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Domingo, 15 de marzo de 2009
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NEUQUEN > Andacollo, pueblo de montaña

En tierras del volcán Domuyo

Andacollo, en el noroeste de Neuquén, es un lugar de tradiciones y aventuras. En otoño se puede conocer una de las últimas transhumancias del país, cuando los rebaños bajan de las montañas para invernar en las mesetas de la Patagonia. La región es única también por sus manifestaciones geotérmicas, al pie del volcán Domuyo.

Por Graciela Cutuli
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Los Bolillos, una rara formación de siluetas cónicas.

El volcán Domuyo, techo de la Patagonia, desafío importante para escaladores entrenados.

Un piñero y sus cabras en camino a los valles, luego de un verano pasado en las pasturas de montaña.

En el norte de su geografía, Neuquén forma como un triángulo: es como si el mapa se hubiese adaptado para recibir en este rincón de la provincia al volcán Domuyo, el punto culminante de la Patagonia. Cumbre bien conocida de los andinistas, el Domuyo es un clásico entre quienes practican deportes de montaña. La región también es conocida entre los mosqueros, los pescadores con mosca, que recorren sus ríos y lagos en busca de sus ya famosos piques. La montañas forman varios valles, donde corren ríos y arroyos, y encierran algunas lagunas de altura, como la de Huara-Co, de difícil acceso pero muy renombrada entre los especialistas por sus truchas de excepcional tamaño (hasta cinco kilos).

El norte neuquino también empieza a hacerse conocer como un destino de turismo para toda la familia, gracias a la creación de infraestructuras, la apertura de alojamientos y el mejoramiento de las rutas. Es así que Andacollo, la principal aglomeración al norte de Chos Malal, pasó a convertirse en la cabecera de esta corriente. Y bien lo merece. Durante años fue como un secreto bien guardado, o un destino más aventurero que familiar, pero en la realidad Andacollo y el valle del río Neuquén –que se abre camino entre los Andes y el Domuyo– merecen ser visitados por su diversidad y belleza, con propuestas para todos: paseos en 4x4, caminatas, avistajes de aves, sitios históricos, vestigios prehispánicos, tradiciones vivaces, paisajes únicos, baños termales y cabalgatas.

DE PIRQUINEROS Y PIÑEROS Andacollo es un tranquilo pueblo de montaña, acurrucado entre los cerros, la mina y el río Neuquén. La llegada de contingentes de turistas, cada vez más numerosos, transforma apenas su fisonomía y el ritmo de vida. Oficialmente fundado hace un siglo, cuando la minería se desarrolló e industrializó, el paraje –conocido anteriormente como El Durazno– recibió a grupos de mineros chilenos, provenientes en su mayoría de la ciudad transandina de Andacollo. No sólo trajeron con ellos sus hábitos y su trabajo, sino también el nombre de su ciudad de origen y su devoción por la Virgen del Rosario de Andacollo.

Hoy día, se siguen explotando las entrañas de las montañas en busca de oro y otros metales preciosos. La ciudad rinde homenaje en una de sus plazas a los pioneros, los pirquineros, y a sus sucesores, que industrializaron la mina con maquinaria. La mina misma no está abierta a las visitas salvo para ocasiones especiales: lo que sí se puede ver es cómo trabajan los últimos pirquineros de Andacollo, en una casita al borde la ruta que vuelve a Chos Malal. Allí se descubre cómo se sacan las minúsculas lentejuelas de oro de la tierra de las montañas vecinas, y cómo se funden unas con otras para formar pepitas de algunos gramos de oro.

En esta época del año, cuando el verano está terminando y el frío se hace cada vez más crudo en las alturas, no hay que perderse otra tradición de Andacollo, más antigua que la de los pirquineros. La región es una de las últimas en todo el país donde se practica todavía la transhumancia: en marzo, entonces, los piñeros –como se llama a los pastores de cabras y de ovejas– bajan con sus piños (rebaños) desde las pasturas de verano, en los altos valles, para volver a sus casas y sus granjas. Para algunos de ellos el viaje es de más de cien kilómetros, a lo largo de varias semanas. Los animales y sus dueños pasarán el invierno en las mesetas neuquinas, lejos de la Cordillera, y volverán a emprender camino en noviembre para volver a llevar a sus animales hacia las ricas y verdes praderas de alta montaña. No llevan con ellos sólo sus rebaños, sino también tradiciones muy peculiares y cuentos de hazañas y aventuras. Se cuentan historias de pistoleros y cuatreros, junto a las aventuras de los hermanos Pincheira (que se hicieron famosos en Mendoza, donde solían buscar refugio), que asolaron la región durante el siglo XIX, luchando para la corona española y robando ganado para llevarlo a Chile.

Dos veces por año, Andacollo vive al ritmo de esta migración, que se repite desde hace siglos. Durante el verano, varios festejos rinden homenaje a esta tradición, como la peregrinación a la Virgen de Lourdes de Ahilinco, una capilla perdida en las montañas. Una de las más interesantes de estas fiestas es la Cabalgada de San Sebastián, que se realiza cada enero entre Andacollo y el vecino pueblo de Las Ovejas. El año próximo esta fiesta cobrará un especial relieve con los festejos del centenario de Andacollo.

LA PUNTILLA PEHUENCHE Entre los piñeros y los pirquineros, Andacollo conservó su alma de pueblo de pionero, aunque empiezan a construirse cabañas y hay una flamante secretaría de Turismo, en un lugar privilegiado del paseo inaugurado hace pocos años, con un rosedal y un anfiteatro para las fiestas locales. En el pueblo mismo es poco lo hay que hacer y ver, pero afuera, en las montañas vecinas, hacen falta varios días para conocerlo todo.

