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Viernes, 19 de noviembre de 2010
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El cultivo de la amistad

Por Pablo Pérez

Estaba atardeciendo en Nogués, en la fiesta quedaban algunos pocos invitados tomando vino y guitarreando. En el fondo, La Masa y la Loba le mostraban las plantas de porro a L, que nunca había visto una y, además, estaba ansioso por fumar. “Si querés te regalo una, la mejor garantía de calidad es tener tus propias plantas”, dijo LM y le explicó el paso a paso del cultivo: había que sacar a los machos para que las hembras no fueran fecundadas. “Las hembras –graficó la Loba–, desesperadas por encontrar un macho, florecen, se expanden y se ponen hermosas, ¡como yo! Mirá, tocá lo que son estas tetas.” Al ver a L indeciso, le agarró una mano y lo guió. “¿Nunca tocaste una teta antes?”, bromeó. L pasó del rubio al pelirrojo, sentía que sus secretos estaban a punto de ser descubiertos. Al mismo tiempo sentía la necesidad de contarles que era gay y también que tenía HIV, necesitaba confiarle a alguien todo lo que estaba viviendo. A LM y la Loba era probable que su confesión no los asustara, pero LM era tan bocina... ¿Sería capaz de guardar un secreto? Si se enteraban en el laburo iba a ser un escándalo...

LM le pasó un porro recién armado, “Encendelo.” L fumó con desesperación, necesitaba levantar el ánimo. La Masa, mientras tanto, se sacó la remera. “Mirá lo que es esto, tocá acá”, le dijo orgulloso trabando los músculos del brazo. “¡Qué familia más toquetona!”, pensó L, que al tocar se excitó. Recitó mentalmente su nuevo mantra para salir de la calentura, “Lita de Lázzari, Lita de Lázzari...”, mientras imaginaba a la ecónoma ama de casa en bolas, apretando entre los dedos una palta para ver si estaba madura... Funcionó, la erección bajó. Eran durísimos los músculos de LM, que por sorpresa le trabó el cuello entre los bíceps y los sobacos. L sintió que la pija se le hinchaba otra vez, pero se dejó ir, el faso era bueno y los olores corporales de La Masa terminaron de embriagarlo. Al borde de la asfixia, le dio dos toques en la espalda para que lo soltara. “Te falta entrenamiento –dijo LM–. Otro día que vengas, antes de ponernos en pedo, luchamos.” De pronto, de entre las plantas, saltó el hijo más chico de LM como un polichinela de una caja de sorpresas: “Papá, ¿tu amigo L es como la tía?” “¡Qué decís, loquito! –le contestó LM–. Andá a ver qué quiere mamá, que te está llamando.” El nene, obediente, se esfumó. ¿Qué había querido decir, el pendejo?, se preguntaba L, perseguido. “¡Quedarías linda maquillada!”, opinó la Loba y L se puso rojo carmín. “¿No querés que probemos?” ”¡Dale, hermanita!”, intervino La Masa con la seguridad de quien ya lo ha hecho otras veces. “¡Maquillanos y vestinos a los dos! Vamos, L, no te achiqués, vamos a cagarnos un poco de risa. Si te copás, en vez de una plantita te regalamos dos.” “Mmmm, no sé... Una ya es un regalo buenísimo, dos es mucha responsabilidad. ¡Nunca regué una planta en mi vida! No sé...” (continuará)

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