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Viernes, 4 de marzo de 2016
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televisión

Llorar en el aeropuerto

Con el actor Michel Noher como conductor de las emociones entre los pasajeros que van y vienen en el aeropuerto de Ezeiza, el género docu-reality consigue lo que muchos melodramas de hoy están buscando. Hacerte sufrir y que te guste por eso.

Por Marcelo Camaño
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“Hola y Adiós” al final de los domingos a la noche por Telefe, es el amor en estado puro. Ese momento irrepetible en las vidas de las personas que se despiden de manera incierta o que se reciben entre risas. Apareció el docureality propiamente dicho, el que se ocupa de momentos cruciales en las despedidas que se tratan de retrasar para permanecer en silencio, escuchando respiraciones, limpiando lágrimas, acertando miradas. O de generar las bienvenidas que pisan besos, risas, frases y abrazos interminables. Porque es en ese momento donde el dique emocional no puede parar, es ahí donde te sentís identificado. Hubo una película, “Love Actually”, del 2003, que se centraba en historias cortas de amor en la cual los personajes se cruzan en el aeropuerto hacia el final del film, y se mezclan con imágenes de gente que viaja en serio. Te la acordas seguro, con Hugh Grant, Emma Thompson, y Colin Firth entre muchos, con esa estética se cuenta el estilo de “Hola y adiós”. La calidez de Michel Noher al acercarse a las personas manifiesta casi de acompañamiento terapéutico instantes antes de un futuro incierto para esos protagonistas. Michel aquí funciona de conductor comenzando una nueva etapa en su carrera, cuando su profesión de inicio es la actuación. Abrimos paréntesis: pedimos a los productores encargados de armar elencos que tengan más presente a este actor antes de insistir en vendernos galanes cuarentones como si fueran treintañeros, y treintañeros como si luciesen veinteañeros. Michel apela a su actor buscando que afloren las palabras atragantadas, aquello que no se quiere reconocer para evitar llorar en cámara, incluso porque a veces eso que se está diciendo ahora no se dijo antes en la intimidad familiar o de pareja. Pero eso llega, aparece, florece incontenible y explota en los sentimientos del espectador. Michel descubre y se acerca respetuoso a alguna persona que espera ansiosa, revoltosa, nerviosa y ya lagrimeando porque el ser querido de marras está por llegar a su encuentro. Y ahí empieza la emoción más concreta. Si queres llorar, acercate y mirate las historias. Y las que más nos gustan, son las de amor. Están buenas las de padres que despiden a los hijos, los amigos que se despiden más felices pero no menos egoístas, y demás. Pero de verdad, las de amor, ganan por lejos. Y allí Michel encuentra a una sueca que toca el violín, que conoció a un argentino aquí con toda su sonrisa y pecas, es alegría superior… y está esperando a sus padres que vienen a conocer a su novio. El colombiano instalado en Buenos Aires que ramo de flores en mano espera a su novia nacida en Denver y no se ven desde hace 5 meses, se conocieron en su tierra, se aman a la distancia, discuten por ausencias. La suiza que hace 15 años vive en esta tierra donde dice que el sol está siempre, y también espera a sus padres suizos que aún se preguntan porque eligió un país subdesarrollado. También se te escapa el lagrimón ante la española cuarentona, hija de padres argentinos que se la trajeron de chiquita al retornar al país y que espera a su nana, una mujer de 85 años que hace 25 que no se ven. Los primos italianos sexagenarios que despiden al que trajeron desde allá haciendo la vaquita para que viniera a conocer esta tierra. Y miles más, siempre más. También están los que se van por amor, por trabajo, por becas, por cambios familiares, hijos que viajan a ver a sus padres debidamente separados, gerentes que vuelven a sus países, y es de no terminar. Fervientemente musicalizada, es inevitable que las notas no apuren la emoción. Pero en un momento de blindaje informativo como el que estamos viviendo, reconocer miradas cargadas de emoción y de dolor, de palabras entrecortadas, de deseos de no llorar en televisión marca un momento original y genuino que hacía mucho no aparecía. Acá nadie tiene que demostrar cocinar bien o cantar mejor, acá es la vida que genera momentos irrepetibles en esas vidas que se quiebran un poco. O que se llenan de colores cuando los abrazos son al recibirse y que generan una solidaridad lacrimosa: ahí uno seca las lágrimas del otro, ahí el amor se repara y queremos que no se separen más, que se eternice ese instante. Como en la vida.

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