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Viernes, 1 de noviembre de 2013
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La mala educación

“Los abuelos suelen ser mejores que los padres” es una frase del sentido común que algo de razón tiene. La institución del abuelazgo suele aportar a la niñez esa dosis de fantasía, permiso y cariño algo irresponsable que los padres no. Ya lo decía Sofía Gala años atrás: “Mi madre es mejor como abuela que como madre”. El problema es cuando ellos se deciden a saltear pasos hacia atrás. Sumemos a esto una dosis de lesbofobia y tenemos una historia como la que se cuenta aquí. Parece ficción pero es real y sucedió por estos días en Neuquén.

Por Belén Acevedo
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Mi hija tiene cinco años. Yo me tuve que ir con ella de la casa del padre de la nena (él en verdad vive arriba de lo de sus padres) porque ejercía sobre nosotras violencia física, verbal y psicológica. Después de muchas denuncias que intenté hacer, y que ni la comisaría ni el centro de la mujer quisieron tomar, gracias a mi abogada conseguí la orden de restricción. Me acuerdo de que cuando iba a hacer las denuncias lo minimizaban diciéndome: “Bueno, pero no te va a matar”. Viviendo separados, la violencia (venir a casa y patearme la puerta, perseguirme por la calle, esperarme a la salida del jardín de infantes en el que trabajo, insultarme por teléfono) se mantuvo. Y recrudeció cuando él se enteró de mi orientación sexual y mi relación con Mirta. Desde mayo, la restricción para que no se nos acerque se hizo efectiva. Al régimen de visitas lo pactamos con los abuelos paternos, ya que él nunca manifestó intenciones de formar parte. De todas maneras puede verla a la nena cuando se queda con los abuelos paternos los fines de semana. A principios de agosto, me mudé con Mirta y la nena. Desde el momento en que nos mudamos las tres juntas, el clima con los abuelos paternos se puso cada vez más denso. Publicaban frases lesbofóbicas en Facebook, cosas en referencia a la nena como “que Dios te proteja, mi ángel” o “no vamos a parar hasta tenerte con nosotros”, como si no se tratara de una niña sino de un objeto. También publicaban insultos hacia mí y hacia mi novia. A pesar de esto nunca les negamos ver a la nena y mantuvimos con ellos una relación de respeto.

Acordamos que ellos podían verla una tarde de la semana y los fines de semana ella se quedaba a dormir en lo de ellos. Cada vez que la nena volvía de la casa de esta gente, traía ideas que nunca le habíamos escuchado, como “para que sea una familia es necesario que haya un papá”, “el abuelo dice que no puede haber dos mamás”, “lo que nosotros tenemos no es una familia de verdad”. Obviamente el tema nos preocupaba y lo charlábamos con ella, que enseguida ese mismo día, al volver a su casa, olvidaba esas cosas horribles que le decía esta gente. También decía que los abuelos le habían dicho que la policía les pega a los chicos (porque Mirta es policía). Siempre la escuchamos, la dejamos expresarse y en todo momento le preguntamos cómo se sentía al cuidado de Mirta y del mío. Todas las decisiones que tomamos fueron teniéndola en cuenta y preguntándole si se imaginaba un hogar en el que pudiéramos vivir las tres. A pesar de estas cosas feas que le decía esta gente, nunca dejó de ir a visitarlos. El último fin de semana llevamos a la nena a la casa de sus abuelos y el domingo a la noche, metiendo excusas, nos pidieron si la nena se podía quedar un día más. Cuando el lunes 7 de octubre averiguo que la nena no había ido al jardín, nos desesperamos. Llamamos a esta gente al celular y no nos atienden. Finalmente atienden y nos dicen que no nos van a devolver a la nena porque le hace mal vivir con nosotras. Vamos hasta allá y nos gritan desde la entrada que no nos la van a dar. Yo sólo logro ver a mi hija a través de una reja, le grito que la amo y la extraño, y la nena me responde que también. El abuelo nos dice luego que el nuestro no es un ambiente saludable, ni seguro, y que por eso se la van a quedar ellos. Me reprocha “yo te dije mil veces que hicieras las cosas bien” (se refiere a que según él no tendría que haber dejado al tipo que me golpeaba, hacer las cosas bien hubiera sido no blanquear mi lesbianismo y menos que menos irme a vivir con Mirta). “Hiciste las cosas mal y eso tiene sus consecuencias”, me dice. El martes 8 de este mes iniciamos los trámites para pedir la restitución inmediata de nuestra hija. Nosotras ya somos grandes, ya pasamos muchas de estas cosas, más maltrato no nos va a matar, pero acá el daño se lo están haciendo a ella. La tuvieron secuestrada y no sólo no le dejaron verme sino que tampoco la mandaron al jardín durante más de una semana. Ellos supuestamente nos hicieron denuncias por maltrato, no pudimos leer ni conocer su contenido, sabemos que esas denuncias deben llevar certificados médicos y pericias psicológicas. Algo que no existe. Toda una semana tardó la Justicia provincial en restituirnos a la nena después de una Audiencia, que conseguimos asesoradas por la Mesa de la Igualdad de Neuquén y la agrupación neuquina MalaQalaña. Sin embargo, todavía debemos pautar un nuevo régimen de visitas con estos abuelos que nos dijeron que no van a parar, que lo nuestro no es un hogar y que van a pelear por sacarnos la tenencia.

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