O también se puede decir que recogà más almejas que cornalitos, al menos asà lo digo yo siguiendo la metáfora de mediomundo. Lo cierto es que desnudx como ni Dios se animó a traerme al mundo, fui y vine de la carpa a la orilla, alucinando con toda mi estanterÃa al gordito de gafas sin recurrir a ninguna Marilina, ojo, aunque bastó con rascar un poco la arena para que empezaran a salir muchas más chicas con insomnio que en Puerto Pollensa. Como les decÃa, ahà estaba este esqueleto, proa y popa a las olas del mar picadÃsimo con su embajada de algas, caracoles y conchas (con perdón del ejercicio del realismo). ¡Qué olas! ¡Cada año más y más grandes! Y para los que no leyeron el tÃtulo de esta nota y piensan que los duendes de Cariló hicieron una vaquita para que yo trocara en loas lo que otrora fuese lodo, les aclaro que estoy hablando de La Escondida, que me hice a pata los 100 km que me separaban de las arenas altas gamas para llegar a las altas gambas, el oasis de los raros en Mar del Plata y que fue cerrar los ojos y pensar en los marineros de Cocteau, de Cernuda y del crucero que por estos dÃas está anclando en Buenos Aires, para que mi carpita se irguiera en un santiamén, concretamente en San Eduardo, frente al paraÃso recobrado. Yo ahÃ, como decÃa el General, de la playa a la barra y de la barra agarrate. La vida me encontraba sentadx en un confortabilÃsimo sillón del bar, meditativx como me pongo cada vez que me insolo, me dispuse a observar desde el peñasco la playa pedregosa cuando de pronto escuché rugir: ¡Lux, Lux! ¿Qué coño haces, tÃx? ¡Desde aquel after hour de Chueca que te sacaron Ãdem que no te veo! Era mi amigx madrileñx Manolx acercándose hasta mà mientras perreaba solx, siguiendo con sus caderas imparables el ritmo de un reggaetón hot. Hola Manolx, respondà yo a los gritos porque la música no daba tregua, ¿qué haces tú por aquÃ, wuapx? Como toda respuesta, en un santiamén me levantó de mi sillón, me obligó a bailar frenéticamente y a girar sobre el deck del bar. Hechx un trompo de carne daba vueltas y vueltas, rapidÃsimo, hasta que de pronto su mano transpirada soltó la mÃa y fui a dar como una bandeja llena de camarones sobre una mesa en la que cuatro muchachxs apoyaban sus tragos fluorescentes, o dicho con metáfora de boliche: pajitas enormes salÃan de unos vasos tubulares. ¡Sorry!, dije y antes de perder el conocimiento ante tanta fálica imagen pude vislumbrar que 2012 es el año del fin del mundo y que veinte metros más allá, dentro de un maravilloso cubÃculo vidriado con vista panorámica, hay una masajista que te saca hasta la última contractura. A relajarse que acaba el mundo, me incorporé y me tiré en la camilla. Me sentà en la cúspide del hedonismo cuando aquellas manos encremadas con árnica penetraron poro por poro. Al terminar la sesión bajé como respondiendo a un llamado ancestral hacia el sendero que nacÃa en el mar y que iba a acabar en un bosquecito, detrás de las dunas. El olor de la hierba entraba en mis narinas y un búho parado sobre una rama chillaba y daba vuelta su cabeza 180o como campaneando. ¡Ay, ayyyy!, decÃa, ¡dale, guachito dale! Como la princesa de una fábula, me adentré ingenux y casi virgen a conversar con los animales parlantes, pero poco tardé en enterarme de que el búho no era un búho y que los animales eran bien animales y estaban todos en celo. Piedra libre, fue el último chiste que se me ocurrió pensando en La Escondida. A Manolx lo volvà a ver al dÃa siguiente, en el mismo bar rodeadx de chicas mimosas, pero no se acordaba de nada. ¡Lux, Lux! ¿Qué coño haces, tÃx? ¡Desde aquel after hour en Chueca que no te veo! SÃ, Manolx tenÃa razón: aquel after habÃa sido inolvidable, pero no más que la noche que terminaba de vivir, con sus escenas dulces y lujuriosas, casi irreales, como sacadas de Secreto en la montaña, Shrek y Tiburón, pero en 3D.
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