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Viernes, 26 de octubre de 2012
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Adelanto del libro Pollera pantalon (ediciones la mariposa y la iguana), de Paula Jimenez España

EL ANGELUS

Si la historia la escriben “los normales”, eso quiere decir que la imaginación puede descubrir la vida invertida de Mariquita, las intimidades de la auténtica pareja originaria y revelar qué se dijeron el ángel y María el día de la Anunciación. Paula Jiménez España, con risa poco contenida, busca en los intersticios de todos los cuentitos que nos contaron la clave lésbica, la clave a contramano.

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¿Es ésta la escogida para la Anunciación?
¡Dios mío, qué risa!
Sylvia Plath

Mi padre no quería morir sin verme casada y se lamentaba por mi suerte. “Nos buscábamos una niña normal... y me cago en la puñetera madre que te parió”, decía. Violentábase él y yo misma percibía que mi vida no le caía en gracia. Lo enfrentaba entonces con desconocida vehemencia que brotaba de mí como un demonio. Y él... ¡si, vierais con qué furia reaccionaba! Con deciros que una mañana agarró por las orejas un cabrito y revoleolo en los aires del enojo.

Os voy a contar mi historia. Tenía yo una amante: Magdalena, la esbelta y fogosa Magdalena que nació con pelo rojo y no tiñose en toda la eternidad. Soltábalo al viento levantando nubes de polvo a su paso, sus labios gruesos y pómulos altos conferíanle aspecto de actriz de cine, mas no existía cine alguno ni película que proyectar en esos tiempos. Mi otra amante, Sara nombráronla sus padres y las generaciones, carecía de dotes artísticos o cualquier menester que a esto relaciónese. Pálida y menuda como un Cristo, pero enloquecían todas las gentes de amor al conocerla. Tan bella era. “No te alcanza con una, tortillera de mierda”, reprendíame mi padre.

En una oscura habitación de la casa de piedra familiar, dormía yo, envuelta en edredones. Tanto frío hacía. Pero el calor llegábame si por las noches recordábalas a ellas e incurría en silenciosas masturbaciones que a nadie molestábanle. He sido cuidadosa siempre con ellos. No gemía yo, ni hacía el menor ruido y recibía agresiones, sin embargo. Por eso, más que nada, valoraba la soledad de mi cuarto y enojome la aparición de un ángel que, con buenos argumentos, queríame convencer de cosas que no eran.

Había logrado conciliar el sueño aquella noche cuando llegó hasta mí la esfumación. Colose por las rejas de las ventanas este ángel, forma de púber en rayos de luz divina que dañome la vista. Apreté mis párpados entonces y, encandecida, rogué bajara la intensidad para abrir mis ojos. Pero tan lejos de la experiencia humana hallábase él que hízose el sonso como si hablárale yo o pasara un tren que no había alguno, ni vías en Jerusalén para que transitara. Irritome y le exigí que se fuera. Más, mostrábase imperturbable y alzando brazos cantome un salmo que titulole El ángelus. “Detesto los salmos a esta hora”, grité, pero no respondiome. ¿Cómo habríame de escuchar él a mí en medio de tanta orquesta? Por mi parte, sospeché que todo el pueblo estaría ya despierto dado el volumen. Tan grande era. De pronto hablome con eco el querubín. Erase una voz metálica y espantosa como todo en él. Mas el horror completo llegó cuando acercose a mí tendiéndome tres dedos suyos. Abrí un ojo mío y vilo sonriente al invasor.

–¡No! –advertile–. ¡Vais a electrocutarme! ¡Salid de mi cuarto!

–No debéis temer, María, soy un enviado de Dios.

–Angel mío –respondí amablemente, porque tampoco queríame yo ganar el infierno.

–Arcángel –corrigiome el pedante.

–Perdón, Arcángel mío, vos no creéis que tanto carezco yo de imaginación como para no figurarme que sois un enviado de Dios, ¿verdad? Mas, ¿para qué quiéreme El a mí que está tan bien solo? Y, os suplico, no me toquéis que me impresiona.

Antes que una respuesta saliera de sus labios, retornose la cantata a la tierra. Sostuvo el coro una nota musical por largo tiempo, prologando la Anunciación de la que vosotros ya habéis tenido noticias por medio de Pablo y Mateo. Que en paz descansen, con lo buenos que eran.

–Un hijo –díjome el Arcángel–. El Señor Dios quiere un hijo tuyo.

–¿Un hijo? ¿¿Un hijo de Dios?? ¡Ni loca! Hacedme un favor, Arcángel mío –dije y tomeme el pecho que reventábame de disgusto–, en mi nombre vais a decirle que no. Que así estoy bien.

