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Viernes, 28 de agosto de 2009
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Fuego fauno

A los pies de Nijinsky y de su mentor y amante Sergei Diaghilev, hace cien años el Ballet Ruso inventaba el séptimo arte antes de que el mote se lo llevara el cine. Fue un punto de clivaje en la danza, pero también un punto rojo en la historia de la homosexualidad: a estos “salvajes y desvergonzados” –como los calificaba la resistencia conservadora– los celebraron Jean Cocteau, Marcel Proust y Auguste Rodin, entre otros intelectuales de la época. Pero esa expresa intención de liberar no sólo el arte sino la moral sexual ya no impregna a la danza contemporánea. Hoy, incluso, asociar este lenguaje artístico con lo gay parece ser un viejo prejuicio a derribar.

Por Liliana Viola
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Nijinsky interpretando La siesta del fauno, Paris, 1912.

Hora de la siesta. Un fauno dormita pero se estremece en cuanto descubre a las seis ninfas, tan semidesnudas pero tan asustadizas. Lo que quiere es tocarlas, pero se escapan. Son seis bailarinas que se desplazan de perfil apoyando primero el talón y luego todo el pie, exactamente lo contrario de lo que manda la liturgia de la danza clásica. Primer escándalo para el público reunido en el teatro Chatelet de París el 29 de mayo de 1912.

Una de ellas, en el apuro, pierde su chal. El fauno lo recupera, lo huele, lo toca como si fuera piel, es lo único que le queda para calmar su deseo. Y lo calma. Nijinsky, mitad fauno, mitad hombre en celo, se está masturbando en público con un pedazo de tela. En un acto tan onanista, recupera el rol protagónico del bailarín que hasta el momento se desdibujaba atrás de las piruetas de las románticas bailarinas de Degas. La masturbación es las dos cosas: íntima condena y liberación del mandato que dice con quién hay que disfrutar y con quién no.

Es su primera coreografía, tiene 22 años y acaba de delinear las bases de un mito moderno fundado en el erotismo del cuerpo masculino y en la capacidad de mantenerse en el aire por más tiempo. Origen de la percepción del ballet como escena privilegiada de una sensualidad rara, extraña cofradía de seres tremendamente prefectos que desafían muchas reglas, no sólo la de la gravedad.

En parte también una contribución al pesado malentendido que tantos problemas le trajo no sólo a Billy Elliot: todos los bailarines tienen que ser gays.

EL ESLABON PERDIDO

Hace unas semanas, alguien colgó en You Tube unos fragmentos de La siesta del fauno, la coreografía más famosa de Nijinsky que nadie que esté con vida en este planeta ha tenido la suerte de ver. Como Atlántida entera saliendo del mar, se cumplía uno de los grandes imposibles del siglo XX. El público, obviamente, colmó la sala virtual. A los pocos días, el mismo usuario agregó escenas de El espectro de la rosa, Scherezade y El Dios azul, donde el artista se transforma en un ser claramente andrógino o en un esclavo siguiendo los pasos pensados por el también joven y genial coreógrafo Michel Fokine (1880-1942). En total, tres minutos que resumen sus apariciones en París como primer bailarín a las órdenes de Sergei Diaghilev, su jefe, su mecenas, su amante.

Pequeño detalle: Diaghilev desconfiaba del cine. No por su mutismo sino por su torpeza y saltos de ritmo en la imagen. Tal vez fuera un buen recurso para un corto cómico o para un documental que retrate a una multitud saliendo de una fábrica, pero una pésima propaganda para una compañía de ballet. Por lo tanto, está claro, prohibió terminantemente que filmaran a su bailarín. Nijinsky, a quien su amante le daba absoluta libertad para inventar coreografías y hacer lo que quisiera con el canon de la danza, obedecía al pie de la letra sus mandatos administrativos. Además, no estaba interesado en verse bailar, es uno de los pocos bailarines que jamás corregía posturas frente a un espejo. “Yo me veo desde afuera cuando bailo, sé perfectamente dónde estoy y qué es lo que los demás están viendo”, dijo mucho antes de volverse loco.

