Imprimir|Regresar a la nota
Sábado, 8 de noviembre de 2008
logo soy

Con plumas hasta en la lengua

Desde los años ’60, la legendaria Gran Marcova y el poeta Fernando Noy protagonizaron efervescentes escenas en teatros, cuevas, sótanos, calles y alcobas. La Marcova, ovacionada desde sus inicios en la Botica del Angel y en los ’90 dirigiendo la galería de arte del Morocco; Noy desde sus inspiraciones en Mantrana 7000, junto a Alejandra Pizarnik y Marosa di Giorgio, sutil dinamizador cultural en Bahía, protagonista de la movida underground. Ambxs siguen así, atrapadxs por sus musas y dando batalla en esta conversación-reportaje, donde Noy pregunta todo y Marcova responde más.

/fotos/soy/20081108/notas_y/nm.jpg
Gran Marcova y Fernando Noy

–¿Sigue intacta tu pasión por la lírica?

Es cada vez mayor. Veo ópera desde niñita. Nicolás Pinkus acaba de regalarme además de todos los leaders de Erik Satie cantados por Regine Crespin, un inhallable disco de Kurt Weill interpretado por Teresa Stratas. Para mi tesoro de casi cuatrocientos discos y CD entre los que guardo diversas versiones de Norma por María Callas. Cuando la diva estuvo en la Argentina, recuerdo que fue entrevistada por un par de periodistas culturosos. Ellos enseguida derivaron la charla hacia obvias cuestiones relacionadas con Onassis. María respondió con otra pregunta. Ella quería saber si la nota era para una simple revista de chismes o “para la página que voy a comprar en la historia del arte”. Ese comentario suyo los dejó sin argumento. Igual, ya he olvidado muchas otras anécdotas porque con el tiempo la memoria se hace trizas. Charlando con la Federico Klemm coincidimos en que seguro, por sacadas, al final acabamos borrando el 50 por ciento de lo que vivimos. Veo que amigas de larga data dejan algunas frases truncas, aunque de todos modos pienso que puede ser tan brutal como liberador que al fin llegue el olvido. La desmemoria a veces te libera y como tampoco aparece por propia decisión, olvidar puede ser la puerta de un nuevo y máximo placer.

–Los griegos bebían el nepente, una especie de opio para no recordar cuando perdían una batalla o alguna otra cosa...

Y lo harían sobre todo ahora, cuando casi todo está perdido. Anoche vi una entrevista con Bergara Leumann donde ella evocaba a Borges. Como se había hecho amiga de Fellini, éste le había pedido contactarse con el escritor para que hiciera el prólogo para una de sus películas. Desinteresado, Borges advirtió que ni loco escribiría, ni opinaría nada, pero sugirió que podía usar alguna frase del Dante. Sólo Borges era capaz de hacer algo así. Mucho después, cuando alguien le reprochó su evidente desinterés, Borges comentó asombrado: “¿Yo dije eso?”. Es que siempre te quieren agarrar con algo que dijiste y, al fin de cuentas, uno cambia permanentemente de ideas. Yo, por ejemplo, en mi adolescencia estaba volviéndome prácticamente franquista.

–Como Coccinelle, la primera operada de la historia a la que el terrible caudillo le permitió abrir su cabaret de travestis en Barcelona.

En mi caso sucede que me tocó vivir a los diecisiete años en un palacio con muebles franceses originales donde, entre otras reliquias, atesoraban abanicos firmados por la Lord Byron, y muchas cosas así por todas partes, entre ellas incluso la Guía de la Corte española y su Protocolo. Ellos eran totalmente franquistas y yo no tenía la más remota idea del horror provocado por este asesino. Al enterarme del fusilamiento de Lorca se me cayó el velo y supe de la existencia de campos de concentración, entre otras atrocidades. Justo yo, que nunca logro leer ninguna biografía del poeta hasta el final. Realmente no resisto el recuerdo de ese crimen. Pienso en el terror del puto bajo la cama cuando llegaron a asesinarlo y paso a considerarlo como una santa masacrada.

–Entre las trolas mitológicas, ¿cuál fue la máxima de todas?