–¿Y por qué? No os entiendo, seríais una privilegiada.

–Aunque vos lo pongais en tela de juicio y tu creencia condéneme injustamente al pecado de la mentira y éste al infierno, más terrible es la verdad, que lo que no tiene es remedio como dijo el cantante, pero debo deciros que lo soy.

–Que lo sois, ¿qué? Eres muy complicada

–Que soy una privilegiada, mi Arcángel... y por un motivo que no os va a agradar... –dije yo pensando en los fogosos besos de Magdalena y en los de Sara– perdón... ¿cómo os llamáis?

–Gabriel.

–Gabriel: un gustazo. María.

–¡Por supuesto que sé su nombre! Pero sigamos con el asunto de la Anunciación. ¿Cuál es el privilegio de decir que No? ¡Tantas mujeres hubieran aceptado esta magnífica propuesta!

–Sí, muchas, por eso no entiendo por qué Dios me eligió justo a mí...

–Porque sois un ser muy especial.

–¿Y qué me hace tan especial, querido Arcángel?

–Que vos sois virgen.

Al decir “virgen” el coro celestial que lo acompañaba entonó: “Virgeeeeeeeeen”.

–Mas, todos vosotros estáis equivocados –asegurele yo al Arcángel.

–¿Cómo?

–Como os digo. Y hay más para contaros, aunque prefiero mantenerlo en secreto. No os enojéis, pero éste es un pueblo chico y quiero evitar que se sigan echando a rodar chismes sobre mi persona.

–Y, ¿Dios...?

–Dios, ¿qué?

–¿Cómo Dios no lo sabe?

–Bueno, suponíame yo que Dios conocíame mejor que nadie. Que estábame habitada por su espíritu y que yo habitaba el suyo y los dos en la casa de mi padre, con quien discuto seguido, pero que también tiene a Dios adentro. Y creíale yo que Dios peleábase con Dios cuando mi padre y yo discutíamos. Que cuando una vez mi padre voló un cabrito por los aires, también vololo a Dios, que en el cabrito había. Que en paz descanse, pero de todos modos nos lo íbamos a comer otra noche si no era esa.

–¿A Dios?

–No, al cabrito.

–Me estáis mareando. No estoy preparado para tanto. Además yo solo he venido a anunciaros lo que Dios me ordenó hoy por la tarde: “Ve y dile a María que tendrá un hijo mío. Nunca ha estado con un hombre, mas en su vientre engendrará un niño”.

–¡Dios me libre! –grité desesperada–. Para destino mío suena un poco extraño. Por otra parte, debo explicaros que el Señor ha caído en un error al pensar que soy virgen... es cierto, no he estado con un hombre, pero la virginidad puede perderse de muchas maneras.

Luego de estas palabras sobrevino el silencio. No escuchábale yo sino el piar de los pájaros a lo lejos o el lento andar de una carreta romana perdida en la oscuridad con un gladiador arriba. Todo parecíame vuelto a la normalidad cuando de pronto la voz del Arcángel retornome a los oídos:

–¡Oh! ¡Qué ridículo me siento! –lo escuché, mas yo seguía sin mirarlo porque dañábame la luz que de él salía. Tan grande era–. ¿Puedo sentarme? Casi cáigome redondo al piso de un infarto.

–Sí –dije–, sentaros. Y ya que estáis ¿no os cubriríais con esta manta negra, así puedo abrir mis ojos?

El Arcángel se tapó por fin. Su luz destruía mi vista. Al levantar los párpados vi que las alas suyas se curvaban y bajo la manta opacábase el intenso brillo, imaginé que por desilusión. De súbito, espetó:

–¿Sabes María? No tengo ganas de pasarme la eternidad comprendiendo. Ya estoy cansado. ¡Que ve para allí y que digas esto! ¡Que no nací para profeta, que yo sí! ¡Que anúnciale tal cosa y aparécete en tal lugar! ¡Que no soy virgen! Llevo años componiendo músicas para diferentes ocasiones y si hago esto es para poder cantar con mi coro, y nada más. Porque lo que gústame es cantar, ¿entendeis? Amo la música, más que a Dios, más que a nada, de modo que me voy y arreglaros directamente con El. Conmigo se acabó.

Así nomás disipose el Arcángel loco y a diferencia de cómo había llegado se fue de mi lado sin hacer aspavientos. Entonces vi la luz extinguirse en la ventana, apagarse la estrella de ese sueño fugaz que tuvo Dios en la inmensidad de la noche. l


El libro se presenta este viernes a las 20 en Casa Brandon (Drago 236). Acompañarán a la autora Mayra Leciñana y Laura A. Arnés. Toca: Paula Maffía.

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