Era una noche húmeda, frÃa, imaginate, primeros frÃos porteños y yo estaba que me arrastraba por la vida. Mi cuerpo lesbiano era puro stress y melancolÃa cuando decidà ir al bar de Manu.
Al llegar, saludé a la pequeña y me senté en una mesa solitaria. QuerÃa alejarme del mundo, poner en orden mis pensamientos. El cigarrillo empezaba a humear, más que eso, a quemarse entre mis dedos, mis labios, cuando la cerveza bien frÃa llegaba a mi mesa. Esa noche Mara estaba especial. Como siempre, usaba una remerita bien apretada que yo miraba desde abajo mientras ella dejaba la botella, algunos manÃes con cáscara y un vaso sobre mi mesa. TenÃa una vista directa hacia sus pechos, pero esa noche estaban saltones, conversadores, me miraban.
Yo empezaba a despabilarme.
Al rato, Maby puso una música movida. Las chicas querÃan que me sacudiera con ellas. Insisto, esa noche yo estaba destruida. Mi cara era puro rimel corrido. Ni siquiera habÃa pasado por casa, peligraba quedarme una noche más tirada en la cama, quién sabe si zapeando o jugando con Beatriz, mi nuevo dildo.
En cambio, sólo habÃa tenido tiempo de encerrarme en el baño del 5 piso para pasarles un poco de agua a mis axilas peludas.
Ahà nomás, eché a rodar mi cuerpecito, caminaba perdida entre confusiones laborales y sentimentales.
Junto al tercer sorbo de cerveza, sentà los ojos de Mara clavados en los mÃos. Un tirón en mi sexo me gritaba que esto era verdad.
No podÃa creer que esa mujer tan linda se fijara en mÃ. ¡Ella me encantaba! Si bien esa noche me costaba sacar de mis pensamientos a Silvina, cada vez que iba al bar de Manu, mis ojos sólo buscaban a Mara. No sé si me seguÃs, ¡Ella en ese mismÃsimo momento se fijaba en mÃ! ¡Un año frecuentando aquel recinto, para que el dÃa que menos onda tenÃa, sus bellos y enigmáticos ojos se posaran en los mÃos!
Estuvimos mirándonos, buscándonos hasta que se hizo la hora del cierre. Llegó con otra ropa, me tomó de la mano y me dijo:
—VenÃ, nena, vamos.
Yo, atónita, la seguÃ. Era todo lo que querÃa.
Salimos del bar y a menos de media cuadra me tomó de la mano, caminamos otros pasos, se detuvo y empezó a besarme. Me arrinconó contra la pared, pegó su cuerpo al mÃo. Comenzó a acariciarme con urgencia, con retraso, con la misma hambre de la que deben de alimentarse las osas cuando se despiertan de hibernar.
¡Y yo que iba sin esperar nada!
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.