¡Ay! Es un tema que se vuelve difícil. Justamente hace poco, con un grupo de amigas reunidas nos hicimos esa pregunta. Luego de mucho pensar, al fin coincidimos que nuestro puto máximo fue Oscar Wilde. Tengo su obra completa en papel biblia, y junto a los poemas de Lorca las consulto como a oráculos. Es un modo maravilloso que me respondan. Aunque la mayor adoratriz del divino bulto, como decíamos antes, es Franco Zeffirelli.

Con el clítoris en el cerebro

–¿Cómo surgió tu nombre?

En los ‘60, Pablo Menicucci realizó una muestra de maniquíes tipo Casa Leonor y los pintó estilo art déco. Cada uno tenía su nombre inventado. Al mío le puso “La Gran Marcova” y así me quedó. Eran tiempos en que me sentía tan viva, aunque la muerte estuviera a la par.

–Explicame mejor eso.

Al desbordarte y vivir con tanta desmesura se aprende muchísimo. Una noche, en San Miguel, me puse a coger con un chongo entre las vías del tren y de pronto escuché el silbato de una locomotora casi encima. Nos salvamos de milagro. Otro ejemplo de vida y muerte fue aquella vez cuando después de levantarme tres colimbas los llevé hacia un espacio cubierto de yuyos. De pronto vi que desde esos pastizales comenzaron a aparecer un montón de cabezas, tantas... que salí corriendo... Porque, la verdad, eran demasiados. Uno que casi me alcanza logró asestarme tremendo trompazo en la boca. Hacía muchísimo frío y, medio desnuda, logré zafar finalmente. Volví a Retiro con los labios heridos apoyados sobre el vidrio helado de la ventanilla. Luego de lavarme en la fuente de la Torre de los Ingleses, me socorrió la Salinas en su casa. Ese momento de vida tan intenso estaba completamente ligado con la propia muerte. Por eso pienso que hoy, tan llena de miedos, soy una mediocre.

–¿Cómo descubriste que eras seropositiva?

Fui directamente con sida declarado hacia el Fernández. La soberbia me impedía realizar el análisis y ya hacía diez años que andaba como una bomba de neutrógeno por la vida. Cuando tuve la dicha de conocer a la gran Alejandro Kuropatwa, ella me confesó de inmediato que era portadora. Lo expresó con tanta naturalidad que al principio no le creí. Pensé que lo decía por moda, o para no sentirse menos que la Rock Hudson. Si no me hubiera mordido un gato, jamás hubiera detectado el asunto. Por eso, como afirma la Tennessee Williams, siempre hay que confiar en la bondad de lo desconocido.

–¿Enseguida iniciaste el tratamiento?

En ese difícil momento no sé por qué ninguna de mis grandes amigas estaba cerca. Gustavo Garat tuvo la gentileza de llevarme al hospital. Pedro Cahn lo primero que me preguntó fue si yo tenía relaciones homosexuales. Le respondí: “Mire, si vamos a empezar con pavadas, mejor me vuelvo a mi casa”. Cahn me respondió que yo, con semejante humor, ya tenía la mitad de la enfermedad vencida. En dos meses logré negativizarme. Hoy tengo las defensas como si fueran las de Ginóbili.

–¿Y tu ánimo?

Quedé bastante traumada, al extremo de haber tenido un regio chongo con el cual casi por un año no me dejé penetrar, porque además me dolía de manera impresionante hasta la punta de un dedo. Otra sabia loca me dio la posta al aconsejarme que buscara una pija muy grande, porque duelen menos. Y era verdad el dato que le agradezco hasta ahora. Después me puse tan porno, que el chongo hasta dejó de mirar el canal Venus. Yo le susurraba: “Haceme llorar, papito. Matame y pegame en el traste”. Es que generalmente las personas son demasiado aburridas para coger y a mí me encanta jugar con los límites del sadomasoquismo. También tuve un amante casado que al darse cuenta de mis nuevos placeres me asestó un sonoro cachetazo. De inmediato actué la típica pregunta: “Ay, ahora, ¿por qué me pegás?”. El respondió que por las dudas. Yo soy un eunuco pura sangre, una pasiva total que ni piensa en el Viagra. Además, al clítoris lo tengo en el cerebro.

–A propósito, las pasivas parecemos cosa del pasado.

