En una de sus bobas campañas neolÃticas, el eslogan del sempiterno diputado salteño Alfredo Olmedo, fue No vote al pedo, vote a Olmedo. Tan extraordinaria creatividad pinta completo al neocantinflas de la camperita amarilla, homófobo ultracatólico y –como él mismo se define– picaflor, rey de la soja denunciado por trata de personas; se habló de unos cientos de trabajadores rurales viviendo en situación de calamidad en su establecimiento, cuyo nombre no recuerdo. Su última ocurrencia ha sido acusar al expresidente Néstor Kirchner de haber producido un quiebre en la familia y fomentado la homosexualidad en las escuelas. Por supuesto que a uno se le ocurren mil respuestas furibundas, pero a pesar del calor que podrÃa emanar de estas, ninguna darÃa en el blanco de ese cerebro magro. Me gustarÃa contarle al sojero que mi púber homosexualidad no se gestó en las aulas sino en cierta epifanÃa también peronista: el inmenso rodete de Isabelita que me hipnotizaba como el de una medusa. La homosexualidad de un niño, de esa manera, fue fomentada por el peinado de una drag queen tragicómica. En el baño de casa yo organizaba con toallas en la cabeza una falsa melena que remataba en un equivalente rodete imperial. Isabelita me enseñó las primicias de la mariconerÃa, asà como antes Evita a Cuca la pantalonera (mientras la Jefa Espiritual le entregaba una bicicleta, Cuca tuvo la alucinación de estar frente a una travesti). Y en la última década, según Olmedo, el matrimonio Kirchner se habrÃa empeñado en poblar de mariposas la infancia argentina a través de la educación sexual. No hay caso, desde que las maestras se esmeraban en repetir y hacer repetir a los niños, durante el primer peronismo, que el hada rubia de tirante rodete Evita los amaba y que Perón los protegerÃa de todos los males sociales, hasta de la castidad, los varones argentinos empezaron a crecer soñando con rodetes y porongas. El peronismo siempre irisó el cuerpo plebeyo a través de comandos gozosos: las patas en la fuente, el torso desnudo en las manifestaciones, los frotamientos populares hasta en los vastos funerales del lÃder, las picardÃas de Juancito Duarte, el mito del romance del General (infértil) con la adolescente Nelly Rivas, los rumores de sexo clandestino entre custodia y custodiada en El Mesidor, donde la dictadura mantenÃa prisionera a la tercera señora de Perón; las fiestas menemistas en Olivos, los rostros envejecidos reinventados por las cirugÃas, la confesión de un aborto, las fábulas venéreas sobre Cristina. En fin, los héroes y heroÃnas del peronismo, más allá de que desplegaran sus acciones en perÃodos oscurantistas o mediante leyes libertarias, nunca sustrajeron el cuerpo deseoso al escenario polÃtico. Un eros persistente emanó de sus gobiernos y lanzó flechas sobre el paÃs.
La acusación contra Néstor Kirchner de autorizar una pedagogÃa de la libertad sexual, entre ellas el reconocimiento y el respeto al cuerpo diverso, tiene en el paÃs otros antecedentes. Reacciones parecidas originó la Ley de Divorcio -segada de inmediato en dictadura- en la primera mitad de los 50, que permitió robarle a la iglesia el control de la vida afectiva de los ciudadanos. El peronismo en sus mejores momentos (no olvido la prohibición de anticonceptivos durante el gobierno de Isabelita, mi inspiradora) removió la carnalidad sojuzgada argentina y es lógico que cada tanto emerja desde las catacumbas pueblerinas un oportunista, en este caso muy básico, para promocionar sus bajas mojigaterÃas. Salta debiera ya tener en claro que votar a Olmedo es votar al pedo: sus palabras desconocen la infinita variedad del deseo sexual, que por lo visto sigue teniendo importancia polÃtica, y que por lo tanto debe enseñarse en las escuelas como un capÃtulo de educación cÃvica.
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