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Domingo, 13 de mayo de 2007
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MISIONES > Visita a Aristóbulo del Valle

Selva adentro

El pueblo de Aristóbulo del Valle, ubicado en la zona de serranías del centro de la provincia, es un sitio ideal para realizar excursiones al Parque Salto Encantado y a las plantaciones de té. Y en sus alrededores hay un nuevo lodge para una estadía en plena selva.

Por Julián Varsavsky
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Salto Encantado. El apacible arroyo Cuña Pirú cae desde una altura de 60 metros.

Al recorrer la selva en la zona de Puerto Iguazú, se la ve a simple vista como una muralla infranqueable, alineada tronco a tronco hasta el infinito. La mirada choca con la maraña vegetal y no se puede distinguir nada más allá de unos pocos metros. Sólo desde lo alto se puede tener un panorama abarcador de la verdadera dimensión de la selva. Y uno de los mejores lugares para poder admirarla en toda su magnitud se encuentra en los alrededores del pueblo de Aristóbulo del Valle, gracias a las Serranías Centrales que forman los Miradores del Valle de Cuña Pirú, sobre la Ruta Provincial 7. Esta ruta une Aristóbulo del Valle con la Ruta Nacional 12 que va a Iguazú, atravesando la llamada Región de las Cascadas, por los más de cien saltos de agua que producen los desniveles del terreno.

UN LODGE EN LA SELVA

La mayoría de los viajeros que recorren Aristóbulo del Valle y alrededores se alojan por lo menos dos noches en el Tacuapí Lodge, un complejo con tres cabañas construidas en plena selva. Desde allí se organizan excursiones a los Saltos de Moconá, las plantaciones de té y el Salto Encantado. Y como el lodge está a 200 kilómetros de Iguazú, hay quienes lo usan de base para visitar también las Cataratas.

Las condiciones para el descanso son casi idílicas, comenzando por la vista desde las cabañas –incluso desde la cama–, con el profundo valle selvático de Cuña Pirú al fondo, donde la selva se ve en perspectiva siguiendo el corte del terreno en forma de “V”. La altura –550 metros sobre el nivel del mar– garantiza que no haya mosquitos y una temperatura que está dos grados por debajo del resto de Misiones.

Un senderito de madera que caracolea esquivando los árboles conduce hasta las cabañas, que están literalmente camufladas en la vegetación. La capacidad de cada una es de hasta seis personas, tienen dos pisos, una terracita techada donde cuelga una hamaca paraguaya, y una pequeña sala balcón con sillones y tela mosquitera, todo con vista a un precipicio selvático de 100 metros.

Al dormir reina el silencio absoluto de la selva. El momento más colorido y alegre es el amanecer, cuando la selva bulle de actividad. A las siete en punto, coincidiendo con el primer rayo de sol, se enciende el concierto de aves. En la caótica sinfonía se mezclan los tucanes de pico grande, los de pico verde y los de pico marrón, y cinco variedades de pájaros carpinteros que golpetean la madera. La cambiante orquesta se compone también de urracas azules, boyeros, sucuás, jotes, uruás y un sinfín de otras aves (en sólo unas pocas horas, un ornitólogo pudo censar unas 85 especies de pájaros). El éxtasis del amanecer dura la media hora que tardan las aves en desperezarse en sus nidos, y decae de a poco hasta casi apagarse a medida que los pájaros remontan vuelo para buscar frutitos hasta la caída del atardecer.

La otra especie ruidosa es la del mono caí, que celebra con un silbido el momento mágico de la alborada en la selva, y se deja ver pasando en familia sobre la copa de los árboles que sombrean las cabañas, cuando vienen de la zona del parque provincial donde tienen su morada. A la tarde también se los suele ver de regreso a casa.

Además de las jornadas de descanso (en verano, en la pileta) y unas siestas “a lo grande” en las cabañas –muy valoradas por los huéspedes en Tacuapí–, en el lodge se organiza una serie de actividades. Entre ellas, una caminata interpretativa por un sendero en la selva visitando unos miradores de altura con vista al Valle de Cuña Pirú. El sendero está bien demarcado, con escalones donde hace falta y puentecitos para cruzar los arroyos. Los más deportistas podrán hacer un descenso de rappel sobre una pared de roca junto a una cascada. También se hacen recorridos en bicicleta por la interesante zona de chacras de los alrededores, unos minifundios que pertenecen a familias de colonos de origen europeo que viven en casas de madera levantadas sobre pilotes para que no se pudran. Los colonos se dedican a cultivar tabaco, mandioca, frutas, té y yerba mate.