Igual, una no puede actuar tan pasivamente, sobre todo si te gustan los machos heterosexuales. Para conquistarlos hay que hacer lo imposible. A mí me gusta el chongo de verdad, tiernamente, inconsciente, el chongo buena leche. Eso sí realmente me seduce, no estoy tan enferma. Igual, con el tiempo descubrí que si en el fondo el macho no te tiene un poquito de odio, no te coge. Vanessa Show es la que me dijo una vez que a pesar de las plumas, cuando un puto se enoja, lo hace como hombre. Y es verdad: sólo por cuestiones de erotismo yo me enojo como mujer, caso contrario, puedo llegar a parecer Lindor Cobas el cimarrón. Otro detalle al respecto: con ya casi medio siglo de puto, jamás me pasé un rockero.

–¿Por qué?

Ellos se hacen los amigos, los buena onda, son tan abiertos... Les quedó el síndrome de Woodstock. Te tratan bien, pero no tienen esas actitudes de base que los putos prefieren. Además creen que si les chupás la pija, están incurriendo en un acto homosexual. Pensar de ese modo es algo de pelotudos. Si hasta en las cárceles hay mucho macho activo montándose entre sí. Tampoco en el fondo me interesa tanto este asunto. De verdad me preocupa más cualquier animalito sufriendo alguna injusticia.

A la recherche

–Rebobinemos hasta recordar tu primera pareja.

Hace siglos. Duró veinte años, y era la primera vez que al fin se daban el amor y el deseo. Lástima que acabó metiéndose demasiado con mi familia. Especialmente con mi padre, al que llegó a botonearle que yo le daba drogas, que yo lo drogaba. Además tenía tantos rollos que debí hacerme cargo de su torturada mente, de sus “proyectos”. Yo prefiero dejar estos asuntos solo en manos de la magia.

–¿Con él te iniciaste sexualmente?

Para nada. Dejé de ser virgen aproximadamente a los 11 años. Sabía mucho del tema porque robaba libros de la biblioteca de mi padre con títulos como Onanismo y homosexualidad, además aquellas fotos porno de entonces que siguen siendo las que más me erotizan. Igual era una niña rara porque, para darte un ejemplo, me calentaba con Fernando Ochoa. Nada de los Beckham o Brad Pitt de aquella época. Recuerdo una noche en que la inolvidable Batato Barea me preguntó con suma curiosidad qué era para mí eso de ser mujer. Le respondí con una frase que no olvidaré jamás: “Ser mujer es una danza eterna”. Al escucharme, la Batato lloró.

–Ese estilo sobrevive con nosotras.

Sí, pero igual siento que estoy completamente pasada de moda. No me hago drama, ni me preocupo, porque en verdad me encanta juntarme con todas las sesentonas, que me parecen más geniales y divertidas. Las verdaderas divas. De algún modo ya podemos sentirnos putodontes. Igual, con el surgimiento de probables geriátricos para homosexuales en la tercera edad, no creo que pueda soportar la convivencia. Me pelearía con todas. A mí me encantaría terminar en la Casa del Teatro.

–Según Pedro Lemebel, la gran escritora chilena, ya estamos en la era del abuelazgo travesti.

Y es así; pero igual, por sobre todo, no digamos la edad. Volviendo al tema de nuestra prehistoria: eso de investigar qué hacés en la cama, ya no funciona. Mirá si al camionero que cruza por el barrio vas a ser capaz de preguntarle si es pasivo o activo. Uno lo capta fuera de las palabras. Incluso si sos uno de esos de este raro estilo de la musculosa, ese puto que pasa todo su tiempo en el gimnasio, ¿sabés el mamporro que se liga? Yo de adolescente era bastante estúpida pero, gracias a Dios, evidentemente femenina. Por Santa Fe o Charcas todas yiraban con mocasines de Guido, traje y chaleco. Andabas estilo puto fino y era cuando más presa caías, porque realmente no hay nada más ridículo que ver a un puto disfrazado de hombre. Justo la semana pasada, como en casa había familiares de visita, tuve que respetar y fui hasta el quiosco en Villa Solano donde vivo, vestida de hombre. Daba una imagen de gordito boludo asexuado, y estoy segura de que por eso enseguida me asaltaron. Si hubiera salido moviendo las tetas y el culo a esta hora ya estaría casada con alguno de esos tipos y todos ellos robando para mí. Porque si es necesario también soy del palo, como comentaban los taxi-boys de hace décadas. Me consideraban una par, por osada y escandalosa.

