San Telmo estaba gris y caĂa una lluvia fina, esa garĂşa molesta e insistente que tantas veces me arruinaba el dĂa. SalĂ de casa con una sola meta, dispuesta a no dejarme tentar por mis bestias. Esta puta vez mis bestias no me harĂan ceder aunque sufriera las tentaciones más diversas.
LleguĂ© al cĂber y con la velocidad masturbatoria de mis diez dedos aliados seleccionĂ© todos los textos de mi blog para meterlos en un CD y hacer el correspondiente registro.
El material era bastante y se hacĂa la hora del cierre, eran casi las 13 y cerraba 13.30. Llego sobre la hora, empujo la puerta de blĂndex. Pregunto. Una rubia joven y amable me alegra el dĂa entendiendo que no todos los empleados pĂşblicos tienen que tener cara de oler mierda. Me informa. Veo de refilĂłn a un trĂo de canas que se comentan algo en secreto y uno me mira. Mantengo la mirada. La ley la baja haciĂ©ndose el mononeuronal. Eran sĂłlo esos humanos pedorros que hacen la carrerita para ser alguien. Una era mujer. Bah... se supone. La torton poli le decĂa a otro con cara de chusma barrial que yo era un trava... Perceptiva, inteligente y rápida como un rayo, el femenino en cuestiĂłn. Me desconectĂ© del TrĂo Los Panchos, no era yo MarĂa Martha Serra Lima. A otra cosa mariposa. AleteĂ© hacia otro lado.
LlegĂł mi turno. LlenĂ© el formulario. EntreguĂ©. Me dieron el comprobante y salĂ rajando. HabĂa peleado con mis tentaciones, lo habĂa logrado.
QuerĂa llegar al cĂber de la esquina de casa. Cuando di la vuelta en la esquina de MĂ©xico y Chacabuco, un pendejo preadolescente rubiecito con pinta de gas helio en la cabeza andaba en bicicleta y me mirĂł riĂ©ndose, y, mirando a un amigo que estaba en la esquina, dijo con ojos de costado, disimulando:
–Che... ahà viene Carlito. ¡Qué hacé, Carlito!
Nunca me miró directamente; yo sà lo miré y le grité a él con voz de Edmundo Rivero:
–SĂ, sĂ... Carlito... ¡el que te rompiĂł el culito!
El amigo riĂł y el bocĂłn se sintiĂł ridiculizado.
Me fui a casa a poner un CD de Amy Winehouse. Pensaba irme del mundo a pasear sola por algĂşn lado de mi inconciencia mientras la mĂşsica sonara. HabĂa sido un dĂa lindo, a pesar de ciertos detalles no tan Ănfimos. El pendejo en bicicleta: no sĂ© quĂ© futuro tendrĂa, si comprarĂa alguna propiedad con los años, si saldrĂa chorro drogadicto o serĂa intelectual... CĂłmo saberlo, la vida nos da sorpresas y lo más probable era no cruzarlo nunca más. Pero no pintaba Picasso de eso, seguro... Quizá sĂ, Pijazo.
QuĂ© me importaba si pintaba o no pintaba. Yo pensaba aferrarme a una brocha gorda humana, para que la vida me usara de lienzo al terminar el dĂa y deslizara sobre mi cuerpo una satisfactoria y erĂłtica pincelada.
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