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Viernes, 25 de julio de 2014
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SEMILLA DE DIVERSIDAD

El placer como fuerza de resistencia y la pertenencia a una comunidad son dos puntos de contacto entre el activismo Lgbtiq y el activismo cannábico. También se comparte la estigmatización: la información sobre la marihuana y la educación sexual siguen siendo dos temas tabú en las escuelas. SOY entrevistó a activistas que comparten ambos territorios. Además, una selección de cuatro películas queer donde se explora la relación.

Por Diego Trerotola
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Cuando la comunidad gltbiq en Estados Unidos comenzó a dar una batalla fuerte para tratar de concretar algunas de las posibilidades de obtener una ley de matrimonio inclusiva a nivel nacional, uno de los gestos de expansión social de las consignas afirmativas fueron las remeras estampadas con la frase “Legalize Gay Marriage”, síntesis del reclamo que se volvió casi una moda que traspasó las barreras del activismo. Frente a esta expansión apareció una suerte de remera alternativa, que tenía tanto de burla como de afirmación de otra forma de cultura, donde se cambiaba la frase original por “Legalize Gay Marijuana”, sumando a la diversidad sexual al movimiento por la legalización de la cannabis. Esta contrapropuesta puede ser atribuida a quienes simplemente quieren ampliar los tópicos de la cultura Lgtbiq, pero también a quienes desde una posición queer todavía huyen a una visión asimilacionista y ponen en crisis los valores del matrimonio en busca de una forma más libertaria de relacionarse social y sexualmente. Cuando surgió, a principio de los ’90, el movimiento queer, especialmente su veta más punk, se enfrentó a la visibilidad reduccionista de la comunidad gay-lésbico que planteaba una forma reaccionaria de hacer pública la orientación sexual, “limpiándola” de rasgos que fuesen negativos para la mayoría como el uso de drogas recreativas. Antes, desde los márgenes del movimiento punk y veinte años después desde una remera que se vende por Internet, el vínculo entre cultura canábica y comunidad lgtbiq se fue expandiendo y haciendo más visible. Pero, ¿qué pasa en la comunidad Lgtbiq de nuestras tierras? ¿Plantan semillas de cannabis o no? ¿Crecerán mil flores diversas?

No hay duda de que en los últimos años hubo un desarrollo de la cultura cannábica en Argentina, principalmente en la promoción del autocultivo, que se concretó principalmente alrededor de dos revistas, primero la THC creada en 2006, seguida luego por Haze, verdaderas gestoras de un activismo cultural de la marihuana. En cuanto a la visibilidad marica cannábica, hay que reconocer como tótem fundamental el underground de los ’80, cuando Fernando Noy, el máximo “poeta mariguanero” local, como él mismo se define en una nota con María Moreno, desencajaba junto a su troupe la moralina para crear una nueva dimensión de la experiencia teatral. De hecho, Alejandro Urdapilleta, estrella de la troupe Noy, fue elegido para una de las tapas de THC de hace algunos años, entrevista que hoy forma parte del legado de su libertad. Pero esa forma creada a partir de un arte que salía de la anestesia general de los lugares comunes para referirse a la marihuana como un mal, nunca tuvo gran correlato firme y sostenido en relación con el activismo. Pero ahora, parece que las cosas están cambiando. La Agrupación Agricultores Canábicos Argentinos (AACA) tiene entre sus activistas a muchas personas de la comunidad LGTB, además de articular con muchas organizaciones de la diversidad sexual en sus acciones. Tal vez esto signifique la primera unión institucional entre cultura Lgtbiq y cannabis en Argentina. En los últimos años, AACA, junto a la Mesa Nacional por la Igualdad y la Asociación Rosarina de Estudios del Cannabis (AREC) redactaron un proyecto para que se modifique la ley 23.737, para despenalizar el cannabis y separarla del resto de las sustancias para que finalmente se llegue a la despenalización y posible regulación. También se exige la amnistía para presxs y precesadxs por cultivar como reconocimiento a lxs miles de cultivadorxs presxs y procesadxs por su elección. El de AACA es el único proyecto de regulación presentado en el Congreso Nacional y tiene la firma de la diputada del Frente para la Victoria Araceli Ferreyra, quien le dio el estado parlamentario. Además, una de las más importantes tareas de AACA es disolver los mitos sobre la marihuana, amarillismos que sólo piensan las relación de las drogas recreativas con la muerte y la destrucción del cuerpo, todas falacias que conducen a generar miedo pero no a educar en el consumo responsable y la reducción de daños.