–A propósito, el yiro por Lavalle ha cambiado mucho...

Absolutamente. Hoy es una especie de under criminal y sin poesía. Realmente trágico. No volvería a yirar para nada, ni tampoco creo que caminaría por ahí. Es una ruleta rusa, como cuando de noche cruzo Plaza Constitución a tomar el taxi comunitario y veo que no hay vez que deje de aparecer alguien con la cabeza rota o recién asaltado.

–Se acabó la segura clandestinidad.

Bueno, siempre hubo problemas. Antes estaba el asunto de la ferocidad policial. Ahora ser puto es normal. En aquellos tiempos, mis lugares de levante favoritos eran los camiones del Abasto o, cuando comenzó a construirse el Hotel Sheraton de Retiro, la playa de estacionamiento de los albañiles. Como logré hacerme amiga del cuidador en su garita, cuando llegaba, él mismo directamente me señalaba a qué camión dirigirme. A los barcos subí pocas veces, pero igual me he pasado multitud de marineros preciosos. Recuerdo el “Yupa, Yupa” que imploraban los brasileños. También, como vivía cerca, yiraba mucho por Plaza Once.

–¿En las teteras de la estación?

No. No entraba en los baños porque por llamativa ligaba mucho. Al respecto, la Salinas me dijo el mayor elogio: “Con vos al chongo no lo habita la menor homosexualidad”. Eran otros tiempos en que capaz llegaba a pasarme catorce hombres por noche. Hasta que en los ‘80 renació la movida desde el Dorado hasta el Morocco. Un movimiento similar al del Di Tella, donde aparecieron nombres de mucho talento como la Sergio De Loof, Sir James, Sergio Avello, Las Hermanitas Simón, Cristian Delgado, la lista es interminable. Hoy ni siquiera con ametralladora sería capaz de entrar a la disco Amerika. Nada que ver a cuando fui curadora de la Galería Plástica en Morocco.

–Como una especie de Gertrude Stein posmoderna.

Exacto. O una Ruth Benzacar incomparable. Las primeras muestras de Dino Bruzzone, Marina de Caro o Danny Juglar, que ahora viaja cada año a exponer en Nueva York. A pesar de todo la vida ha sido muy generosa conmigo. Mi psiquiatra, que es realmente genial, me preguntó: “Si te sentís tan hermosa, tan hermosa y amada, yo no sé por qué venís a verme”. Le respondí que ese barrio me pone así. Para visitarla tomo el 17 en la zona sur y bajo en Callao y Quintana; cuando llego a su consultorio me siento Amalita.

La vida en show

–Hablemos de tu primer show en La Botica del Angel.

Fue un espectáculo muy especial con Gioia Fiorentino y Marcia Moretto, entre otros. De tan drogadas, los ensayos eran un show aparte. Todo cambiaba cada noche y, aunque jugábamos mucho, no jugábamos tanto como ustedes en el Parakultural, ya directamente chifladas, con una desmesura total que las volvía realmente geniales. Nosotros teníamos que parar en cierto límite. Mi último show fue no hace mucho invitada por Alfredo Arias como estrella de music-hall vestida por la talentosa Gustavo Ros, que utilizó enormes plumas rojas, lentejuelas azules y gran abanico de plumas blancas. En la cabeza llevaba una especie de Torre Eiffel de casi dos metros de altura. Montada así contaba mi historia.

–¿Y cómo la resumías?

Gracias al texto escrito por Alfredo Arias, tan genial que no tuve necesidad de modificarlo. Me presentaba como una especie de bailarina que acababa de llegar de Bielorrusia y descubría con gran asombro una parrillada con chorizos, morcillas y chinchulines. Todo recitado como si fuera Berta Singerman haciendo Medea. Otra vez, como siempre en el escenario, volví a sentir una comodidad absoluta que ni siquiera debajo del más bello hombre. Igual nunca busqué fama, éste es uno de los contados reportajes que acepté conceder. Si algo no me da verdadero placer, jamás lo haría. Nada de nada. Eso sí: en su momento me encantaba salir en los sociales de la incomparable Javier Lúquez. ¿Sabés lo que significaba para un chongo verme posando al lado de Valeria Mazza? A propósito, otro genio, Marcial Berro, bautizó a Javier de manera brillante como “El príncipe de las Pampas”. Javier, generoso al extremo, la más chic de todas; lo extraño tanto.

