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Viernes, 15 de octubre de 2010
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Se chocan los planetas

En una guerra delirante y transgresora entre locas y más locas, entre militancia y transexualidad, la mamá de Copi, uno de los personajes de este comic político, recibe un castigo ejemplar.

Por Daniel Gigena

Ni la guerra gaucha, ni la guerra de los mundos o de las galaxias, ni siquiera la de los gimnasios, emplazada por César Aira en el barrio de Flores. Con un título como La guerra de las mariconas, se podría esperar que, en principio, los homosexuales entraran en guerra contra los heterosexuales. Pero ellos, salvo algunas madres, están ausentes de la trama. Ambientada en el parisino barrio de Pigalle, en 1981, la obra de Copi narra el combate entre una banda de travestis sadomasoquistas y los gays que contratan sus servicios. Eso sólo al comienzo, antes de bosquejar un diagrama de las luchas de liberación homosexual de la época, incluso de liberación de ciertas conductas homosexuales, como las del colonialismo norteamericano (que en la actualidad dominan el imaginario gay global, con sus reivindicaciones reformistas y su consumo desaforado), representado en la novela por las brigadas homosexuales espaciales: uniformadas, educadas, musculosas y ricachonas. Además de éstos, caritativos y seudonazis, aparecen los grupos de resistencia homosexual franceses, réplicas moderadas de Acción Directa (mientras que los guerrilleros secuestraban empresarios y planificaban sabotajes, los gays se juntaban para debatir acciones y fumar porro), con figuras como Michel Foucault o Marguerite Duras en sus filas, y los exiliados del Tercer Mundo en Europa, representados como caóticos, sensuales y con prácticas sanguinarias (ejecuciones sumarias, venganzas y atentados descabellados, como incendiar el Maracaná en protesta por un arresto). La guerra se libra entre putos: liberales, como el narrador historietista llamado Copi y su pareja, el arquitecto Pogo Bedroom; inmigrantes, como las hermafroditas brasileñas lideradas por Conceiçao do Mundo y su padre (su dueño), el malvado y simpático Vinicio da Luna; militantes, como los amigos del narrador, con contactos con la policía, el mundillo del arte homosexual y la prensa. Copi, el personaje, se enamora del asesino de su pareja, porque, se sabe, “uno solamente se enamora de monstruos”. A partir de entonces, se desencadenan persecuciones, exterminios, amenazas apocalípticas y una fuga interespacial. Thriller humorístico, comic político, biografía de una época, utopía lisérgica que rinde homenaje a Walt Disney, La guerra de las mariconas condensa el ímpetu orgiástico de la comunidad gay con las aspiraciones cívicas de la militancia; en un mismo nivel, el discurso se apropia de eslóganes marxistas o libertarios, vulgaridades, chistes verdes y fantasías de loca, algunas políticamente muy incorrectas, como la idea de solucionar el conflicto árabe-israelí convirtiendo el Muro de los Lamentos en una tetera donde hacerse coger por palestinos, o que el protagonista gay encuentre el éxtasis en la vagina de Conceiçao.

Igual que en los films de Bergman, el infortunio de los hijos constituye aquí la dicha de los personajes maternos. La madre de Copi, viuda de Pico, cuida de sus rosales a la vez que desoye los lamentos y las tribulaciones de su único hijo varón, a quien toma por un suicida, un paranoico y un exagerado. El tendrá su venganza cuando un grupo de hermafroditas caníbales la crucifiquen (en una cruz esvástica) para dejarla a medio devorar en un banquete en la Luna. La exageración, sin duda, es un elemento central de la narrativa de Copi, embrague esencial de su humor alocado y transgresor, arrebatadamente político y anticatólico. Novela actual que no ha envejecido en absoluto y que humillaría a cualquier texto de la literatura contemporánea, hay un elemento que por cuestiones temporales (la novela se publicó en 1982) falta, y que luego pasaría a formar parte del engranaje textual de su obra: la hecatombe del sida, agente de una guerra menos divertida que haría estragos entre las mariconas.

La guerra de las mariconas
Copi

El Cuenco de Plata
Traducción de Margarita Martínez
128 páginas

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