Humo visible

El vínculo de AACA con el activismo Lgtbiq en Argentina motiva la pregunta de si hay una relación estrecha entre ambos. La respuesta por default de sus miembros es aludir al artículo 19 de las “acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública”. Pero Julián Peré, de 51 años, que cultiva hace 5 y consume hace 20, sostiene que “el primer punto en común es que ambos grupos son una minoría que han sido discriminados históricamente por decisiones personales que no afectan a los demás. A partir de ahí ha habido construcciones para hacernos parecer como los raros, los peligrosos. Tanto seamos cannábicos o de la diversidad sexual, lo que ve la gente es a un desviado o inmoral. Con el trabajo que se va haciendo a través del colectivo es que se va logrando un avance en cuanto al cambio de esa estigmatización. También en las personas que consumen cannabis hay historias similares a lo que podría pasarle a una chica trans, a una lesbiana o un gay que cuando se enteran de uno de los problemas, son familiares, te echan de la casa o te tratan mal o como si fueras un enfermo.”

Para Marcy Herrera-Sander, en cambio, lo primero que reúne al activismo LGTB con la cultura cannábica es la visibilidad. Ella es una joven trans de 27 años que participa tanto en AACA como en la ONG Mujeres del Pabellón. “La juventud LGTB que yo conozco apoya muchas causas, entre ellas la legalización del consumo de cannabis, no sólo porque estamos de acuerdo sino porque hemos notado que se ha abierto más, porque antes era una cultura más de los varones y en las organizaciones cannábicas solamente se veía a ‘la novia de’ o ‘la hermana de’ que se acercaban y ahora hay más mujeres y más miembros del colectivo LGBT que se animan a cultivar. Hay más diversidad visible.”

Actual presidente del Club de Osos de Buenos Aires, Juan Bautista se sumó a AACA y su experiencia de la visibilidad también es una militancia puertas adentro con su propia comunidad: “Al cannabis lo descubrí dentro de la comunidad LGBT hace diez años y tengo casi cuarenta. Y antes mi visión era muy pacata, la veía con una droga marginal. Y no sólo la consumo, ahora también la cultivo hace un año, que es mejor. Y ahora me encanta tener sexo y fumar marihuana, que es la parte más copada. Como presidente del Club de Osos, mi postura con respecto al consumo de cannabis y la visibilidad es difícil dentro de la organización en la cual milito. Aunque yo me visibilizo como usuario, es un poco difícil incluir en ciertos colectivos incluir esta cultura del cannabis y del consumo. El Club de Osos, que es un grupo más formal y hay gente que tiene una visión general más conservadora y es más complicada la visibilización”.

“Es una doble estigmatización la que sufre la gente de la diversidad sexual y que decide consumir cannabis. Por un lado salir del closet, que para nosotros los cultivadores es salir del indoor. Exponerse a un montón de prejuicios que tiene la gente”, dice Rossana Zappia, de 38 años, que viene del movimiento humanista antes de sumarse a AACA y cultiva desde hace cinco años. La propuesta del autocultivo tiene que ver con una política sostenida de reducción de daños, tanto para salir del narcotráfico como forma de exposición de las personas a experiencias de violencia en los márgenes, como para evitar que el “prensado” esté adulterado con sustancias tóxicas por ciertos dealers.

“Con respecto a esto de visibilizarse, cuando se armaron las audiencias públicas de Drogadicción y narcotráfico hace dos años, una de las cosas que nos preguntan es quiénes éramos, porque justamente éramos invisibles. A partir de ahí ya superamos los dos años de estar en la esquina del Congreso, en Rivadavia y Callao. Y en ese proceso de visibilización, donde nosotros consumíamos, por supuesto, aparte de hablar con la gente. De la misma forma que en la comunidad GLTB está eso de darse besos públicamente como protesta, nosotros fumamos en la calle y dialogamos con la gente que pasa como una visibilización de que seguimos siendo nosotros mismos”, concluye Peré.

