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Domingo, 10 de mayo de 2009
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PANAMA > Un archipiélago caribeño

Bocas del Toro

Cerca de la frontera con Costa Rica, la provincia de Bocas del Toro sintetiza lo más bello y exótico de la naturaleza panameña. Manglares, pelícanos y arrecifes de coral, en un archipiélago tan fotogénico como íntimo.

Por Graciela Cutuli
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Las aguas de Bocas del Toro son famosas entre los buceadores por su transparencia.

Vista aérea de las playas del archipiélago, rodeadas de bosques donde hay senderos de interpretación.

Playas desiertas de arenas blancas, en uno de los últimos paraísos vírgenes.

Si hay tantos Caribes como turistas lo visitan, o al menos tantos Caribes como países que comparten sus aguas transparentes y cálidas, el de Bocas del Toro es uno de los más bellos e incontaminados que puedan soñarse en la era del turismo global. Lejos de los grandes resorts, de las playas superpobladas y de las propuestas prefabricadas, este archipiélago compuesto por nueve grandes islas, medio centenar de islotes y unos doscientos manglares está pegado a la frontera con Costa Rica (al que alguna vez perteneció este territorio), y despliega paisajes de auténtica belleza, convertidos en reserva y refugio natural de la fauna marina. La virginidad del lugar no significa, sin embargo, que esté desconectado de Panamá o el resto del mundo: se llega sin problemas por la carretera Interamericana desde Ciudad de Panamá (conectando luego al destino elegido en el archipiélago por taxi acuático) o por avión al aeropuerto de la isla Colón, la mayor de todas. Y si hay una isla Colón, también hay otra llamada Cristóbal... todo en homenaje al navegante genovés, que pasó por aquí en 1502, cuando su cuarto viaje al Nuevo Mundo lo llevó frente a la isla llamada Cayo Solarte, también conocida como Cayo Nancy, y otros puntos del archipiélago.

PIRATAS, COLONOS Y TORTUGAS La riqueza natural de esta parte del Caribe significaba también riqueza económica: no tardaron en descubrirlo los piratas que durante largo tiempo asolaron la región, ni los colonos –anglosajones, alemanes, ingleses, franceses– que se instalaron y comenzaron a desarrollar cultivos y exportaciones. También se establecieron habitantes de Jamaica y otras islas del Caribe, que llegaban con sus esclavos, y desarrollaron importantes intercambios comerciales con los indios locales: esta diversidad y riqueza es hoy uno de los encantos de Bocas del Toro, donde el mestizaje gastronómico, musical y artístico afroantillano es uno de los sellos distintivos de la población y una de las grandes atracciones para el turista. Aquellos intercambios iban de las tortugas al carey y la caoba, sin olvidar las bananas: hasta el día de hoy son importantes las plantaciones de banano, el “oro verde” de América Central, e históricamente una de las principales exportaciones panameñas.

A pesar de su larga historia, turísticamente Bocas del Toro aún es un paraíso al borde de lo intacto. Más allá de la imagen publicitaria de un mar cristalino, la experiencia y el disfrute del viajero en esta porción de la costa caribeña superan el paisaje para abarcar la conexión con la gente, el contacto auténtico con la naturaleza, la apreciación de una historia que se conoce de a poco y a la que no le faltaron contratiempos. Los hoteles, que aquí supieron inclinarse mayormente por la fórmula de bungalows y hostales de baja altura, aprovechando la madera, las hojas de palma, las cortezas de coco y los materiales naturales ponen presencia humana sin distorsionar. El primer día alcanza con un atardecer frente al mar, tal vez acompañado de un vaso de piña colada y de un oído atento para captar los amables modismos regionales, para saber que Bocas del Toro ofrece un nuevo capítulo en la guía de lugares favoritos del viajero atento a los placeres del sol, la playa, el buceo y el avistaje de fauna.

HACIA EL CORAZON DE LAS ISLAS La conexión entre las islas del archipiélago se realiza fácilmente a través de “pangas”, sencillas embarcaciones de madera (o fibra de vidrio, en su versión más moderna) impulsadas a motor. Los timoneles no dudan en contar las curiosidades de ese mar que conocen como la palma de sus manos, en revelar los secretos aprendidos en años de navegación en un mundo tan pequeño en sus dimensiones como grande en riqueza natural. Uno de los atractivos es que el archipiélago, aunque parece sólo un punto en el mapa, ofrece gran diversidad de ambientes naturales: islotes de playas desiertas, arrecifes de coral, manglares y lagos, bosques lluviosos. Sólo hay que tomarse la molestia de elegir cada día cuál será el destino y dejarse llevar hacia el corazón de las islas.

