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Viernes, 3 de junio de 2011
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entrevista

Así es la Vida

Actriz, dramaturga, directora y psicodramatista, Vida Morant da cursos de oratoria y conduce un programa de radio, tiene una compañía teatral independiente y produce sus propios espectáculos. ¿Qué más quieren?

Por Paula Jiménez
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¿Tenés tu propia compañía teatral?

—Sí, y lo que a mí me resulta interesante, que quizá sea lo que les suene antipático a otras y otros compañeros y compañeras del colectivo, es que no creemos en los grupos exclusivos como, por ejemplo, el festival Destravarte. Apoyamos, por supuesto, pero no adherimos a la idea del gueto. Armar un festival que sea exclusivo para identidades trans me parece que no deja de ser una autoexclusión. La diversidad se promulga en tanto somos todos iguales en la diferencia, en nuestra compañía somos todos muy diferentes y es un espacio que a mí me resulta rico y que tiene la puerta abierta para todos, en tanto y en cuanto todos sepamos desarrollar la actividad.

¿Qué querés decir?

—Tenés que ser buen actor o buena actriz. Me ha tocado muchas veces concurrir a castings pretendiendo estar en iguales condiciones que cualquiera de mis compañeras mujeres biológicas, y no se me ha dado esa posibilidad de pasarlos. Muchas veces, por otra parte, se me ha convocado sólo para hacer personajes de mujer transexual o de travesti, y siempre he dicho que no. No porque tenga algo en contra, pero no me resulta interesante como producto artístico. Si solamente se me convoca para eso... ¿Por qué yo no puedo ser una de las hijas de Bernarda Alba? Las producciones que hacemos en nuestra compañía son una revancha también a los espacios que nos han negado.

Hay veces que se valoran producciones del colectivo Glttbi, pero no necesariamente tienen valor artístico.

¿Ves algo de eso?

—Existen grupos exclusivos. No está mal que las trans nos reunamos para hablar de nuestro universo, nuestras cosas en común. Pero me parece que ni siquiera reuniéndonos toda la comunidad Glttbi es del todo correcto, porque la sociedad debe ser verdaderamente igualitaria, convivir diferentes modelos, incluso de corporalidad. La estética se construye también comunicando. Me parece que a los comunicadores sociales nos toca una responsabilidad en este sentido. Yo entiendo que los actores y las actrices somos comunicadores sociales y lo que hacemos habla de nosotros, de nuestra concepción poética, pero también es una comunicación hacia la sociedad.

¿Se te cerraron puertas a causa de tu identidad?

—No tuve mala suerte, trabajé con muchos directores, pero por supuesto que se me han cerrado puertas. Nunca tuve una situación violenta en la que me dijeran “vos no, por tu identidad trans”. Pero está implícito: “No das con el physique du rôle”, te dicen, o “buscamos una mujer con otras facciones”. Perfecto, en tanto sea eso, a cualquiera de nosotras le puede ocurrir. Creo que la cosa hay que darla vuelta. No hay que pensar en lo que despierta en el público sino en reeducar su mirada. Esa es nuestra responsabilidad. Si sostenemos esa mirada estamos fomentándola, lo interesante es reeducarla hasta que en algún momento se acomoda y acontece el cambio. Ese es el trabajo en el que no hay que abdicar. Es lo que me hace feliz hacer. Me siento, de algún modo, una activista desde mi humilde lugar.

Un activismo más solitario...

—No, creo que no. Porque estamos obteniendo respuesta de esto, y nuestra compañía se fue formando de personas espontáneamente diversas. Ahora hay algo muy lindo en Buenos Aires, es una variedad de ofertas. Se está construyendo otra teatralidad, se está formando otro espectador. Es interesante para Mosquito Sancineto montar el Travamatch, como él quiere hacer: seguramente es comercial y genera ingreso para las chicas trans, que tenemos tantas dificultades para insertarnos en lo laboral, pero es políticamente incorrecto a mi modo de ver.

Hay veces que se forman cooperativas autogestivas porque no hay un productor que llame...

—Bueno, eso nos pasa a todos los artistas. Acceder a un productor es un beneficio difícil de conseguir.

Con respecto a tu carrera de psicodramatista, vos cursaste Psicología cuando aún no había tanta visibilidad. ¿Cómo fue tu experiencia?

—Empecé a cursar en el ’93. Mi transformación visible empezó en el ’97. Yo estuve un poco más protegida porque estaba en el centro de estudiantes, estuve muy movilizada por gestar cambios, y estando ahí conocí el claustro de profesores y graduados, y fue un poco más contenedor, no fue tan difícil en el ámbito académico. Sí se me tornaba difícil en el momento de las listas de asistencia. El ámbito psi es más cerrado de lo que una cree, sobre todo cuando trabajamos con supervisión psiquiátrica. En aquel momento se patologizaba mucho, se hablaba de trastorno de identidad de género, y todavía no se erradicó eso del DSM IV. Más allá de los manuales, la idiosincrasia de las altas esferas académicas sigue funcionando con una mirada patologizante con respecto a las identidades trans, ya no acerca de las elecciones sexuales, de la homosexualidad. El psicoanálisis fue una de las peores cosas que nos pasaron. Es bueno como marco teórico, pero la práctica acá ha servido para acercarse al deseo de los padres y con culpa al propio deseo.

