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Viernes, 28 de septiembre de 2012
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Animales salvajes

Danza e impronta animal desbocan juntas en Las bestias, permitiendo que los pelos y las crines ondulen libremente contra los vientos de la masculinidad amaestrada.

Por Leandro Ibañez
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“Pan, el del glorioso pelo revuelto,
a quien pertenecen todos los riscos,
todas las cumbres nevadas y los pasos pedregosos de los montes...
El jacinto se mezcla con el crocus en el pasto,
bajo sus pies danzantes”
Anónimo. Siglo V a.C.

Describe la mitología griega al semidiós Pan como un fauno, cabeza y torso de hombre, con pequeños cuernos, algo de barba y patas de macho cabrío. Hombre y bestia en un mismo cuerpo, ser fantástico en el cual los antiguos griegos veían a la divinidad que está presente en toda naturaleza. Mito regulador de esa impronta animal que dejó pistas en el hombre moderno, hoy manso y domesticado.

En Las bestias, la troupe de ballet contemporáneo de la Compañía David Señoran funde masculinidad y bestia en el cuerpo de los doce intérpretes; quienes con paso fuerte y plásticos movimientos llevan adelante una performance intimista y categórica. Una manada de varones que relinchan y suspiran, a la vez que galopan el escenario. Blancas luces iluminan, por momentos cenitales, por otros laterales, produciendo claros y penumbras donde las bestias nacen desnudas y —cual potrillo en su impulso primario— se yerguen en sus dos pies.

Bajo la dirección de Señoran, estos hombres se doman entre sí, se acorralan, se ligan de a dos dando vida a faunos modernos que dominan el espacio. El orden y la gracia caen sobre el animal primitivo mediante el yugo de la civilización de los instintos, transfigurando en pasos de ballet aquello que eran pasos de galope. Música y silencios alternados para percibir el sonido del roce de los cuerpos, de las pisadas de los cascos.

En Las bestias el hombre domado obedece a su domador, para luego mirar impávido y ajeno a la otra bestia, aquella encerrada muy adentro en su interior, que atiza para liberarse, pero que ya no es escuchada, perdida en la memoria del ADN como aquella otra fracción del cuerpo que fue amputada. Esa otra mitad cercenada, la que conectaba el alma con la tierra, desprovista de pantalones que cubrieran su sexo, caminaba descalza sobre los pastizales, danzaba junto a las ninfas del bosque, y era libre de atavíos y pautas sociales.

Las bestias
Sábados a las 21
Espacio Cultural Pata de ganso
Pasaje Zelaya 3122

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