鈥撀縀stas hamacas son como las paraguayas?
鈥揝铆, igualitas
鈥揂h, entonces son hamacas paraguayas...
鈥揘o, son tucumanas porque las hago yo.
El mercado del pueblo de Simoca 鈥53 kil贸metros al sudeste de San Miguel de Tucum谩n鈥 es quiz谩s el m谩s antiguo del pa铆s. Su origen se remonta al tiempo de la colonia, cuando en el siglo XVII en ese mismo lugar hab铆a no s贸lo una posta de caballos, sino tambi茅n una feria semanal donde se comerciaba con trueque (m茅todo que en algunos casos se usa todav铆a entre amigos). Es as铆 que este mercado a cielo abierto funciona todos los s谩bados desde hace varios siglos. Y gran parte de las personas que vienen a hacer las compras para la semana llegan en coloridos sulkis que a veces suman m谩s de un centenar.
En la feria de Simoca hist贸ricamente se han vendido productos de y para el campo 鈥搚 as铆 sigue ocurriendo鈥, aunque con los a帽os se ha ampliado mucho la oferta: desde monturas, fustas, estribos y botas de cuero hasta ponchos, alpargatas, cintos, mates y cigarros en chala a un peso el manojo. En otros puestos 鈥揺ntremezclados sin ning煤n orden muy coherente鈥, se venden comestibles, entre ellos, toda clase de cortes de chancho 鈥搃ncluyendo la cabeza entera, que se exhibe sobre una mesa鈥, y especias como or茅gano, comino y azafr谩n. Adem谩s hay variedad de verduras que van desde zapallos gigantes de m谩s de siete kilos hasta aj铆es, pimentones, repollos y frutas.
Los puestos de talabarter铆a, alimentos y ponchos ocupan en general una especie de corredor central que, con excepciones, parece reservado a la feria m谩s aut贸ctona y artesanal. A su derecha est谩n los quinchos con restaurancitos al paso y a la izquierda hay un segundo corredor donde est谩n los puestos del 鈥渘uevo鈥 mercado, con precarios techos de lona pl谩stica. A este sector del mercado se lo conoce como 鈥渇eria boliviana鈥, una denominaci贸n que no necesariamente tiene connotaciones despectivas. En estos puestos 鈥搉o muy aceptados por los antiguos puesteros, m谩s tradicionalistas鈥, se vende literalmente de todo: bombachas, estuches para celulares, barriletes, ung眉entos curalotodo, pelotas y toda clase de juguetes y baratijas de pl谩stico fabricadas por trabajadores semi esclavos en el oriente asi谩tico, y que aqu铆 los comercializa un paisano tranquilo con sombrero de pa帽o y casi los mismos ojos rasgados que esos hombres que est谩n en la otra punta de la cadena y tambi茅n del planeta.
A la feria no se viene solamente a comprar sino tambi茅n a almorzar y a pasar la tarde del s谩bado en una suerte de evento social bastante animado. All铆 se entremezclan el humo de las parrillas, el olor a bosta de caballo, el aroma de las especias acumuladas en monta帽itas c贸nicas, y m煤sicas diversas que van del cuarteto cordob茅s a una zamba tucumana.
En Simoca uno puede cometer la ingenuidad de venir a ver una feria pura. Y por supuesto se defraudar谩. Sin embargo, la de Simoca es una feria aut茅ntica con pocos turistas, donde se viene a comprar mercanc铆as de utilidad pr谩ctica antes que adornos o souvenires. Por eso sigue cambiando y ofrece lo que la gente necesita en el d铆a a d铆a, aunque eso implique perder algunos rasgos de 鈥渁utenticidad鈥. Si fuese s贸lo para turistas vender铆a solamente lo que al turista le gusta encontrar 鈥撯漧o aut茅ntico鈥濃, cuando en verdad la feria en ese caso hubiese perdido la aut茅ntica esencia de toda feria.
No solamente cambia la feria sino tambi茅n los medios de llegar a ella. Los sulkis est谩n lejos todav铆a de desaparecer, pero actualmente el n煤mero de motos estacionadas supera levemente a esos hermosos carruajes livianos de un solo caballo, los 煤nicos que pueden transitar sin problema las embarradas calles de tierra del pueblo en d铆as de lluvia.
A dos cuadras del mercado hay todav铆a un herrero que fabrica sulkis, quien vive m谩s de la reparaci贸n que de los pocos que hace por encargo, en general para el exterior (por ejemplo, Australia). Un sulki cuesta alrededor de siete mil pesos, as铆 que los j贸venes optan por alternativas m谩s practicas y econ贸micas como las motos. Andar en sulki es considerado cosa de viejos. Y en verdad lo es, porque quienes los manejan son por lo general gente mayor que superan a veces los 80 a帽os. Es el caso de don Prudencio, 86 a帽os, cliente de la feria desde hace al menos 80 a帽os, a quien no le gustan las fotos ni conversar mucho con extra帽os.
Muy de vez en cuando, en la feria ocurren todav铆a las 鈥渞eyertas gauchas鈥, que estallan en los bares aleda帽os por los excesos de vino. Muchas d茅cadas atr谩s la feria era famosa por sus cuchilleros. Y hoy, cuando suceden esos enfrentamientos, tambi茅n son a cuchillo. Por lo general la gente no se mete ni la polic铆a tampoco, y dejan que los contrincantes salden sus cuentas, aunque las peleas ya no son a muerte. Vale aclararlo, por las dudas, que la feria es un lugar muy seguro.
Los cuchillos, y de los muy grandes y afilados, son una herramienta permanente de trabajo en la feria. Sirven para cortar una torta, abrir un s谩balo en canal, separar la cabeza de un cerdo, dividir en dos un zapallo de un solo golpe, o pelar una manzana.
El olor del mercado tambi茅n es un caos donde se entremezclan la bosta, el chorip谩n, el pollo asado, las especias, el cuero y la verdura fresca. Como todo mercado en el mundo, el de Simoca es un reflejo fiel de la complejidad cultural de un pa铆s. All铆 conviven una gitana enropada con una larga tela y un ni帽o en brazos, dos negros de Senegal ofreciendo pulseras y anillos dorad铆simos, rubias te帽idas, rubias de verdad, un joven bajo una sombrilla que vende motos por cat谩logo, una petisa culigrande y cincuentona con calzas rojas, campera roja, anteojos negros, botas brillosas hasta la rodilla, tacos aguja y rasgos aut贸ctonos en el rostro. Y por un costado de la feria pasa un tren. En ese peque帽o y ca贸tico microuniverso, de dos mil a cuatro mil personas comen y compran todos los s谩bados, desde hace m谩s o menos 300 a帽os.
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