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Viernes, 23 de marzo de 2012
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Polvorita

Por Luisa Paz *
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La conocí cuando ella tenía 14 años y yo 18. En esa época, los ’80, formamos una especie de gueto donde todas vivíamos en una casa de Villa Madero y éramos una familia: muy difícil no armar lazos tan fuertes en ese contexto.

Desde entonces, Claudia Pía fue una revoltosa, muy peleadora, sobre todo con relación a la policía, a no dejarse detener, pero de la militancia, en ese entonces, ni hablar: lo único que queríamos era sobrevivir a la represión terrible y constante. Nosotras trabajábamos en la General Paz, entonces podíamos caer presas en Capital o en provincia. Si caíamos en provincia, quedábamos en cana cinco días; en Capital nos llevaban 30 días a Devoto. La cuestión era cómo evitar eso.

Ella me decía que yo era la hermana mayor y me peleaba, me peleaba muchísimo, era pura pólvora.

Después desapareció, pensamos que volvió con su familia y no la vimos más como por diez años. La verdad es que había ido a trabajar a Italia. Nos reencontramos en los ’90 por una amiga en común y asentamos esa amistad que se adivinó al principio.

El tema había cambiado; ahora era cómo avanzar para crecer, pero seguíamos sin tener ni remota idea del activismo. Pero Claudia Pía estaba un paso adelante y nos enseñó a todas.

En el ’92 yo me mudé a Santiago del Estero y siempre vino a verme, hemos ido de vacaciones juntas a Brasil, y más allá de la militancia teníamos una amistad muy particular, ella estaba muy ligada a mis cosas y yo compartía muchas cosas de la vida de ella. Tratar de eliminar el Código Contravencional nos desvelaba, nosotras lo vivimos en carne propia, ese fue uno de los puntapiés para que ella prenda la mecha del activismo.

Claudia Pía era fundamental porque era muy inteligente, perseverante, tenía esa manera de ver las cosas que hacía que todas nos hagamos preguntas. No sé si era intuición, pero cuando ella quería hacer algo, daba resultado. En el congreso de HIV que se hizo el año pasado en San Juan nos tocó estar en el asiento de atrás del gobernador y ella se avivó de que la prensa iba a estar pendiente de él. Entonces pidió que trajeran muchas cartillas con las consignas de ley de identidad de género: le paramos las cartillas en la cabeza al tipo y salimos todxs al día siguiente en la tapa de los diarios con las cartillas atrás. Muy rápida Claudia, muy hábil.

Además se propuso recorrer el país para concientizar. Attta le debe mucho a ella por eso, porque fue provincia por provincia, pueblo por pueblo, y se cargó al hombro el cargo y la tarea. A veces me llamaba llorando por la precariedad en la que vivían las compañeras en algunos lugares. Ella las animaba a que se juntaran y se organizaran, independientemente de si estaban en Attta o no. Y así lo hizo de punta a punta, adaptándose a todo.

El domingo me enteré de su muerte recién a las 11 de la noche, cuando me llamó una compañera de Santa Fe para avisarme. Me quedé como si me hubieran echado agua fría, una piensa que va a morir de vieja... Cuando una se convierte en militante, tiene otra perspectiva de vida, se cuida de un montón de cosas. Claudia tenía VIH, la semana pasada me llamó y me dijo que tenía que hacerse unos estudios, a lo mejor su muerte tuvo que ver con eso, pero ella era muy cuidadosa, muy responsable. Como amiga, era incondicional. Cuando venía a Santiago, me decía que quería vivir acá, en esta paz... Me parte el alma saber que nunca llegó a disfrutarla. l

* Militante y coordinadora de Attta NOA.

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