Ese instante. Ese segundo de conciencia me abrió los ojos y entendà por qué estaba llorando. No lo supe hasta que vino a mi cabeza (...) Algo habÃa cambiado, algo muy grande para mà habÃa cambiado y me quedé con la cabeza mirando el suelo intentando entender qué era. No era poder casarme, no era poder adoptar, aunque soñara con ambas cosas, sabÃa que no era sólo eso lo que habÃa cambiado. Yo habÃa cambiado. Ya no era más lo que era y tampoco lo que volverÃa a ser nunca más. Rompà en llanto. Las piernas se me aflojaron. Me despedà de ese yo pasado que tanto me mortificaba, le dije adiós a la diferente, a la anormal, a la que no merecÃa derechos, a la que era inferior, a la que discutÃa con los dueños de la verdad, a la que sentÃa impotencia cada vez que un homofóbico tomaba la palabra en un medio, a la ciudadana de segunda, a la no reconocida por su propio Estado. Dejé que esa Teresa se marchara, una etapa de su lucha habÃa terminado. Y no sólo se marchaba ese pasado desprotegido porque el presente estaba amparado, no sólo porque las miradas comenzarÃan a cambiar a partir de esa votación final, sino porque mi mirada ya habÃa cambiado, en ese yo que se desvanecÃa, también se desvanecÃan mis propios prejuicios. Suspiré fuerte y retomé fuerzas para volver a festejar y me di cuenta de la paz que sentÃa, una sensación hermosa de una nueva existencia.
Teresa Martino
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