La ilusión se ha derrumbado hace unos días. La experta en ballet ruso, Joan Acocella desmantela el truco en una nota publicada en The New Yorker Literary Review. Un técnico de animación llamado Christian Compte creó las secuencias de baile a partir de fotografías tomadas por Adolph de Meyer, más tarde jefe de fotografía de Harpers Bazaar, esta vez sí con el permiso del Diaghilev. Para Comte, el fraude de YouTube ha sido un buen recurso publicitario de su estudio de animación en Cannes. Para el resto, una oportunidad de comprobar cuánto impacta todavía el efecto Nijinsky. La imagen del artista torturado y genial que enloquece a los 28 años respetado e internado a causa de la misma razón, acuerda con un cliché trágico de la homosexualidad. A su vez, sigue generando polémicas sobre la existencia de una estética particularmente revulsiva de las costumbres “normales” en el origen del arte moderno. ¿Por qué la danza es tan gay? ¿Lo es realmente a la luz de las contadas coreografías dispuestas a abarcarlo abiertamente? La polémica se reaviva en foros y en comentarios en torno de Nijinsky, Diaghilev y su séquito. El fauno, así como estos años de euforia que precedieron al disciplinamiento que se fue perfeccionando promediando el siglo, sigue siendo la obra que hoy todos recuerdan y nadie vio.

GRACIA Y BRUTALIDAD

Hace casi cien años, Debussy, el compositor de La siesta se levantaba indignado del teatro. La mitad del público abuchea y la otra mitad festeja que la modernidad haya encontrado su forma. Perfecta amalgama entre el teatro, la ópera y la literatura, el ballet ruso será el séptimo arte antes de que llegue el séptimo arte. Atención, aunque “Ballet ruso” suene como una etiqueta para vistosos acróbatas nacidos en Kiev y aledaños, en realidad se trata de la compañía que marcó un hito en la idea de espectáculo moderno, un punto de clivaje en la danza, pero también un recreo en la historia de la homosexualidad.

Auguste Rodin avanza enajenado hasta el camarín de Nijinsky: “Se acaban de cumplir mis sueños. Los has traído a la vida real. Gracias”. El círculo áureo se completa con toda una troupe de “liberados” que colabora con la causa, mientras en diarios conservadores como Le Figaro los acusan de salvajes y desvergonzados: Jean Cocteau, André Gide, Marcel Proust, Michel Fokine, Léonide Massine, Lyton Strachey. Así como Picasso, Stravinsky, George Balanchine. Para muchos intelectuales del siglo XIX, de Saint Simon a Freud, la alienación tenía un origen relacionado con lo sexual. La empresa de Diaghilev se dirige hacia un arte total, pero a una liberación, cuyo nervio principal es justamente la moral sexual.

OTRA HISTORIA DE AMOR

Sergei Diaghilev, 35 años, noble, mecenas y empresario se encuentra con Nijinsky, 17 años, hijo de una familia de bailarines pobres, con un conde y un príncipe en su prontuario amoroso. “La primera vez que lo vi, le dejé que me hiciera el amor, mi madre y yo teníamos que comer”, dice Nijinsky en sus Diarios, escritos con ira y al borde de su esquizofrenia.

Juntos formaron la pareja homosexual más famosa, glamorosa y exitosa de Europa de principios de siglo. Vivían juntos, viajaban juntos, pensaban en conjunto. A nadie se le habría ocurrido invitar a una reunión social a uno sin el otro. Nadie podía soñar con entrevistar a la estrella sin permiso del empresario, que no daba mucho permiso. La empresa montada en torno de la danza involucró a coreógrafos, bailarines, escenógrafos elegidos por su belleza, ideología y talento, entre lo mejor del mundo. No había personalidades adentro del closet en ese grupo que alguna vez Stravinsky definió como una verdadera “Guardia Suiza integrada por homos”. El elenco solía hacer sus bacanales nada menos que en el Hotel Savoy de Londres, donde apenas una década antes se había floreado Oscar Wilde y pagado con la vergüenza. La revancha fue breve pero fue así.

“¿Qué soy yo? Un magnífico charlatán”, escribía Diaghilev a su madre postiza en respuesta a la pregunta sobre cuál era exactamente su profesión. Cuando lo criticaron por su sexualidad, jamás pidió disculpas y cuando algún amigo trató de convencerlo sobre las bondades del sexo con mujeres, explayó una teoría propia que solía repetir: “No puede ser un verdadero artista quien no tiene las características de los dos sexos. Todos los genios del pasado han sido homosexuales, al menos bisexuales. El amor normal es una necesidad de continuar con la especie, una urgencia de la naturaleza, una acción animal privada de toda belleza y placer estético. En cambio, cuando se da el amor entre personas del mismo sexo, aun cuando los integrantes de la dupla sean seres ordinarios, es artístico, debido a la ausencia de supuestas diferencias”.

