interpretada por la voluptuosa Egle Martin, el marido homosexual (Daniel de Alvarado) y el chofer (Carlos Estrada), quien lograba ejercer su dominio sobre ella. La crítica de la época manifestó su rechazo a la película, considerándola poco más que un folletín y asumió una postura moralizante a la hora de hacer una crítica más seria. Llama la atención que el personaje homosexual no fue pintando como un típico afeminado de esos que aparecían en las películas para dar el toque ridículo o patético. Era un médico, lejos de ser delicado, era un exquisito. En realidad, la máscara del actor, su aspecto masculino –y al mismo tiempo los rumores sobre su preferencia homosexual– hacen más interesante el juego del conflicto en términos de orientación sexual del personaje que interpretaba que de pronto se vinculaba sentimentalmente con un médico joven de su clínica. Quien se asome a esta película no encontrará acciones físicas ni actos sexuales, ni siquiera un menor acercamiento: la homosexualidad fue sugerida o denunciada en voz baja para el que la pudiera oír. Tinayre, que no tuvo miedo de mostrar la desnudez heterosexual, no pudo adelantarse a su época en la que la consumación del deseo homoerótico en la pantalla todavía no había comenzado.

Pepita Muñoz y Fanny Navarro en Deshonra.

En Extraña ternura, recrea la novela Cette étrange tendresse de Guy des Cars. Aquí tocaba de una manera sutil la extraña relación de un millonario (José Cibrián) por su joven ahijado (Norberto Suárez). La historia partía de la investigación policial por la muerte de un adolescente y mediante la técnica narrativa de flash back se describía el despertar sexual del muchacho y su relación con una cantante de cabaret interpretada por Egle Martin. La extraña ternura es la que siente el protector por el lánguido muchacho. Un inconfesable amor que lo lleva a asesinar a su objeto de deseo. A pesar de que el argumento pretendió mostrar sólo al padrino como un homosexual latente, escondido, la presencia física del actor que interpretaba al ahijado, y cierta máscara trágica en su rostro y su actuación lo vinculan también a un personaje gay, y obliga a nuevas lecturas del film que llevarían a pensar que el triángulo planteado contenía dimensiones más intrincadas, que las que en su momento se atrevió a filmar Tinayre.

La película sirvió también para el lucimiento de Egle Martin como cantante y del joven Norberto Suárez como actor, quien más tarde ganaría popularidad como galán de telenovelas y que por la misma época de apogeo sostuvo un romance armado con fines promocionales, según sus propias declaraciones, con la actriz Erica Wallner...

El argumento de la película giraba en torno de la prostitución y de la homosexualidad, aunque tratada ésta de una manera elíptica. Eduardo Borrás, el adaptador de la novela, concibió el guión en forma de raccontos y alternancias temporales, dentro del estilo de filmación de Tinayre. La historia narraba el enamoramiento de la cantante de cabaret del joven adinerado y la oposición planteada por su padrino, por motivos que parecían sobrepasar la reputación de la mujer y las diferencias sociales. Un crítico de la época, parafraseando el título de la película, comentaba que el director no había pulsado extrañeza o ternura “en los vaivenes que estrechan relación entre una burguesía vulnerable y un bajo fondo sin pautas para la dualidad”. Para otro crítico, en cambio, si el film creaba una atmósfera y marchaba por una línea narrativa atrayente, era debido a la indudable capacidad de Tinayre para contar una historia. Visto en la actualidad, podría decirse que el blanco y negro acentuaba en el film cierta atmósfera mórbida en la contraposición de escenarios entre un cafetín y la casona del millonario.

Aunque el tema de la homosexualidad nunca es planteado de manera explícita en sus películas, el tratamiento de las historias en las que aparecen siempre tienen un sino trágico. La persona homosexual, sea mujer o varón, vive encerrada en una perversión de orden patológica o moral. Pero también habrá que señalar que ninguno de los dos personajes masculinos en ambas películas está planteado desde el afeminamiento, son caballeros educados, respetables, que en todo caso parecen responder a otro estereotipo que aquí asoma, la del gay tapado. Los homosexuales de Tinayre inauguran una variante que deja su huella. Tendrían que pasar muchos años para que la pluralidad de personajes con que la heterosexualidad es representada, también se abriera para el universo homosexual.

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