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Viernes, 16 de mayo de 2014
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Familia animal

Gabriela Cabezón Cámara Escritora y Yuyo Ladrón de zapatos

Por Sebastián Freire
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Yuyo cumplió un año el 7 de mayo, el mismo día que su tía María Moreno. Llegó a mi vida, a nuestras vidas debería decir, una noche de julio del año pasado. Fuimos a la casa de una amiga, la artista visual Marcela Astorga, una casa llena de su amor, el de su marido, de sus hijos –tienen la hermosa costumbre de cocinar juntos– y, esa noche, además, el amor de nueve cachorros que andaban por el jardín a los saltitos, porque los cachorros caminan así: se propulsan con las dos patas de atrás, caen con las dos de adelante. Después dan otro paso igual. Y así. Apenas salí, uno, una pelotita negra con un hilo amarillo, empezó a seguirme. Al segundo cigarrillo, lo levanté. Al tercero, lo llevé adentro y lo dejé acurrucado en mi falda. Luego pasó a las manos de mi pareja. Y al final de la noche, con un par de copas que, se sabe, bajan las inhibiciones, le pusimos nombre, Yuyo, por ese sonido tan rioplatense, la “ye”, y porque es silvestre, nos referimos con eso a que es el fruto de los amores a primera vista de sus ancestros y no de las manipulaciones de un criadero. Y nos lo llevamos a casa. Al día siguiente estábamos un poco perplejas, el cachorro meaba y cagaba en todas partes. Pero también intentaba correr la pelota que le tirábamos y era muy tierno (siempre pienso que en ese sentido la naturaleza es sabia: si no fuera por la belleza y la ternura, casi ningún cachorro, ni siquiera los bebés, creo, sobrevivirían a la furia de sus adultos por la demanda infinita).

Y aquí estamos, con el cachorro hecho una bestia con mucha tendencia al protagonismo. En enero lo llevamos a la fiesta de cumpleaños de mi editor, en una casa con un parque y alrededor de 50 invitados. Lo que más se oyó, mucho más, incluso, que “feliz cumpleaños”, fue “¡¡¡¡Yuyo!!!!”: se dedicó a robar los zapatos de todo el mundo, pero de todo el mundo de verdad, y a meterse en el partido de fútbol en un vano intento de quedarse con la pelota. Digo vano porque no pudo: no le entra en la boca.

Cuando llego a casa baja la escalera para recibirme, agitado, alegre, feliz de vivir. Lo hace con todos. Después de sus paseos duerme siestas. Disfruta de comer, de jugar con los otros perros, de ser acariciado por cualquiera, de correr por el campo, cuando vamos, o por la plaza, cuando se puede. Yuyo, imagino que todos los animales, vive en el presente, y de eso aprendo. Además, es un ser amoroso y alegre y la convivencia con él me ha vuelto, a mí, que prácticamente no había convivido con gente ni mascotas, más amorosa y alegre.

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