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Viernes, 15 de mayo de 2009
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Lux va > a Cancún y alrededores

Civilización y barbijo

Inmune a cualquier fiebre que no sea la del deseo, nuestrx cronista recorre las playas mexicanas, donde la homofobia tiene mayor poder de contagio que una manada de chanchos.

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Sí, estoy en Cancún hace tres semanas y recién hoy me entero de la fiebre porcina. ¿Y qué? Soy como soy. ¿Vergüenza? Vergüenza les tendrá que dar a quienes están vendiendo a la madre por un barbijo usado. Yo, lo confieso y con orgullo, en cuanto vi que la atestada playa de aguas templadas y arena color champagne (donde me calciné hasta que se me ocurrió entregar mi cuerpo para poner parte del mismo bajo un papayo compartido) se iba despoblando en cosa de minutos, lo único que pensé es que lo más lindo de un divorcio es quedarse con la cama matrimonial. Me despatarré en Cancún, Playa del Carmen y Tulum, all inclusive. Entré y salí de los hoteles donde los camareros miraban sin pestañear mientras me servía margaritas y mezcales con gusanito a gusto, tiesos ellos cual los sirvientes imperiales de la Bella Durmiente. Y al rato (mi biblioteca escolar tiene tres libros) pensé en Robinson Crusoe. O mejor dicho, pensé en Viernes, desnudo, fornido, apenas un taparrabos, amigo incondicional y versátil del náufrago. “Un deseo cumplido”, como decía el folleto que me llevó hasta ese paraíso de cactus erógenos, moluscos voluptuosos, xenotes azules, trópico en fin, vendido y rematado a buen postor como gay friendly y que mientras me tocó compartirlo con la multitud turística y local se me escabulló de las manos cual brasa, aterrorizado de ligarse una paliza padre y chamaca, gay sí, pero apenas en baños de estación a las apuradas como antaño y por diez pesos. Que si Buenos Aires no es gay friendly, México tampoco, aunque el paisaje y las agencias inviten. Y yo que me llevaba impresa, hecha un canutillo, ahí, toda mi hoja de ruta, investigación de navegante online: un sauna aquí, un sauna allá, un boliche gay a dos cuadras, un restaurante argentino donde entre churrasco y chorizo se arma a la medianoche... todo virtual. Sépanlo. Preguntarle al mismísimo dueño de un hotel gay friendly dónde queda un boliche ídem es contraseña suficiente para que le crezca diez centímetros el bigotazo, se calce la máscara de luchador mexicano y, entre ofendido y ofuscado, responda: “Yo no sé nada, soy bien machote, le presento a mi señora” (mientras el señor que está a su lado sufre idéntica transformación). Será por eso que cuando me quedé completamente solx en el Paraíso, decidí buscar, cual Hansel y Gretel (última cita intelectualosa en esta crónica), la famosa playa nudista de Playa del Carmen. Dos semanas caminando contra el viento hasta que, desolladas las plantas y rotas las agujas de mis plataformas anfibias, caí en cuatro patas sobre la arena. “Es aquí”, dijo mi Viernes agarrándome de las orejitas y actuando con la pericia de quien pretende domar a un chancho. Y sin dormir nos quedamos en la playa y nos besamos descaradamente. Hasta que hace algunas horas, un helicóptero “me rescató”, según cuentan los diarios locales. Si quieren visitarme para que les diga más, estoy en el hospital más grande de México DF, sola como un chancho. Les pregunto a los médicos por Viernes y vuelven a ponerme el termómetro ahí y repiten a coro: “Yo no sé nada, soy bien machote, le presento a mi señora”.

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