BUENOS AIRES TE MATA

¿Hasta qué punto el miedo al océano puede influir en el destino de una persona, de un amor y de la historia de la danza? Tal vez Diaghilev se haya preguntado esto o tal vez él mismo se lo buscó. Luego de cinco años de simbiosis y de estricto control sobre su “Pequeño príncipe”, accede a que se vaya sin él en gira por Sudamérica; hacía rato que Buenos Aires insistía con su flamante Teatro Colón. Diaghilev tenía miedo al océano. La que no tenía miedo a tirarse al agua era Romola Polski, una jovencita húngara y noble que hacía rato estaba ejerciendo su vocación de fan. Se había cruzado numerosas veces con la dupla, y conocía horarios, gustos y todas las cosas que una fan de todos los tiempos sabe. Estudió ballet, consiguió ingresar a la compañía y se hizo a la mar el 13 de agosto de 1913, porque allí arriba estaba Nijinsky con destino al sur, el “país de los negros”. Luego de 20 días de viaje y poco antes de bajar en el puerto de Buenos Aires, ya había conseguido que el bailarín le pidiera matrimonio. Quién iba a decir que Buenos Aires, la ciudad hoy autoproclamada friendly for export, iba a ser el escenario de una boda por civil y por iglesia de uno de los homosexuales más famosos del mundo. La misma Romola, en su biografía titulada Nijinsky, cuenta que en el barco, cierta noche, cansada de su indiferencia, se le acercó y pidió a unos amigos que le tradujeran esta frase, golosina para psicólogos: “Tengo en mi poder la almohada que le regaló su madre y que usted se olvidó hace un año en el Hotel de Montecarlo”. Nijinsky mandó responder que la señorita podía quedarse con la almohada. Y al día siguiente pidió a los mismos amigos que le preguntaran si lo aceptaba por esposo. “De noche tarde, vimos unas luces en el horizonte. Era Buenos Aires. Nijinsky me dijo en su lengua: No quiero casarme en un barco, quiero que sea en una iglesia.” Eligieron la de San Miguel porque les dijeron que allí se casaba la gente elegante y pasearon por ese parque tan lindo llamado Palermo y también por el zoológico. El cura puso como única condición a la novia, que era menor de edad, que prometiera convencer a su marido de no representar nunca más Scherezade, ese ballet inmoral. En el momento culminante, a la Babel que ya existía entre los novios se sumó el español, lo que sumió a la novia en un gran nerviosismo. “No sabía muy bien en qué momento decir Yes.” Ambos lo dijeron. De regreso a Europa, Nijinsky recibió una carta de Diaghilev que decía algo así como “Estás despedido”. Todos los biógrafos, incluida su esposa, acuerdan que nunca llegó a entender Nijinsky lo que estaba pasando entre ellos. Ni la separación ni el enojo. A partir de aquí el derrumbe que incluyó fracaso en el cumplimiento de nuevos contratos, la entrada en una esquizofrenia que los médicos diagnosticaron como irrevocable, la guerra que lo tomó como prisionero, un intento de reconciliación con el Ballet Ruso, la internación. Decir que el matrimonio lo llevó a la ruina sería tan poco serio como afirmar que no levitaba. Casarse también era cosa de homosexuales en aquella época. Diaghilev, luego de la ruptura con Nijinsky, eligió a un nuevo artista para moldear, un amante que había competido en los ultimos tiempos con el mismo Nijinsky. A fuerza de las mejores clases lo convirtió en un excelente bailarín. El romance duró casi diez años, hasta el día de 1920 en que Miassine contrajo matrimonio. Luego, llegaron nuevos amores, semillero de próximas puestas en escena: Boris Kochno, un joven poeta que llegó a ser director asociado del ballet; Anton Dolin, notable bailarín inglés; Serge Lifar, que viajó a París especialmnete para conquistar al maestro y terminó siendo primer bailarín del Ballet Ruso y más tarde director del ballet de la Opera de París. No caben dudas, los grandes hallazgos del ballet ruso, al menos desde su creación hasta la muerte de Diaghilev, dependieron directamente de unas cuantas historias de amor.

