Me encontrĂ© con la Pecoraro, no SusĂş sino su prima, que andaba repartiendo su Ăşltimo libro de poemas, Deseo, a cuya presentaciĂłn ya habĂa asistido, con mi sistema nervioso ahĂto de prozac y de alucinaciones. “Camila, no sĂ© quĂ© hacerme en el pelo. ÂżMe acompañás a la peluquerĂa?”
Se negó, diciéndome que se iba a la cuna de la bandera a presentar su libro en un congreso queer. “Llevame, y me hago unos regios claritos”, le dije. “En ningún lugar los hacen mejor que en Rosario”. Me sacó un pasaje con el producto de la venta de su libro y el jueves temprano nos fuimos para allá, yo con lo puesto, ella con una valija llena de libros y de afeites.
Llegamos justo despuĂ©s de almorzar a la sede del Coloquio. La Pecoraro se instalĂł en un borde de la mesa, donde ya estaban mi amiga de toda la vida, que supo revolucionar la red con un diario de tortillera en formato de blog, un chico que, si no entendĂ mal, se hizo puto gracias a los versos, una chica bi que se rehusaba a aceptar cualquier categorĂa salvo las del arte, un traductor de poesĂa inglesa marplatense y la Pecoraro, que repetĂa “yo soy una marica que escribe poemas”. Yo pensĂ© que nadie iba a creerle, vestida como estaba, toda de Adidas (como MartĂn Kohan), y si eso es una marica no sĂ© quĂ© le queda a Pepito Cibrián.
Pero parece que estaban en una contienda de acción afirmativa: “yo soy”, “yo soy”...
Al final me parĂ© en el medio del salĂłn y gritĂ©: “¡Yo soy Soy!”, y me fui corriendo a conectarme a contactossex a ver si conseguĂa donde dormir esa noche (estaba sin reserva). VolvĂ con un par de nĂşmeros agendados para arreglar más tarde y me encontrĂ© con que estaba hablando una eminencia local de los estudios literarios, el Prof. Giordiano, que exploraba otra categorĂa, reconociĂ©ndose como “hĂ©tero curioso”. Todo en primera persona. Me temblaron las patas y tratĂ© de acordarme si lo habĂa visto en algĂşn chat, pero mi memoria, con las pastillas, está muy dañada.
Me propuse seguirlo cuando terminara la jornada. Lo hice disimuladamente y me subĂ al mismo colectivo que tomĂł en la puerta de la facultad donde el evento se desarrollaba. TratĂ© de comprobar si era sensible a la apoyadita, pero nada parecĂa sacarlo del ensimismamiento en el que se encontraba. Cuando decidĂ bajarme del colectivo, no sabĂa dĂłnde estaba ni cĂłmo volver al lugar del evento porque no me habĂa fijado quĂ© lĂnea habĂa tomado. La noche era cerrada y apurĂ© el paso en la direcciĂłn que a mĂ me parecĂa era la del centro, que siempre suele coincidir con el paso de algĂşn chongo mesmerizante. Esta vez mi instinto fue infalible y acabĂ© (en todo sentido) en los escalones del Parque España, mientras el chongo se ajustaba el indisimulable paquete que habĂa sido mi estrella de BelĂ©n en la noche rosarina. Ya listx para la cama, volvĂ a los tumbos donde la Pecoraro terminaba de cenar con unas amigas con bigote. No se mostrĂł preocupada por mi ausencia, lo que me resultĂł un poco hiriente. A mi demanda de un lugar para pernoctar me ofreciĂł el cuarto de su hotel, ya pagado, dado que ella habĂa decidido volverse a Buenos Aires esa noche (si deja a su novio una noche solo, lo pierde).
A la mañana siguiente, me atiborrĂ© en el desayuno y con eso calmĂ© la ansiedad matutina. En el evento seguĂan con la calesita de las categorĂas, pero esta vez me encantĂł escuchar una nueva: “asexual”. No sĂ© quĂ© militancia se podrĂa organizar a partir de esa nociĂłn herĂ©tica, pero me enamorĂ© de ella y quise que la asexualidad me acariciara la frente y las demás partes de una vez y para siempre, como a MarĂa Moreno.
No me quedĂ©, por eso mismo, a escuchar la disertaciĂłn sobre el fisting y la lluvia dorada. Antes de que la crecida del Paraná me arrastrara, me fui a la peluquerĂa y me volvĂ a Buenos Aires, con la cabeza radiante de mechitas rubias y de ideas nuevas. Me esperaba un mail de Nikolai Alexeiev, Mamushka, desesperado por la ley de Putin, que la verdad es que me explotĂł cual fallido cohete ruso mal. Me explica mi amigo que el mandatario acaba de sacar una ley que pena con tremendas multas a todo aquel que promueva la homosexualidad entre los jĂłvenes y más todavĂa si lo hace por internet. “¡Pero quĂ© boomerang!, con ese apellido que tiene el muy Putin no va a ganar para multas, apenas lo anuncien en la cadena nacional”, le replico estrenando mi platinado sĂmil Susana. Cuando acto seguido entro en un chat ruso preguntando quĂ© es exactamente lo que el Putin considera “sexo por fuera de las categorĂas tradicionales” me encuentro con una variedad de acorazadas poses y categorĂas que echa por tierra, por barro y por sábanas a todas las estudiadas durante el transcurso del Coloquio. De Rosario a MoscĂş, anoto en mi cuadernito como tĂtulo provisorio de mi prĂłxima crĂłnica y aquĂ levanto vuelo para enseñarles a estos rusos cĂłmo hacer propaganda subliminal y asĂ sortear a ese 88 por ciento que se declara a favor de la prohibiciĂłn.
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