Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas,
arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un
colérico pinchazo,
(...)
que se derrumbaron llorando en gimnasios blancos desnudos y temblando
ante la maquinaria de otros esqueletos,
que mordieron detectives en el cuello y chillaron con deleite en autos de policÃas por no cometer más crimen que su propia salvaje pederastia e intoxicación,
que aullaron de rodillas en el subterráneo y fueron arrastrados por los
tejados blandiendo genitales y manuscritos,
que se dejaron coger por el culo por santos motociclistas, y gritaban de gozo,
que mamaron y fueron mamados por esos serafines humanos, los marinos, caricias de amor Atlántico y Caribeño,
que garcharon en la mañana en las tardes en rosales y en el pasto de parques públicos y cementerios repartiendo su semen libremente a quien
quisiera venir,
que hiparon interminablemente tratando de reÃr pero terminaron con un llanto tras la mampara de un baño turco cuando el blanco y desnudo ángel vino para atravesarlos con una espada,
que perdieron sus efebos por las tres viejas arpÃas del destino, la arpÃa tuerta del dólar heterosexual, la arpÃa tuerta que guiña el ojo fuera del vientre y la arpÃa tuerta que no hace más que sentarse en su culo y cortar las hebras intelectuales doradas del telar del artesano,
que copularon extáticos e insaciables con una botella de cerveza un amorcito un paquete de cigarrillos una vela y se cayeron de la cama, y continuaron por el suelo y por el pasillo y terminaron desmayándose en el muro con una visión de la concha suprema y eyacularon eludiendo el último hálito de
conciencia,
que endulzaron las cajetas de un millón de muchachas estremeciéndose en el crepúsculo, y tenÃan los ojos rojos en las mañanas pero estaban preparados para endulzar la concha del amanecer, resplandecientes nalgas bajo graneros y desnudos en el lago,
que salieron de putas por Colorado en mirÃadas de autos robados por una noche, N.C. héroe secreto de estos poemas, cogedor y Adonis de Denver —regocijémonos con el recuerdo de sus innumerables garches de muchachas en solares vacÃos y patios traseros de restaurantes, en desvencijados asientos de cines, en cimas de montañas, en cuevas o con demacradas camareras en familiares solitarios levantamientos de enaguas y especialmente secretos solipsismos en baños de gasolineras y también en callejones de la ciudad natal,
que se desvanecieron en vastas y sórdidas pelÃculas, eran cambiados en sueños, despertaban en un súbito Manhattan y se levantaron en sótanos con resacas de despiadado Tokai y horrores de sueños de hierro de la tercera avenida y se tambalearon hacia las oficinas de desempleo,
(...)
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