Mientras eras estudiante, ¿cómo te imaginabas que iba a ser tu práctica profesional?

—A mí me interesó siempre el área clínica, y me imaginaba prestando servicios en la CHA, por ejemplo; pero siempre estuve en contra del gueto y de la estigmatización de las minorías. ¿Por qué no poder trabajar con mis compañeras que están en otros servicios, en el Alvear, por ejemplo? Bueno, después te cuento por qué no, quiénes son los jefes de servicio, lo difícil que es. Mi deseo, de todos modos, fue hacia el arte dramático, que me resulta muy gratificante. Y estoy muy contenta de poder vivir de mi profesión y de mi actividad docente, y de seguir generando cosas. En este momento con Escénica, nuestra compañía teatral, estamos en un proyecto en el que estamos investigando la cuestión del género: yo hice la dramaturgia y con las actrices montamos un laboratorio experimental. El cuento que cuenta Vacías, esta obra, es que no hay una sola manera de ser mujer. Dentro del colectivo trans hay diferentes concepciones de lo que es lo femenino. Muchas veces hay competencia sobre quién tiene el podio de la mayor feminidad, que es un modo de volver a la mirada biologicista: para algunas es mujer la que accede a la resignación sexual, por ejemplo. En eso Freud no se equivocó: la genitalidad nada tiene que ver con el proceso de subjetivación.

Freud no se equivocó, los psicoanalistas se equivocaron...

—Exacto; las prácticas psicoanalíticas devinieron equívocas. Hay un texto de Freud muy lindo que habla sobre las salidas posibles de la feminidad y esto lo tomamos en la obra. La feminidad es en tanto interrogante. La obra nuestra trata sobre esto: no hay una sola manera de ser mujer.

¿Te acaban de dar el cambio registral y el nuevo documento?

—Sí. Fue un trabajo bastante costoso armar el relato de vida. La demanda exige presentar determinadas documentaciones y la demandante elabora un relato de vida. Yo hice hincapié sobre cómo fui atravesada por las distintas instituciones: la familia, la escuela. La escuela me salvaguardó de muchas cosas y me puso en las filas de la posibilidad de subjetivarme por la línea del deseo. Ese es mi caso personal. Estamos en un momento histórico en el que algunas podemos hacer ruido y ayudar a otras.

¿Por qué decís que fue un trabajo costoso armar el relato de vida?

—Porque claramente nuestras vidas, y quizás en esto me tomo una licencia que no me corresponde al hablar por todas, han sido particularmente padecientes. Las chicas trans tuvimos que lidiar con algo más. En la adolescencia, por ejemplo, con un cuerpo que nos devolvía especularmente otro tipo de sufrimiento, además del cambio propio del crecimiento. Por otra parte, nuestras conductas fueron censuradas permanentemente. No tengo una visión victimizante: somos sufridas como otras personas, pero con esta particularidad. Y no deja de ser interesante verlas en pos de que las instituciones que atraviesan la vida de cualquier sujeto puedan ofrecer otros espacios para que los procesos de subjetivación acontezcan en libertad.

¿Tus intervenciones en las diferentes áreas de la cultura son para vos caminos hacia la transformación social?

—Tengo el tupé de sentirme con derecho a estar en cualquier espacio. Como cualquier persona, no violentamente, pero creo que todas las personas deben estar donde desean, eso es lo que no debe apagarse. Eso es lo que deseo comunicar, lo que me gustaría que trascienda.

¿Vos te definís como trans?

—La verdad es que las nominaciones actuales que circulan no terminan de ser del todo contundentes. Vos decís “trans” y... ¿qué significa? Porque trans es más allá, pero, ¿más allá de qué?, ¿del género? Más allá del género, ¿qué? Travesti es una palabra con un peso político muy fuerte, pero no me identifica en absoluto, porque no creo ser una persona que se traviste. Uso ropa, modales y tengo una idiosincrasia conforme a la identidad de género autopercibida a la que siento pertenecer, que es la feminidad. ¿Soy una mujer? Sí. No soy una mujer biológica. Suena un poco raro definirme como una mujer porque entonces estoy bajo el binomio varón—mujer. Soy una mujer biológica. Alguna vez consideré fuertemente atravesar la cirugía de reasignación, pero ahora considero que la corporalidad no define. Me parece que ser mujer se construye día a día. En este momento se conmovió en mí esa vieja certeza de que la corporalidad define.

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