—Ay, por favor —exclamó la Madre de Todopoderoso mientras limpiaba el pescado— ¡A quién se le ocurre!
—Se les ocurrió a varios —le respondió Todopoderoso, testarudo, mientras cortaba la cebolla tal cual su Madre le habÃa enseñado.
—Claro —dijo ella, apuntándole con el repasador—. Si a los de al lado se les ocurre crear un pozo, ¿vos qué hacés? ¿Saltás al pozo? Y agregó: Vos fijate que ya probaste en el Génesis y ¿qué pasó? Salió tan mal eso de hombre y mujer los creó que hubo que escribirlo de nuevo, costilla incluida.
—Mamá, ¡otra vez con la bendita historia del Génesis! —se quejó Todopoderoso transido por un fastidio supremo. Esta vez no voy a crear nada ni a nadie, vas a ver. Voy a ir Yo Mismo.
—Mucho cuidado con el ego trip, le advirtió su Madre —que creÃa en muchas cosas pero, sobre todo, en Ludovica.
***
Herodes, MD. Eso decÃa la placa en la puerta, y también en las tarjetas de visita que el doctor habÃa repartido por toda la ciudad, alentando a controlar periódicamente el buen curso de las gestaciones. Miraba al cielo entre consulta y consulta, y anotaba estrellas, preocupado. Los astros anunciaban mutaciones. Otra vez protestó para sà el doctor Herodes. Para su inmenso disgusto el cuerpo de la humanidad no se quedaba quieto, no dejaba de cambiar, y asÃ, estaba visto, no habÃa medicina que aguante.
Como la mayor parte de sus colegas, Herodes era partidario de cortar el problema de entrada. El aborto, por supuesto, estaba prohibido —pero una espada mojada en lidocaÃna esperaba al recién nacido apenas asomara entre las piernas de su madre o su padre—.
Todo es cuestión de intervenir a tiempo, se dijo, mientras le pedÃa a su secretaria que le enviara cuanto antes la lista de quienes seguÃan la moda naturista de partos en lagunas o pajonales. Y volvió la vista hacia arriba, esta vez, al Cielo.
Un solo sexo por criatura, Señor. ¿Es tanto pedir un solo sexo?
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Varón, claro. Eso se dice muy fácil. Pero seamos sinceros. ¿Qué puede esperarse del diagnóstico de un ángel? ¿Un varón? No. Un varón, asÃ, a secas, jamás ha sido, es o será prodigio suficiente. Lo decÃa la pastora, lo decÃa el Rey Mago, y también lo decÃa cualquiera que encontrara un oÃdo para la historia. Cuando un ángel anuncia un nacimiento está todo dicho, es decir, todo dicho.
Y asà habÃa sido desde el primer momento, la gente se llegaba hasta el pesebre, saludaba, pasaba y se quedaba, antes o después del trabajo, hasta pidiendo licencia para pasar y quedarse. Incluso hubo gente que viajó desde lejos, e incluso desde muy lejos. Todos repetÃan que no habÃa nada para ver, pero por las dudas nadie se movÃa, esperando ver algo. Esperando ver todo lo prometido.
¿Nadie pensó en llamar al médico?, preguntó alguien, y a su lado alguien más murmuró que para eso ya era tarde. Se oyeron chistidos, y una aseveración musitada: todo el mundo sabe que desde el comienzo de los tiempos l*s hermafroditas nacen para los altares.
Si eso es bueno o es malo nadie lo sabe.
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La Verdad sea dicha. Si era un dios, Dios, o el Hijo de Dios le tenÃa a todo el mundo más o menos sin cuidado. Cada cual tiene sus cosas, decÃan las viejas, y en aquellos tiempos la divinidad no era más que una entre tantas diversidades. Los milagros importaban poco —milagro es llegar a fin de mes, decÃan las mismas— y si alguien mencionaba la Vida se respondÃa, sencillamente: ¿acaso esto es vida?
Nadie cuestionó a la familia. Jesús tenÃa los dos sexos, cierto —pero también es cierto que a diferencia de tantos otros de su especie no andaba desnudo por la tierra presumiendo de su rara fortuna. Algunos lo envidiaban, sÃ: todo el mundo sabÃa entonces —como se sabe también ahora— que el hermafroditismo otorga una sensibilidad especial para la carpinterÃa. Pensaba a veces en cambiar el trabajo manual por alguna otra profesión, liberal —profecÃa o mesianismo—, pero ya habrÃa tiempo para eso, se decÃa, sus dos pies y sus dos sexos bien puestos sobre la tierra.
***
—Va a terminar mal, Todopoderoso, y no me digas después que no te dije.
—¿Y qué termina bien?
—Vas a ver, vas a ver. Estos mortales tuyos saben contar hasta uno solamente, y prefieren cortar lo que sigue en la cuenta a seguir contado.
—Mis mortales no son peores a los de nadie, che.
—No serán peores, pero mejores tampoco... y no se curan más. ¡Tienen el monosexismo metido en la cabeza! La idea fija tienen. ¿Qué se les va a ocurrir el dÃa que se aburran de los sacrificios? ¿El sagrado matrimonio?
—Vos no te preocupes, Vieja. Cada dÃa traerá su afán,
—Es asÃ, m’hijito, es asÃ. Quien viva, verá.
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