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Viernes, 31 de julio de 2009
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Merci Merce

El más grande coreógrafo vivo del mundo ha muerto.

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Le gustaba contar la anécdota de un gran bailarín de tap que cuando se cruzaba con un colega, en vez de saludar, preguntaba: “¿Tenés algún paso nuevo?” Le gustaba, porque esa era su pregunta existencial y la que lo convirtió en “el más grande coreógrafo vivo del siglo”, como se lo catalogó en cuanto traspasó el umbral de los 80 años. Pregunta imposible de calmar con un truco, con un desplante gimnástico o con una coreografía. Ni siquiera con un paso nuevo. Formulada contra sí mismo, contra las paredes, contra los cuerpos de bailarines, contra la música, contra todo anquilosamiento o normalidad. Merce Cunningham hizo del movimiento a la danza lo que las diversas identidades sexuales le hacen a toda presuposición: dudar, fallar, azorarse ante el bello o el monstruoso resultado. Se ha dicho muchas veces que en los ensayos sus bailarines no usaban ninguna música, bailaban sin eso.

El trabajo de Cunningham, a simple vista, o mejor dicho, bajo la vista que busca el mensaje, no tenía ningún componente queer. No había duetos del mismo sexo, no había duetos. No había historias de amor ni de desencuentros, no había historias. Se declaró siempre ajeno al contenido autobiográfico o a la intención de mandar un mensaje o cambiar el mundo. No hizo eso.

Se murió Cunningham a los 90 años, mientras dormía, luego de haber estrenado su obra “Casi 90”, y a 17 años de que se fuera su otra parte en todo esto, el compositor John Cage.

La union hace el arte

Cuando se conocieron en 1938 en la Cornish School of Seattle, donde Cage acababa de conseguir un trabajo de pianista para las clases de danza, Cage estaba casado. Luego de un ménage à trois que duró poco, se vio obligado por las circunstancias y por sus sentimientos a reconocerse a sí mismo como homosexual, en tiempos en que el expresionismo tan macho, las cazas de brujas tan implacables iban forjando el gran closet.

La potencia de estos dos artistas y la del producto que lograron juntos les dio cierto aire para circular libremente por algunos circuitos de la sociedad. La danza fue friendly siempre. Cage, siempre más cauto, cada vez que le preguntaban sobre esta relación, se limitaba a responder: “Yo cocino y él pone los platos”. En escena era más o menos así. Cage hacía la música y los bailarines de Cunningham no bailaban con ella sino con el espacio. Es célebre ya una imagen en la que se ve a Merce bailando, a John concentrado tocando el piano mientras mira por la ventana. Juntos se atrevieron a considerar artístico todo acontecimiento. Y todo acontecimiento lo fue.

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