Cultivar el goce

Tal vez el pensamiento más lúcido sobre la relación drogas, política y diversidad sexual esté trazado en el ensayo Poesía y éxtasis, de Néstor Perlongher, publicado en 1991: allí se reflexiona sobre la condición comunitaria de la ayahuasca como oposición a “ciertas drogas solitarias del capitalismo” que plantea Félix Guattari. Actualizando algunas ideas que estaban en potencia en narraciones queer de William Burroughs, en plena crisis del sida, Perlongher enrocó el éxtasis de la ayahuasca con el del sexo como gesto de hedonismo con dimensión político-libertaria. Noy, cómplice y heredero de esa gesta perlongheriana, sigue en sus crónicas y performances de cannabis y orgasmo orgiástico, esa entrega gozosa a una cultura comunitaria anticapitalista. Tal vez lo que más lo reúna con la mejor parte del activismo cannábico y el Lgtbiq es una manera de entender el placer como una proyección política de resistencia que se opone a formas asfixiantes de la cultura actual como ciertas religiones y los rasgos más opresivos del capitalismo. Ahora, cuando todavía es ilegal, el autocultivo es una cultura que floreció como alternativa comunitaria, donde los grupos se reúnen a intercambiar semillas, plantines, compartir flores de distintas cepas. Una economía alternativa, un club de trueque totalmente fuera del mercado del narcotráfico.

“La marihuana lo que tiene es que, al ser una planta, que no necesita un proceso industrial alrededor como la cocaína, genera una subcultura alrededor, la cannábica, que tiene mucho que ver con la concientización de uno sobre el mundo. Esta es una semillita que ponés, la ves crecer, eso te hace toda una relación con la tierra, la naturaleza y la otra gente, no es una sustancia individualista. Cómo se consume el cannabis: el carioca, eso de armar un porro y pasarlo, no lo consume uno solo”, explica Peré vinculando ese ritual cotidiano de la fumata colectiva, de pasar la tuca en la ronda como gesto de hermandad. “Los tiempos de la planta no son los del ser humano que vive en tiempos del consumismo y que quiere todo ya y salimos y lo adquirimos. Con la planta no sucede lo mismo, uno tiene que esperar nueve meses, toda la etapa del crecimiento, hasta poder consumirla”, dice Zappia pensando al autocultivo como escapatoria del consumismo express de estos tiempos.

Eluney tiene 26 años, es visible como lesbiana y como consumidora y agricultora de cannabis desde hace un año, y también pertenece a AACA. Para ella, “la planta es totalmente sexual, cuando te involucrás con la planta te involucrás con su círculo reproductivo, con todo lo que genera. La marihuana y el autocultivo para mí es convivir, compartir, integrar”.

“Como hay una figura que es la apología, con la marihuana pasa lo mismo que en la educación con el tema sexual: muchas escuelas se resisten a educar sobre el tema, a dar y recibir información, porque ni siquiera se puede hablar. Y creemos que es un tema que hay que tratarlo desde chico. Cada persona debe evaluar el consumo que debe realizar según la vida que desarrolla: creemos en el uso responsable. Es una elección de un elemento de placer, como puede ser el sexo. Es más, cannabis y sexo están relacionados, inclusive desde la parte antropológica, porque en muchas culturas se relaciona fumar cannabis de determinadas variedades con poder entregarse a ciertas sensaciones físicas que exacerban. Por eso, muchas veces la prohibición tiene que ver con que desde el punto de vista de las religiones siempre el placer tiene que estar racionado y entonces están en contra de la libre disposición de acceder al placer de las personas”, concluye Peré. Tal vez, en tiempos post matrimonio igualitario y Ley de Identidad de Género, cuando ya algunos de los derechos fundamentales están garantizados, el activismo Lgtbiq vea en la cannabis una puerta de acceso para profundizar en las libertades del goce.

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