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Viernes, 12 de marzo de 2010
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a la vista

Gloria y loor

Tres años atrás, un 28 de febrero a las cinco de la mañana, nos despertamos con el oleaje del mar y el aroma a sal del aire entrando por la ventana. Todo invitaba a prolongar el sueño, pero salté de la cama. Ya había esperado suficiente, así que saqué el test de embarazo de la caja con un temblor que todavía recuerdo.

Antes de que pasaran los minutos recomendados, la traje de la mano, todavía con el pelo revuelto y el alma ansiosa. Abrimos juntas la puerta del baño y allí estaba el veredicto, contundente. Apenas al minuto y medio las líneas rojas se marcaron implacables, estábamos embarazadas. El abrazo fue eterno. Un sinfin de imágenes del futuro desfiló por mi cabeza aunque esa película no incluía ni de casualidad todo lo que vendría después.

Tuvimos la necesidad de salir, de ir a la playa, de caminar y correr, de reír y llorar dejando que el viento despeine la emoción que nos saltaba del cuerpo.

Como si esa adrenalina hubiera sido poca, al mes, ante la primera ecografía, se nos revelaba la segunda noticia más importante de nuestras vidas. Ella y yo, frente a la pantalla del ecógrafo, vimos flotar dentro de mi vientre tres átomos pequeñísimos que se chocaban con decisión.

–¿Veo lo que veo? –preguntó ella en voz alta.

El médico serio dibujó una leve sonrisa.

–¿Son dos? –me atreví.

–No, dos no. ¡Tres!

Madres primerizas y de trillizos, de golpe una familia numerosa. Multiplicación de alegrías y de miedos. Un cúmulo de amor tan grande, tan hondo, tan inconmensurable que se vuelve imposible ponerle palabras.

Lo que imaginaba hace tres años fue superado tanto y tantas veces. De no saber mucho de pañales, pasamos a ser expertas que llevan cambiados más de quince mil. De la misma manera si alguien me hubiera dicho que "la revista del domingo", un año después, iba a publicar nuestra historia justo un "Día de la Madre" y en la tapa, hubiera pensado que estaba delirando.

Como tampoco hubiera creído que llegaría la hora de ir más allá, y decir sí a las notas periodísticas haciendo visible una realidad que definitivamente no inauguramos nosotras. Aparecer acá y allá no estaba en nuestros planes, fue una decisión nada sencilla porque en una sociedad como la nuestra ser tan visible tiene sus contras. A pesar de todo, seguimos creyendo que vale la pena poner el cuerpo porque nuestr@s hij@s van a crecer mejor en una sociedad mejor, más abierta y madura.

Esta semana nuestros tres mosqueteros empezaron las clases. Domingo vertiginoso de preparativos, cada uno con su pequeña mochila, con su guardapolvo a cuadros con una cinta naranja cosida amorosamente a mano en la penumbra de la noche.

El lunes temprano, los cinco estábamos frente a la bandera de ceremonias, escuchando el discurso de la nueva directora. Jamás pensé que un acto de comienzo de clases me iba a emocionar tanto, estábamos viviendo nuestro propio hito histórico: el primer acto escolar de nuestros tres pimpollos.

Me dio pudor llorar en público así que me tragué las lágrimas. Verlos ahí tan alegres y solemnes a la vez aplaudiendo el Himno Nacional, y tarareando el Himno a Sarmiento era demasiado.

En el Jardín, nos ven como a cualquier otra familia, y aunque no lo somos todavía, estamos cada día más cerca. Esperando que la igualdad efectiva de derechos deje de ser una utopía y que decirle mamá a ella, signifique tener una ley que ampare el vínculo, otorgándole a nuestr@s hij@s y a muchos más los mismos derechos que todos los demás

Cuando me enteré que íbamos a ser madres, hace ya tres años, no supe ni de cerca lo que vendría después. Tres años de dar vida a esta familia de cinco. Cinco vidas que juntas aprenden a crecer. Una familia que empezó a gestarse aquel día en el que la emoción nos empujó a salir a ver ese sol naranja que estaba amaneciendo sobre la playa. Naranja como la sala de 2 años que hoy recibe a los tres soles de nuestra galaxia.

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