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Viernes, 9 de diciembre de 2011
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Rapada

La fotógrafa española Carmela García captura imágenes donde la ambigüedad es un juego de espejos entre la ciudad y los cuerpos de las mujeres. Sus fotografías chongo queer son un punto de resistencia para tiempos en que supuestamente ya todo está bien.

Por Flor Monfort
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Te dedicaste durante mucho tiempo a rastrear imágenes de mujeres juntas en la fotografía. ¿Por qué?

–Mi atracción por este tipo de imágenes es muy temprana. Eso y la conexión emocional instantánea con esa cosa melancólica de la memoria de esas imágenes, de algo que sucedió y que fue, de ese momento detenido. Previo a eso yo había hecho muchas pruebas y había cometido muchos errores. Gracias a esos errores fui encontrando mi camino, fui probando y lo que hacía no me decía nada: retratos, paisajes, bodegones, ejercicios de estilo en los que crecía como persona, pero no me identificaban del todo. Mi formación no fue en las bellas artes sino que fue una formación técnica de la fotografía, entonces yo aprendí de una manera más tangencial. Hasta que de pronto llegué a una especie de filón, que fue una serie con unas Barbies, en gran formato, muy contundentes, y eso me empezó a funcionar. Ahí empecé a depurar y bueno... llegué a ese rastreo que dices.

Hiciste un video sobre esas imágenes anónimas de mujeres con mujeres, y la acumulación genera un sentido de la intimidad entre ellas, por más que ésa no haya sido la intención de quien sacó las fotos...

–Esa es una génesis importante de mi trabajo, porque ésa es una colección de fotografías familiares de las que nada se sabe. Y yo tengo una colección también con cajas de fotografías, es decir que el objeto caja está en la foto, que tiene esa vinculación emocional con la fotografía. La memoria es importante para mí. Entonces esta acumulación de fotos genera una lectura de las imágenes, descontextualizada, que yo la traigo a mi territorio, me apropio de ese trabajo y lo convierto casi en mi obra, por no decir totalmente porque de esa colección sale esa pieza audiovisual que se llama Mentira y un libro, en el que está publicada también una selección, entonces es una referencia de lo que vino después. Es un trabajo de repetición de una serie de esquemas que vienen de la historia del arte y que se van solapando constantemente. Se repiten de forma inconsciente en la representación de las mujeres.

No sólo es melancolía sino que hay algo de misterio...

–Ellas están ligadas amorosamente, eso es evidente; pero sí, es verdad que la acumulación de imágenes provoca una especie de perversión, bien entendida, en la lectura, por eso se llama Mentira la pieza. Primero porque hay una lectura histórica que pasa por encima de todo eso, entonces yo lo que propongo es esa otra lectura, esa otra posibilidad, y transformo su significado intencionalmente.

¿Te considerás una fotógrafa queer?

–Sí, claro; si bien me cuesta mucho inscribirme, porque soy muy reservada. Obviamente lo soy, es una cosa generacional. En las definiciones se pierden posibilidades, y a mí me gusta mantener otra vía, pero luego finalmente ésa es la vía, porque todos los proyectos que termino haciendo están asociados a cuestiones queer.

¿Cuál es la lectura política que hacés de tu obra?

–En España, hace 6 años que se legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo y yo en broma decía en ese momento: “¿Qué vamos a hacer ahora?”. De hecho ahora estoy casada y tengo una hija, y lleva mi apellido y parece que está todo reglamentado y ya pasamos a ser parte de la normalidad, pero, bueno, es relativo. Es un derecho que hemos ido adquiriendo, es un éxito del movimiento que a los políticos no les quedó mas remedio que ir asumiendo. Yo me siento cómoda. Cuando empecé, había una necesidad de visibilizar una estética radical que yo misma llevaba y que a nivel social está cumpliendo un papel político, porque es verdad que cuando vas en el metro y estás rapada, y la gente te mira o te cuestiona, estás cumpliendo un papel poderoso. Cuando voy con mi mujer y con mi hija somos una pareja perfectamente adaptada, y por un lado veo que todo eso se ha ido normalizando, pero también ese gesto tiene un poder más grande que el propio trabajo.

En tu obra aparece muy fuertemente el pelo como símbolo y las lesbianas rapadas.

–El pelo es simbólico en nuestra cultura, en las religiones, en la representación en el arte. Para mí, el pelo tiene un interés especial: es una cosa muy superficial, pero es muy persistente. Yo uso casi siempre símbolos, de hecho la figura de la mujer en mi fotografía es simbólica, porque representa también una idea de otra forma de ver el mundo. También mis fotografías tienen connotaciones de deseo y sexualidad, y eso me gusta; esa tensión que también se genera con las fotos antiguas, porque te cuestionan: hasta qué punto hay algo de carnalidad negada ahí, aunque no sea una cosa súper evidente.

¿Cuál es tu militancia Glttbi más allá de tu arte?

–Mi militancia es personal, yo nunca he formado parte de ninguna asociación. No por nada, simplemente es mi forma de ser. He colaborado, pero mi militancia es mi trabajo, porque soy bastante individualista. A veces cuando trabajas como artista, hay una parte que se cierra un poco, necesitas un espacio más propio, solitario. No tiene por qué ser así, pero en mi caso mi militancia es mi propia vida: llevar una vida abierta, relajada. Si bien he sentido el rechazo, no fue para mí una barrera lo suficientemente fuerte como para que yo no pudiera seguir adelante con la vida que yo consideraba. Nací con esa seguridad, no tengo un solo recuerdo de represión. Desde que supe que me gustaban las mujeres, para mí fue una expresión natural y mis amigos han sido muy abiertos. Para mí siempre fue fácil, pero reconozco que tuve mucha suerte. l

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