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Domingo, 5 de julio de 2009
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MENDOZA > LA REGION DE MALARGÜE

Una caja de sorpresas

En torno de Malargüe se multiplican el ecoturismo y el turismo activo. Mientras en Las Leñas da comienzo la temporada de nieve, siguen atrayendo los asombrosos escenarios naturales de la región, desde la laguna de La Niña Encantada hasta Los Castillos de Pincheira o la extensa zona de volcanes de la Payunia.

Por Graciela Cutuli
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Los colores contrastantes de la Payunia, donde afloran más de 800 conos volcánicos.

Volcanes, lagunas de altura, campos de nieve, flamencos, aguas termales. Lo que parece el compendio soñado de cualquier folleto turístico es lo que se puede encontrar en la región de Mendoza que rodea a Malargüe. En estos días, a pesar de los cambios de planes obligados por los adelantamientos y modificaciones en las vacaciones de invierno, la estrella es el centro de esquí de Las Leñas, que comienza una nueva temporada invernal con una nevada que pintó todo de blanco y lo dejó listo para empezar a trazar huellas sobre el valle. Pero toda la región malargüina es como una caja de sorpresas, que invita a pasar desde una mágica región de volcanes, en la extraordinaria Payunia, hasta las profundidades azules del Pozo de las Animas, o las siluetas caprichosas de los Castillos de Pincheira. Partiendo de Buenos Aires, el mapa de ruta –o tal vez un moderno GPS– marca 1152 kilómetros, derecho hacia el oeste.

DONDE HUBO FUEGO...

Si hubiera un planeta negro, pensaríamos haber aterrizado sobre su superficie apenas llegados a la Payunia. Accedemos por el punto de ingreso principal, al sur del pueblo de Bardas Blancas, en compañía de un guía malargüino capaz de revelar los secretos ocultos en este paisaje exótico y solitario, cuya enorme superficie –son 450 mil hectáreas protegidas sobre la precordillera– lo convierte en uno de los campos volcánicos más grandes del continente.

La bienvenida está a cargo del Payún Liso y el Payún Matrú, dos de los volcanes más conocidos de la reserva, que nació con intención de proteger este paisaje de la explotación petrolera. A nuestro alrededor todo es gris y negro, contrastando con un cielo que brilla tanto como se oscurece la tierra. Nuestro guía les va poniendo nombres a los relieves que dominan el horizonte: coladas de basalto, conos volcánicos, arenales piroclásticos... Cuesta pensar que en este mundo de silencio alguna vez la tierra hirvió de actividad, que todo fue fuego y calor de las entrañas del planeta: el único testimonio son los más de 800 conos volcánicos que jalonan la irregular superficie de este particular testigo del pasado.

La Pasarela, un puente construido sobre un desfiladero de lava atravesado por el río Grande.

Desde La Pasarela, un puente construido sobre un desfiladero de lava atravesado por el río Grande, la visión global dispara la imaginación, que vuela millones de años hacia atrás para recrear las tremendas erupciones que arrojaran la lava desde decenas o cientos de kilómetros de distancia. Junto al negro se dibujan en el paisaje siluetas rocosas rojizas por el óxido de hierro, el amarillo de algunas matas de vegetación, el ocre de algunos relieves lejanos. Para transitar por ese paisaje hay que tomar todas las precauciones posibles: sólo se pueden recorrer las huellas ya recorridas por otros vehículos, para no marcar otras nuevas, y tomar la precaución de caminar sólo por donde lo indica el guía.

No muy lejos de aquí, cerca de Bardas Blancas, un bosque petrificado permite imaginar la vida que alguna vez hubo en la región: gigantescas araucarias, que alcanzaban unos cien metros de altura y alguna vez vieron pasar a los dinosaurios, yacen petrificadas en el piso por la acción del tiempo y la naturaleza. La Payunia es rica en fósiles, pero también en una vida que se materializa sobre todo en los guanacos –habitantes privilegiados de este ambiente desértico– y en las adaptables lagartijas. Muchos de esos guanacos atraviesan grandes extensiones desde la laguna de Llancanelo o el río Grande para llegar hasta aquí, donde encuentran alimentos pero también tranquilidad y refugio en la zona intangible de la reserva. Probablemente ellos la conozcan mejor que el hombre: hoy en día sólo se visita en realidad una pequeña parte de la Payunia, y aún quedan partes sin explorar que son auténticas promesas para los científicos que estudian la historia de la tierra.

LAS BRUJAS NO EXISTEN...

