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Viernes, 21 de febrero de 2014
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Miren cómo tiembla

Ellen Page y el closet de las estrellas

Por Liliana Viola
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La felicitan, la aplauden, le agradecen, esta semana alcanza el tope de Google. La señalan, la insultan, la defienden, se abandona el episodio en unos días y ella pasa a engrosar una delgadísima lista de actrices hollywoodenses que lo hicieron: Ellen de Generes, Cynthia Nixon, Sarah Gilbert, Jodie Foster. Un detalle: en la confección de esta serie no se deja nunca de consignar al pie que “así les fue”. El nombre Ellen Page por un tiempo va a estar ligado a la palabra closet con los verbos de rigor, como si desde la época en que la homosexualidad fue delito o enfermedad no hubiera pasado un día: confesó, declaró, reconoció, admitió, asumió. Se señala históricamente, desde el activismo con el que ella misma se declara contenida y agradecida, la importancia del ejemplo en otras personas menos famosas y más vulnerables. También es cierto que estos tiempos, a pesar de la resistencia a las leyes de matrimonio en Estados Unidos y de las aberraciones del conservadurismo ruso, por citar dos ejemplos, no son los mismos política y estratégicamente que cuando el feminismo de los setenta decía con sus actrices francesas “Yo aborté” o cuando Harvey Milk llamaba a un desclosetamiento masivo como política de choque, de liberación y de reclutamiento de aliados. El closet se ha ido apolillando con militancia, con epidemia, con avances legales, retrocesos de ciertas convicciones de la ética y de la ciencia, con Internet, con vida cotidiana, entre otros movimientos. Y entonces, sin restar mérito, Ellen Page aparece como un eslabón individual en una cadena de famosos que se definen de a uno pero en el marco de una diversidad que hoy se vislumbra más amplia y ninguneada. Es que en esa soledad hay algo que hace más ruido: bajen el sonido y mírenle los hombros, cómo mueve las manos, miren cómo tiembla, cómo los músculos de la cara se concentran en contener el llanto. Idéntica secuencia seguramente involuntaria por más súper actrices que sean se cumple en el video de Jodie Foster durante los Grammy. Una estética tortuosa de la institución salida del closet, gramática que incluye un inocultable dolor, un sentimiento heroico, el púlpito y la cucharada de jarabe ácido a la hora de cumplir con el rito que —oh paradoja— celebran tanto los buenos como los malos y que Ricky Martin surfeó mediante la red social. Suban el volumen. Los dos discursos reservan para el final, para regodeo de la audiencia que disfruta del suspenso, la frutilla de la confesión. A una se le marcó, además de la demora, que no pudiera ni pronunciar la palabra lesbiana y a la otra se la aplaude de pie, a sus 26 años, cuando por fin lo larga: “Estoy aquí porque soy gay”. Como si se midiera el valor del acto por los destrozos ocasionados, hay salidas consideradas más valientes que otras. El que se sopese la calidad merece al menos el beneficio de la sospecha. Algo huele mal en el temblor, a penitencia, a ceremonia sacrificial. Preguntarse por la institución salida del closet, lejos de justificar el closet, es una exigencia por un menú de acciones más variadas. Salir... ¿Y por qué no también dinamitar? ¿Disolver en situaciones, poses, gestos tan cotidianos como los que disfruta el resto de las estrellas? Sale por convicción, dice Page, y por todas las razones que hacen del closet un tormento. Pero también por la expectativa, aunque silenciosa según ella misma aclara, de los responsables de Human Rights Campaign, cuyo organizador la felicitó a través de las redes sociales. Felicidades Ellen Page. Para que esta ceremonia ya no suceda más. Ya no salir, sino andar suelto.

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