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Viernes, 12 de agosto de 2011
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Lux va a CASABLANCA

Otro universo es posible

Pero por posible, ese universo no tiene por qué ser deseado, menos cuando su marca en el orillo es haberme dejado secx de toda humedad sexual, que es la única que no mata sino que revive. Eso me pasa por creerle al cine y volar bajo y barato, como si a pasaje regalado igual no hubiera que mirarle lxs azafatxs.

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Sólo los turistas de agencia de viajes compran de antemano el pack de la diversidad radical. Las diferencias verdaderas se les pasan de largo y los aeropuertos son centrales de impresiones bobas antes del check in. Miren: yo no voy a caer en esas ñoñerías de creer que cada vez que me subo a un avión fuera del mundo cristiano, el planeta se da vuelta. A mí lo único que me hace pensar que estoy realmente en otro universo es cuando no consigo con quién coger. Ya les contaré.

Escribo estas líneas de regreso de Casablanca a Madrid, por una compañía aérea low cost, donde el personal de a bordo parece nacido en serie, en una máquina de copyright planetario. ¿Ese que me vende el vinito será marroquí? Porque todxs hablan cien idiomas y miran de la misma manera. Por Alá, ni la imagen queer in extremis de Lux les hace brillar un poco los ojos de deseo o, si se quiere, de indignación. Esto parece un hotel en cadena o los shoppings de Casablanca. Pura asepsia anorgásmica. Un accesorio alusivo a lo árabe les parece suficiente para saciar la sed de exotismo, que en mí se traduce como sed de erotismo.

En Casablanca, la Gran Mezquita de Hassan II tiene menos fieles que los shoppings de marcas occidentales y que las cuatro por cuatro de los nuevos ricos del fosfato que a la noche bailan en Le Village música caribeña. El neoliberalismo busca empatar las cosas, y ni Humphrey Bogart ni Ingrid Bergman filmaron Casablanca en Casablanca, pero el mito sigue engañando viajeros. Y no me hagan decir “aldea global”, porque me suena a slogan demodé, y ya saben que Lux jamás se rinde fácil a ningún concepto que no brille como nuevo. Prefiero “capitalismo viral”, que cotiza más trágico, y además se corresponde con mi estado sanitario, porque estoy volando con gripe y con la tristeza de haber sido expulsadx la noche anterior de una sala de cine.

Sinsabor de esa última noche marroquí de verano: iba mirando yo con fastidio pasar por La Corniche, que es el paseo marítimo, a chongos árabes de remeras globalizadas amarrados a novias en short que se subían a autazos, cuando por fin detecto entre el gentío de vacaciones a un muchachón solitario en bermudas estilo Miami con una sonrisa teledirigida, que además me parecía tarifada. Lo último que precisaba una deidad intercultural como Lux era un gigoló, justamente en el país de los chongos ardientes. En fin, cuestión que el muchachón hablaba tres palabras de francés y yo unas cuantas más, y no había reclamo de tarifa sino más bien invitación en petit taxi a la soirée de un cine que lleva el nombre originario de París, y donde a esa hora hay cierta acción con discreción: el histórico Lutetia. Entramos como si entrásemos a los años ‘40, y en la pantalla pasaban una historia romántica como de Andrea del Boca en velo. Ya en las butacas se despertó la lujuria ancestral del chongo berebere, y la mía para qué; lo arrastré a los baños, justo detrás de la pantalla. Hervía yo fuera de toda prudencia, dejando una estela de pulsiones en el piso crujiente, y nos metimos en un individual (limpio, sí, aunque la inmundicia nunca me detiene), pero en el instante en que los cuerpos se trenzaban, un buchón casi arranca la puerta y con eso nos arrancó el uno del otro como en la historia cursi que daban ahí afuera. El berebere salió rajando. Así, lo dicho: me quedé célibe esa última noche en Casablanca.

Fui expulsadx de cines calientes en Buenos Aires, San Pablo y hasta en Estambul. Faltaba alguna sala en el mundo árabe. Lo que es global, se ve, es este fuego mío que derrite incluso las paredes del porno. También en Casablanca. Pero como dijo Ingrid Bergman: “Lux, siempre nos quedará París”.

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