Pero si existieran, vivirían sin duda en la caverna que les fue dedicada, a unos 70 kilómetros de Malargüe, cerca de Bardas Blancas. No apta para claustrofóbicos, la caverna es una maravilla geológica, donde la roca caliza y el agua se unieron para crear formas fantásticas y sorprendentes en una cavidad –la mayor que se conoce hasta ahora en nuestro país– situada a unos 1800 metros sobre el nivel del mar. También aquí es imprescindible la presencia de un guía... y de hecho nadie se animaría a entrar solo; incluso hay quienes retroceden en la entrada, un poco atemorizados por la oscuridad y la estrechez que se anuncia en algunos pasadizos. Pero juntar valor vale la pena: lentamente, equipado con luces especiales, el grupo se va adentrando en las formaciones naturales que se conocen como Cámara de los Dioses, Sala de las Arenas, Sala de la Virgen, Sala de los Encuentros... Si se piensa que la naturaleza “esculpe” al ritmo de medio centímetro por año, se puede tener una idea más certera del tiempo geológico necesario para que podamos apreciar estas formaciones asombrosas. Poco a poco la vista se acostumbra a la oscuridad, y las manos y pies se adaptan a avanzar con ayuda de las escaleras y cuerdas colocadas para ayudar en el circuito. En unas y otras salas, el tacto y la vista descubren la belleza de las estalactitas, estalagmitas, velos y otras formaciones a lo largo del recorrido abierto a los turistas: en total son unos 170 metros sobre el primer nivel (o nivel intermedio) de la caverna, que tiene tres niveles en total e incluye tanto amplios salones naturales como pasadizos –o “gateras”– muy estrechos.

Las estalactitas y estalagmitas de la Caverna de las Brujas crecen 0,5 cm por año.

Muy difícilmente las fotos puedan revelar la armonía de formaciones como la Estalagmita gigante, que tiene 1,58 metro de altura, o las formaciones coralinas de las paredes de distintos sectores; es una experiencia que se vive con todos los sentidos, como abriéndose a los secretos de las entrañas de la tierra. Tal vez las mismas sensaciones que hayan tenido las dos mujeres que escaparon a los indígenas de la región que las mantenían cautivas en una toldería, y lograron sobrevivir durante un tiempo refugiándose en la caverna: se cuenta que ellas, que al ser encontradas salieron huyendo bajo la forma de dos lechuzas, fueron el origen de la leyenda sobre las brujas con que fue bautizado el lugar, en los años ’50.

UN CASTILLO PARA LOS BANDIDOS

Las curiosidades geológicas de Malargüe no terminan aquí. Hay que recorrer unos 30 kilómetros desde el centro de la ciudad para llegar hasta otra reserva, los Castillos de Pincheira, que según se cuenta alguna vez sirvieron de oportuno refugio a un grupo de bandidos encabezados por los hermanos Pincheira, dos mercenarios chilenos que estuvieron a las órdenes de los realistas en la época de la Independencia. Hay que remontarse a los primeros años del siglo XIX para rastrear las acciones de los hermanos, que de paso se dedicaban a contrabandear mercaderías a un lado y otro de la incipiente frontera argentino-chilena con casi cien hombres, donde se mezclaban todas las etnias y nacionalidades.

A punto de saborear un chivito con el fondo escenográfico de los Castillos de Pincheira.

El castillo en cuestión es una rara formación natural que se levanta a orillas del río Malargüe y cerca del arroyo Pincheira, con torres de roca rodeadas por conos de material sedimentario. Es decir, ideal para ocultarse y mirar sin ser visto, exactamente lo que necesitaban los mercenarios-contrabandistas. Al mismo tiempo, un nuevo testimonio de la actividad erosiva del agua, el viento y los glaciares, al que es posible acercarse cruzando un puente colgante instalado sobre el río. Junto a sus orillas funciona un complejo turístico donde se puede comer (chivito y tortas fritas, algo así como el “non plus ultra” local), pero también asesorarse sobre distintas actividades. Entre ellas, cabalgatas –para expertos y principiantes–, caminatas, recorridos en bicicletas todo terreno y salidas de “caza fotográfica” para llevarse un recuerdo en imágenes (o quién sabe... con un poco de suerte, tal vez también para encontrar en las exploraciones el tesoro perdido de los Pincheira, que se cree oculto en los alrededores).

LA NIÑA ENCANTADA

Además de curiosidades geológicas, está claro que Malargüe también es tierra proclive a las leyendas: las lechuzas de la Caverna de las Brujas, el tesoro de los Pincheira, los lamentos de un grupo de hombres caídos en el Pozo de las Animas mientras perseguían a los enemigos... Y la sugestiva Niña Encantada, una laguna situada a pocos kilómetros de las termas de Los Molles, cuyas aguas transparentes reflejan con fidelidad las rocas volcánicas acumuladas alrededor del espejo de agua. Los pobladores suelen contar que la “niña encantada” de la laguna era Elcha, hija de un cacique que se negó a casarse con un jefe pehuenche y huyó, en cambio, con su auténtico amor. Perseguidos ambos por el novio despechado, los enamorados se arrojaron a las aguas de la laguna, donde en las noches de luna llena se ve aparecer la imagen de la desdichada joven.

Pequeña pero muy fría (aunque aquí en verano se practica buceo de altura), la laguna tiene aguas intensamente verdeazuladas y tan transparentes que permiten adivinar las ondulantes algas bajo su superficie. Las coladas de lava que rodean el agua acentúan el contraste de colores y completan el panorama mágico de la laguna, última perla de un itinerario que pasa de los desiertos volcánicos a los castillos de roca, y de las grutas legendarias a los centros de esquí de moda: todo un mundo en apenas un puñado de kilómetros.

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