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Tinta y Holita, dos hembras jóvenes y quilomberas que no paran de jugar. Se corren mordiéndose sin morderse. Se acechan escondidas, buscándose para juegos, muy atentas la una de la otra. Se aman. Son las más jóvenes de cinco perros callejeros que adoptamos. Tinta fue la última en llegar, muy cachorra apareció un día con una tormenta fuerte, hace dos años en la puerta de la casa de una amiga. Holita es hija de Ochito. El nombre surgió de algo tan simple como que por entonces teníamos siete perros y él era el octavo. Lo encontró una vecina atrapado en su alambrado, tendría un mes, su cabeza quedó de un lado del rombo del alambrado y su cuerpito gordo no pasó. Lo rescatamos ahí mismo, en un día que no era cualquier día: en un rato teníamos que ir a la inauguración de una muestra nuestra, con todos los nervios que eso implica, en la galería de Alberto Elía y Mario Robirosa. Era 2004, hace justo 10 años. A los pocos años lo llevamos a noviar con la perra de una amiga, y de ahí nació Holita. Además están los veteranos Luisita y Justo. Detrás de cada uno hay una historia sobre cómo llegó y se fue integrando. Ese es el documento que poseen, sus historias que nosotros somos los encargados de contar cada vez.
Los cinco nos acompañan todos los días durante la jornada de trabajo en el taller; ahí instalados se relajan, es el único lugar donde se quedan bien tranquilos, saben que son muchas horas que vamos a compartir. Al movernos de ahí ellos lo hacen también, van donde vamos nosotros. Nos trasladamos como una gran nube, tormentosa por supuesto, con rayos y relámpagos, y a la que se suman dos gatas con carácter: una negra, Jardín, y otra gris, Kim.
Una familia grande, perros, gatos, Juan y yo.
Director de la revista de arte Sauna
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