–Volviendo a nuestro asunto “hombres”, ¿qué pensás especialmente de los argentinos?

Son los mejores del mundo y no es ninguna novedad, como las travestis, de quienes aprendí muchísimo, especialmente las provincianas, esas que dicen con su tonito típico: “Ió gratis no trabajo, mi amor”. Algo que por supuesto copié y así, vieja, gorda y pelada, me dio excelentes resultados. Igual es preferible no dormir con ellos.

–Pero, ¿por qué?

Es que a la mañana les descubrís el calzoncillo sucio con el elástico flojo y te dan ganas de vomitar. De noche pensabas que estabas en brazos de Tarzán y resulta que Tarzán tenía várices. Además, si un chongo se saca las zapatillas sucias, no puedo borrar ese olor por una semana. Es como si el asco me quedara tatuado en la mente. Pensar que en aquellos años, por pasión, nos jugábamos la vida.

–Eran tiempos de mataputos...

Y de las devoteras. Las locas que caían presas por infracción al edicto 2H a la cárcel de Villa Devoto y allí de pronto se transformaban en las favoritas. Ellas sí conocían la pasión. Hoy pienso que paradójicamente el HIV ante mi propensión o mi capacidad de extrema locura me ayudó muchísimo porque finalmente logró que algo me controle. Durante décadas no me había hecho un solo chequeo y ahora, cada cuatro meses, sé cómo estoy.

–¿Cuáles serían tus iconos gays favoritos?

La Coca y Armando Bo, con quienes siento una identificación absoluta. Creadores de tantas escenas magistrales, como cuando la Coca va a robar y la secundan Adelco Lanza y Pepita Muñoz. Isabel, para distraer al carnicero, pronuncia esa frase casi zen: “A mi mamá le encantan los chorizos y también las morcillas”. Su “qué pretende usted de mí” es como el “ser o no ser” de Shakespeare.

–¿Y vos qué pretendés del futuro?

Nada. Un cachito de paz. Igual sufro permanentes desengaños con amigas de larga data que de pronto se “olvidan” de invitarme a sus vernissages. La infalible Ronny Arias me aclaró este asunto al decirme: “Lo que tenían para quitarte ya te lo sacaron”. Lamentablemente es así. Por eso ahora siento cada vez un mayor grado de desconfianza en estas situaciones. Y gente como Lino Patalano se me cae, porque hace sufrir a un gran amigo como es Claudio Segovia, el puestista genial.

–Antes de, lamentablemente, tener que despedirnos, ¿algo más para agregar?

Agradecer el hecho de haber nacido en los ‘60 es poco. Todo estaba en plena floración, desde la Nouvelle Vague, los Beatles, los Rolling Stones o la Andy Warhol. Mary Quant, que jamás pasó de moda con la minifalda. Isabel Uriburu, una musa incomparable. En los ‘60, Marta Minujín; y en los ‘90, Marcia Schvartz, las que con el tiempo se fueron transformando en sus propias obras de arte. Hasta hoy, disfrutar de una brillante y larga amistad con el gran artista plástico Edgardo Giménez, nos divertimos tanto por teléfono. Por estas posesiones, digamos, cuando alguna marica me critica le respondo: “Mirá, querida, el día que a mi lado a un chongo no se le pare la pija, recién entonces voy a hacerme problemas”. ¡Ah! No quiero olvidarme de la estupenda escritora Escary, capaz de decirle a Edgardo Giménez que soy una correveidile, ja ja ja.

–O una estrella con luz propia.

En verdad, siento que todo el tiempo estoy en escena y si hay un minuto que sospecho no estar gustando, directamente siento que me enfermo. Si cuando voy a comprarle carne a mi perrita, en el camino no me dicen algún piropo los chongos, quedo al borde del suicidio. Me va a ser difícil afrontar la vejez definitiva, aunque tal vez, todavía siga siendo sexy... ¿No te parece?

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.