Para los niños, la actividad más divertida es andar por la selva, identificando huellas de aves y mamíferos que se “levantan” con la técnica de rellenarlas con yeso. Y por último se visita una aldea guaraní, donde se venden artesanías en madera y orquídeas silvestres.

El cuerpo central del complejo Tacuapí –un edificio de madera reciclada rodeado de galerías– tiene la forma de un típico secadero de tabaco de la zona, y de hecho fue construido con las maderas de uno de ellos. Allí está el comedor, con vista a la selva, por supuesto. La gastronomía es una mezcla de cocina internacional y platos regionales con ingredientes frescos producidos en las chacras. Los platos principales pueden ser matambre de cerdo a la mostaza con mandioca frita, o colita de cuadril a la plancha con salsa de aceto balsámico y miel. Entre los regionales se sirve una entrada de sopa paraguaya (que no es una sopa sino una tarta hecha con harina de maíz blanco, cebolla y queso), y el típico plato de poroto negro con patitas de chancho, panceta, timbal de arroz y mandioca. Para los postres se usan frutas de la zona como mamón, quinotos y apepú o naranja agria, por lo general en almíbar.

SALTO ENCANTADO

En el comienzo del Corredor Verde Misionero –un intento no del todo exitoso por mantener una conexión de lo que resta de la selva de Misiones– está el Parque Provincial Salto Encantado. Este salto es muy distinto de los de Iguazú; en realidad, casi la antítesis de las famosas cataratas. Como en esta zona no hay tantos turistas, se disfruta de la tranquilidad de una vida rural muy autóctona y singular, la que llevan a cabo por lo general colonos rubios y enrojecidos por el calor, con las alpargatas llenas de tierra colorada y un acento guaraní en el habla que desorienta al recién llegado.

En pleno valle del río Cuña Pirú, el parque provincial mide 20.300 hectáreas de selva bastante bien conservada. Fue creado en 1993 con ese fin, aunque hoy todavía se ve afectado por la caza y la tala furtivas.

Al margen de su problemática, el parque ofrece algunos de los paisajes más hermosos de la provincia. El Salto Encantado es una caída de agua de 60 metros de altura en un cañadón muy encajonado con una densa vegetación alrededor. Sobre una abrupta pared de roca, el apacible arroyo Cuña Pirú se arroja al vacío con violencia y una vez en tierra sigue su curso apacible para desaparecer caracoleando entre la vegetación.

Dentro del parque hay tres senderos para recorrer. El clásico –y más sencillo– es el que lleva hasta unos miradores que permiten ver la inmensidad del salto desde arriba, de un lado y del otro. Ida y vuelta desde el estacionamiento son unos 400 metros de sendero sencillo.

El sendero más largo es, como siempre, el más bonito. Llega hasta La Hoya y la Cascada del Picaflor, y son 1700 metros entre la selva. Lo ideal es comenzar temprano en la mañana, cuando se ven pájaros como el sucuá, el tingazú, tucanes y uruás. Entre las especies de árboles más deslumbrantes se pueden distinguir alecrines de 50 metros, grapias y cedros.

Para llegar hasta La Hoya se tardan unos 40 minutos y en verano, el premio del esfuerzo es darse un baño solitario en el piletón natural que forma el arroyo en ese lugar, a los pies del salto La Hoya. A pocos metros de allí está el Salto del Picaflor. En el trayecto se desciende –y luego se sube–- una pendiente de 130 metros muy cansadora, que requiere de cierto estado físico.

Una alternativa intermedia es el sendero Los Escalones, que permite llegar hasta la base del Salto Encantado. Son 320 peldaños que se bajan en unos pocos minutos y colocan al viajero frente a una vista increíble del salto, que desde abajo permite captar su verdadera dimensión.

La fauna del parque, como en todo Misiones, está castigada por la depredación general. Se sabe que en el área protegida hay al menos un yaguareté que por falta de comida sale a cazar a las zonas ganaderas y por eso en cualquier momento lo van a matar. También hay coatíes, venados, chanchos de monte e incluso se ha registrado hace poco un anta (tapir), cuyo último avistaje había sido en 1973 y se lo consideraba extinguido en la zona. En total hay diez guardaparques asignados a las 20.300 hectáreas, quienes por supuesto no dan abasto para protegerlas.

El parque tiene servicios de restaurante, baño, camping con parrilla, duchas de agua caliente, luz eléctrica, pileta y un termo gigante que ofrece agua caliente para el mate. La entrada cuesta $ 4 y la carpa $ 3 por día.

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