El recorrido sigue la ruta 43, la misma que viene desde Chos Malal y sube hasta convertirse en una huella en medio del valle del arroyo Varvarco, que corre al pie del Domuyo y llega desde el macizo del Cerro Crestón, donde las provincias de Neuquén y Mendoza limitan con Chile.

La primera parada en este recorrido es el Mirador de La Puntilla, en las afueras de Andacollo. Ya se está a más de 1100 metros de altura. El mirador ofrece una vista espectacular sobre el río Neuquén, que baja con aguas marrones en verano, cuando el deshielo lleva consigo sedimentos desde los Andes. Una pasarela de madera permite llegar hasta el borde de un precipicio que cae sobre el lecho del río. Es un lugar ideal para sacar una buena foto... no importa la experiencia del fotógrafo, es el paisaje el que lo pone todo. Algunos, sin embargo, vienen para sacar otro tipo de fotos, ya que se cuentan muchas historias de ovnis y extraterrestres avistados en La Puntilla. No falta nunca quien tiene detalles para aportar a estas historias, sobre todo en las sobremesas de los restaurantes de Andacollo, donde se entremezclan con hazañas de pesca y debates sobre los portes de las truchas capturadas (y liberadas, ya que la modalidad es con devolución en toda la región).

Cerca de La Puntilla está el camino de acceso a uno de los sitios arqueológicos más importantes del país. Se trata del Parque Arqueológico de Colo Michicó, formado por más de 600 rocas pintadas y grabadas. Es un vestigio de la cultura pehuenche, único en su género. Como no está protegido y se teme por su preservación con una explotación turística masiva, el sitio no está del todo promocionado y hay que acceder con baqueanos, previas consultas en la Secretaría de Turismo de Andacollo.

LAS AGUAS DEL VOLCAN El camino sigue tomando altura y llega a Varvarco, a unos 90 kilómetros, después de pasar por Las Ovejas, otra localidad de montaña. Varvarco es un pueblito pequeño, cuyas casas apenas forman dos filas de ambos lados de la ruta. Delante de la casa de la Municipalidad, hay cerezos cubiertos de frutos a principios del verano. Para llegar a los Bolillos, hay que alejarse un poco de la ruta 43, que ya se transformó en un camino de ripio de montaña y sigue tomando altura. Las principales formaciones rocosas de los Bolillos son los Monjes, que tienen en realidad más formas de cono que de bolillas. Son rocas rojizas y amarillentas, que tomaron la forma de capuchas de monjes por efecto de la erosión. Detrás de ellos, el valle se abre y se ven a lo lejos algunos parajes donde los piñeros concentran sus animales en las noches de verano. Los arroyos se abren paso en medio de pasturas verdes, cuyos colores contrastan con los ocres, grises y marrones de las montañas.

Ahora sí, ya se está cerca de la estrella del viaje, un géiser que propulsa aguas calientes a más de cuatro metros de altura. Hay que buscarlo en un escondite de las montañas, al pie del macizo del Domuyo. Se deja el auto y hay que caminar una media hora por el flanco de montaña para llegar hasta el arroyo Los Tachos: el géiser brota entre las rocas al lado mismo del arroyo. El agua caliente y su penacho de humo alcanzan varios metros de altura, en forma continua. Hay otras fuentes de agua caliente cerca, pero ninguna de esta fuerza. Se las puede detectar por las algas coloradas y amarillas de colores intensos que prosperan en el contacto con el agua caliente y cargada de minerales y azufre. Es increíble ver el géiser en actividad, un espectáculo que la naturaleza brinda sólo en contados lugares del mundo. Pero al pie del Domuyo hay más actividad geotérmica: en Aguas Calientes, como su nombre lo indica, se encuentran también aguas termales, con piletitas naturales. Hay dos cauces de agua: el principal es el más tibio, y forma cascadas donde se pueden disfrutar masajes naturales colocándose de espaldas bajo el agua. El otro, más chico, trae aguas casi al punto de ebullición, que se mezclan con las demás en la pileta y la calientan. En Aguas Calientes hay un terreno de camping y cabañas, pero si la idea es aprovecharlos para pernoctar y disfrutar de baños termales nocturnos, es mejor llegar con un poco de preparación y haberse informado y reservado previamente en Varvarco o Andacollo (las plazas son pocas, la demanda grande y las instalaciones pertenecen a un gremio que tiene prevalencia a la hora de la reserva). Hay más géiseres y aguas termales en los parajes Las Olletas, el Humazo y Rincón de las Papas, también al pie del Domuyo. En las inmensidades del norte neuquino, son puntos de encuentro entre el fuego y el hielo, entre el frío y el calor. Como una clase de geología en plena montaña, brindada por el mismísimo volcán.

Las cantoras de Varvarco

Las cantoras son otras de las manifestaciones típicas de la cultura de la región de Andacollo. Esta tradición musical que otrora abarcaba buena parte del norte de Neuquén sigue viva en Varvarco, donde se hace un encuentro a modo de festival, cada año en febrero. Se realiza desde 1985 para frenar la desaparición de esta tradición. Las cantoras de Varvarco dan vida a una cultura musical hecha de tonadas, valsecitos, cuecas y décimas. Las cuecas neuquinas son derivadas de las cuecas chilenas, pero presentan características particulares en su ritmo y cadencia.

Informes turísticos: [email protected], [email protected]

En la web: www.neuquen.com, www.neuquentur.gov.ar y www.neuquentur.com

Excusiones: Tunduca (una agencia de Chos Malal, ya que no hay en Andacollo todavía): www.tunduca.com.ar

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