¿POR QUE EL BALLET NO ES MAS GAY?

Basta una ronda de preguntas a bailarines y coreógrafos argentinos para recibir una respuesta terminante. Nijinsky es objeto de veneración y todavía un símbolo de ruptura. Pero más allá de esto, hoy en día la danza no tiene por qué ser relacionada con lo gay. Lo primero que recuerda Carlos Casella es que, “cuando Mauricio Wainrot hizo su compañía, la gran mayoría de los bailarines era casado o salía con alguna chica del elenco. Es un error pegar la danza a lo gay, es una mirada equivocada”. Luis Garay aclara: “Hay una realidad: hay muchos bailarines que son gays..., pero hay muchísimos que no. ¿Por qué se desarrolla este prejuicio? Viene de un falso paradigma según el cual la danza es una disciplina femenina. El mito es: Si bailás en un escenario, sos afeminado”. Miguel Elías, totalmente de acuerdo en que es un error pensar que hay más gays en la danza que en otros ámbitos, hace una salvedad: “También tendríamos que referirnos a los campos de la danza en particular. No es lo mismo la danza clásica que las danzas folklóricas o el tango. Pero, sobre todo, lo que veo de cerca es que la danza contemporánea absorbe bailarines de otros lenguajes y eso hace que sea mucho más variada la conformación y la orientación sexual”. Según Rodolfo Prantte, en sus clases los números hablan de un cambio muy importante respecto de 20 años atrás: “Cambiaron los parámetros: la danza se popularizó y hoy tengo muchos más alumnos varones que antes. Cada vez hay más no gays. Es más: creo que hoy en día hay más hétero que gays. Ya no es una situación tan marcada como se entendía antes. La proporción de bailarinas lesbianas no es mayor que la de bailarines gays. Y otra cosa que percibo es que muchos bailarines y bailarinas hicieron el camino ida y vuelta de la homo a la heterosexualidad.

¿Y las propuestas queer tanto en las coreografías como en las puestas? En tanto las compañías de ballet se convierten en grandes negocios avalados por fundaciones conservadoras y dedicados al entretenimiento familiar, poco y nada se avanza en el aspecto queer. El énfasis en la gimnasia y en la destreza consigue más apoyo económico que las creativas exploraciones en vida y sexualidad. Por eso, las propuestas abiertamente queer son escasas, aunque existen brillantes excepciones. Valerio Cesio rescata en este sentido al británico Matthew Bourne por “su tendencia a volver a los grandes ballets del repertorio tradicional, proponiendo estrategia de deconstrucción simple y directa: reguionizarlos. Nuevas historias en el vientre de viejas historias: Este es el caso de El lago de los cisnes (1996), donde el arquetípico personaje femenino ‘dos en una’: Odette/Odile (o Cisne Blanco y Cisne Negro) es entregado a un intérprete masculino (el brillante Adam Cooper, primera figura del Royal Ballet) y el cuerpo de baile tradicionalmente a cargo de mujeres es masculinizado para enmarcar la acción. Los personajes sobreviven, su sexo y su historia son alterados. Exactamente lo mismo que ocurre abajo del escenario.”

Medianoche de un fauno

Concierto multimedia en Villa Ocampo

La siesta de un fauno, de Stéphane Mallarmé, inspiró a Debussy a escribir su Preludio a la siesta de un fauno y la obra musical inspiró a Nijinsky a componer un ballet. Tomás Gubitsch –ex guitarrista de Astor Piazzolla, de Rodolfo Mederos y de Invisible– toma la idea de seguir este proceso donde “una obra engendra otra obra, que engendra otra, que engendra otra, etc.” y se basa en una reconstrucción de la coreografía original de Nijinsky realizada por Dominique Brun y filmada por Ivan Chaumeille para escribir una música, que acompañará la proyección del film. A partir de este mismo procedimiento, Jorge Fondebrider escribe su libro Standards, donde cada poema retoma un título de jazz “clásico” como pretexto-excusa-inspiración. Para Gubitsch estos poemas son un punto de partida para hacer aparecer nuevas músicas.

Este sábado a las 20.30
Elortondo1837, Beccar.
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