En Colón se encuentra la capital regional, también llamada Bocas del Toro. Según algunas de las varias versiones del nombre, el propio Cristóbal Colón observó en las playas del archipiélago algunos saltos de agua con forma de “bocas de toro” (asociación bastante curiosa, sin duda). Otros lo atribuyen a una roca de la isla de Bastimentos, con forma de toro acostado, o a un cacique local conocido como Boka Toro. Quedará, seguramente, para los misterios de la historia: en todo caso, ningún habitante de las islas parece muy preocupado por certificar los orígenes de su nombre. Diminuta, no por pequeña, Bocas del Toro no pierde encanto: el paseo por las callecitas céntricas, en torno de la Tercera –la avenida principal, donde después del atardecer se dan cita los turistas– tiene el sabor del Caribe auténtico, con su población sobre todo negra y nativa, y las casitas techadas en zinc rojo y negro levantadas sobre pilotes, a orillas del mar. Otras partes son más modernas, pero siempre rodeadas de una vegetación exuberante. Todo aquí parece más sencillo, sin complicaciones, como si fuera posible volver a aquellas primeras impresiones de Cristóbal Colón cuando se detuvo en las islas para reparar sus naves. La gente del lugar, aunque también volcada al turismo, vive del cultivo del banano (aquí tenía sede la poderosa United Fruit Company) y de la pesca: almejas, ostiones, mariscos, los mismos que en las posadas llegan, frescos y tentadores, a los platos de los turistas en busca de sabor local. Es el “estilo bocatoreño” que todos aprecian en Panamá.

PARAISOS DEL CARIBE Pocos minutos de navegación, hacia mar abierto, llevan a Cayo Cisne (Swan’s Key) o la “Isla de los Pájaros”. Reserva y santuario de avifauna, aquí anidan los alcatraces, pelícanos y el vistoso “rabijunco piquirrojo”, de distintivo plumaje blanco y pico naranja. Precisamente para proteger sus nidos no se permite desembarcar en la isla: basta con la aproximación en bote para divisar gran cantidad de aves. También por eso es frecuente ver a los aficionados al birdwatching, con sus prismáticos y las listas donde van anotando todas las especies que pueden ver y reconocer.

Igualmente tradicional en Bocas del Toro es la Bahía de los Delfines, en cuyas aguas tranquilas y rodeadas de manglares se pueden observar fácilmente delfines “pico de botella”, visibles en pocas partes del mundo. Aquí hay además comunidades indígenas abiertas a los visitantes.

Otro lugar imperdible son las islas del Cayo Zapatillas, sobre una plataforma coralina situada en el Parque Nacional Marino Isla Bastimentos. Inútil buscar asociaciones con el calzado... el nombre se debe a una fruta del lugar, la “zapatilla”. Todo lo que la imaginería atribuye al Caribe se encuentra aquí en estado puro: arenas blancas, aguas transparentes, corales coloridos. En la temporada de desove, anidan en las playas del cayo oeste, Zapatillas Menor, tortugas de distintas especies, objeto de interés de científicos de todo el mundo, que también suelen recorrer el lugar para investigar la migración de distintos ejemplares y contribuir a su conservación. En Zapatilla Mayor, entretanto, se levanta el refugio de los guardaparques, dependientes de un organismo nacional de conservación de los recursos naturales. Las excursiones invitan normalmente a pasar todo el día: alcanza una hora de navegación para desembarcar, y luego se puede realizar snorkel o buceo para descubrir los arrecifes y las especies marinas que allí se refugian. Las formaciones más interesantes están a sólo trescientos metros de Zapatilla Mayor, en las bien bautizadas Islas del Coral: no ofrecen mayores dificultades, ya que la profundidad no supera los seis metros, pero permiten ver peces ángel, peces loro, pargos, cangrejos y muchas otras criaturas marinas. Si se logra salir del agua, vale la penar recorrer el sendero interpretativo del bosque, para descubrir los secretos menos visibles de este mundo de vegetación, agua y arena.

El Parque de Bastimentos incluye varios islotes de manglar, donde se puede hacer snorkel, y en algunos sectores se puede visitar la comunidad indígena nativa de guaymí. Por otra parte, es una linda experiencia visitar la isla Bastimentos un lunes: es el día en que se celebra el bluemonday, una fiesta musical con ritmos caribeños, reggae y pop. Los viajeros se suman con gusto a esta tradición, nacida hace muchos años, cuando los pobladores que trabajaban en la cosecha y embalaje de bananas para la United Fruit Company organizaban bailes los lunes por la noche, para compensar que sólo tenían un día de descanso los domingos. Es uno más de los encantos de Bocas del Toro, un archipiélago por descubrir, allí donde Centroamérica comienza la curva que abraza las aguas del Caribe.

DATOS UTILES

Cómo llegar. Por vía aérea, de Buenos Aires a Ciudad de Panamá, hay vuelos a partir de 600 dólares más tasas. Desde allí, los vuelos hasta la Isla Colón duran alrededor de una hora y rondan los 100 dólares. También es posible alquilar un auto y recorrer por la carretera Interamericana los 400 kilómetros que separan la capital panameña de Gualaca (provincia de Chiriquí), para seguir luego 90 kilómetros más hasta Almirante, de donde salen las lanchas hacia Isla Colón (también se puede tomar un ferry en Chiriquí, con auto incluido, para desembarcar en Colón).

Dónde alojarse. Aunque la oferta hotelera creció notablemente en los últimos años de la mano del turismo, aún conviene elegir los hospedajes más naturales. Se consiguen habitaciones dobles desde 30/40 dólares la noche.

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