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Viernes, 9 de mayo de 2008
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Balzac, el raro

Honoré de Balzac
La muchacha de los ojos de oro

Anagrama

No debe sorprender la presencia de Honoré de Balzac en nuestro catálogo. Varias veces, en especial en sus obras más breves, incursionó en las lides de la androginia, el lance sáfico y otras excepciones carnales consideradas peligrosos exotismos en su tiempo. Para su mentalidad febril y creativamente escindida entre realismo y fantasía, siempre había lugar para la desmesura romántica. La muchacha de los ojos de oro (título justamente famoso y homenajeado en una novela de Juan Marsé parafraseado como La muchacha de las bragas de oro) abre con un fresco social donde pinta una París burguesa y grisácea, macilenta y descarnada, sólo para acentuar la singularidad de los personajes del drama: un dandy de belleza femenina y una española puro fuego y de ojos color de oro, rodeada de una “dueña”, protegida por un mulato y servilmente enamorada de otra mujer tremenda y pasional. Novelita de lances extremos, pura peripecia sin consecuencias políticas y sociales, se la puede leer como una historia de guerra entre estilos eróticos contrapuestos y costumbres en plena rebelión antiburguesa. Hay lesbianismo, travestismo, belleza y misterio en un clima de constante zozobra y creciente tensión. Bien podría aplicarse el término queer para condensar la atmósfera de rarezas in crescendo hasta un final de explosión sangrienta. Con acierto, el crítico Carlos Pujol presentó —en la edición castellana— a La muchacha de los ojos de oro como “una violación sistemática de la normalidad”. Contra el imperio del Oro y los Placeres de satisfacción inmediata que imperaban en la Francia del rey burgués Luis Felipe, Balzac edificó “un exaltado festival de misterio, amor y muerte, envuelto en la turbia atracción de lo prohibido, de lo casi indecible”.

Hay quien diría —no sin razón— que en materia de sexualidades “indecibles” a Balzac todo le daba más o menos lo mismo, sobre todo cuando escribía apremiado por las deudas. Eso no quita que su atracción por la literatura erótica y licenciosa del siglo XVIII y su gusto por los placeres terrenales le afinaran la mirada para captar algo de lo nuevo, lo que aparecía en la sociedad por detrás de las escenografías más rígidas de la moral de su tiempo. La diversidad necesitó en todos los tiempos de oídos finos y ojos captadores. Sin dudas, Balzac fue uno de los precursores menos prejuiciosos y más abiertos a los caprichos de la vida y los sabores fuertes de la aventura.

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