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Domingo, 1 de noviembre de 2009
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ITALIA > ROMA

Tan eterna y tan moderna

Antigua y cambiante, Roma lleva desde la soledad de sus recónditos vicoli al fasto de las avenidas comerciales donde se lucen las marcas de moda italiana. En pocos pasos, un viaje de siglos que transita las mismas piedras pisadas por los antiguos romanos y revela la eternidad de la urbe.

Por Graciela Cutuli
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Vista aérea del Coliseo, al que se accede por la Avenida de los Foros Imperiales.

“Tutto si consuma e tutto si combina / Per le strade di Roma” (Todo se consuma y todo se combina / por las calles de Roma). Lo escribe y lo canta Francesco De Gregori, “il principe poeta”, que las calles de Roma las camina desde que nació... y cuya música bien puede entonces acompañar un paseo por la Ciudad Eterna en los albores del siglo XXI. Curiosa Roma, variopinta, pintoresca, cambiante y sobre todo bella, con la belleza que sólo puede dar el tiempo, que ella no mide en décadas sino en siglos. Tal vez porque es eterna, “como el agua y el aire”, y se diría que siempre existieron sus descascaradas paredes ocre-rojizas, sus fuentes cantarinas y esa luz crepuscular que la hace más hermosa en la puesta del sol, cuando se encienden los primeros, románticos faroles de la noche italiana.

VIA APPIA ANTICA “Regina viarum”, “la reina de los caminos”, la Via Appia era el nexo entre Roma y Brindisi, la principal puerta hacia Oriente del mundo antiguo. Punta de lanza de la colonización romana, y de la fundación de nuevas ciudades, aquí fueron colocadas las primeras “piedras miliares”, mojones de mármol que indicaban una distancia de mil pasos y que podrían considerarse entre las más antiguas señalizaciones urbanas conocidas. En el sector conocido como “tramo urbano” se recorren hoy las partes mejor conservadas, aquellos que revelan la increíble maestría con que, a partir del siglo IV a.C., los romanos trazaron la impresionante red vial del futuro imperio. Gracias a las piedras pulidas con parejo cuidado, la ruta era transitable siempre a pesar de la lluvia y un ingenioso sistema de drenaje la salvaba de las inundaciones. A ambos lados, había veredas para el paso peatonal. Y aunque ya no es tiempo de carros ni cuadrigas, la Via Appia sigue siendo transitada en algunos tramos por los automóviles, inventados más de dos mil años después... Numerosas iglesias, como la de “Quo Vadis” donde se dice que Pedro se encontró con Cristo en su huida de Roma; sepulcros; arcos; mausoleos y catacumbas jalonan el camino y, cuando no hay interferencias modernas a la vista, recrean con sorprendente fidelidad el paisaje de los tiempos en que el latín era la “lengua franca” de una civilización que se extendía por toda Europa.

CALLES DE HISTORIA Y ARTE Así como la Via Appia abría camino hacia el sur, hacia el norte avanzaba la Via Flaminia: y en una parte de su recorrido se cruzaba con una de las calles más céntricas de Roma, Via dei Condotti, en la zona norte del “Tridente” que forman Via del Babuino, Via Ripetta y Via del Corso, donde late con fuerza la vida comercial y nocturna de la Roma moderna. El nombre no es muy poético –se refiere a los conductos que llevaban el agua desde la colina del Pincio hasta Campo Marzio– pero no le impide ser sinónimo del glamour de la moda italiana. A pasos de Trinitá dei Monti, escenario del famoso desfile “Donne sotto le stelle”, paso a paso rivalizan las vidrieras, no por prohibitivas menos atractivas, de Valentino, Ferragamo, Dolce & Gabbana, Fendi, Gucci, Laura Biagiotti o Armani. Para reflexionar sobre la dolce vita, el mejor lugar de la animadísima calle es el Caffé Greco, que abrió en 1760 y desde entonces no dejó de atraer a intelectuales, poetas, músicos y, naturalmente, simples curiosos que por el precio de un café pueden sentirse vecinos virtuales de Guglielmo Marconi, inventor de la radio y habitante de Via dei Condotti 11, o de visitantes ilustres como Goethe, Byron, Keats, Stendhal, Grieg, Leopardi, Schopenhauer y Wagner.

Campidoglio, una de las siete colinas romanas, donde se levanta el municipio de la Ciudad Eterna.

No muy lejos, paralela a la Via del Babuino corre Via Margutta, tal vez una de las calles más sugestivas de Roma, aunque haya nacido como simple “patio de atrás” y estacionamiento de los carruajes y caballos dirigidos a su vecina más importante. En esta calle, escenario de las famosas “Vacanze Romane” de Audrey Hepburn y Gregory Peck (La princesa que quería vivir) hubo numerosos habitantes ilustres, empezando por la mítica pareja que formaron Federico Fellini y Giulietta Masina. Hoy perduran entre las casonas antiguas, en torno a los jardines secretos y bajo ese cielo que inspira a fotógrafos, pintores y músicos populares, como el romano Luca Barbarossa, galerías de arte y concurridos restaurantes de moda.

NUOVE STRADE Junto a las calles más antiguas, hay otras que al visitante tal vez le parezca que siempre existieron, pero en realidad son una creación del siglo XX. Es decir casi recién nacidas, para los parámetros de la Ciudad Eterna. Una de ellas es la Via dei Fori Imperiali, donde se encuentra una de las dos entradas a los Foros Imperiales, a mitad de camino entre Piazza Venezia y el Coliseo. De unos 850 metros de largo, la avenida fue abierta por orden de Benito Mussolini en 1932 con un objetivo bastante específico: impresionar a Hitler, que tenía previsto visitar Roma, con una avenida de perspectivas imponentes. Y nombre igualmente imponente, ya que se llamaba pomposamente “Via dell’Impero”. La denominación fue convenientemente cambiada algunos años después, ya que aquí se realiza cada 2 de junio –día de la fiesta nacional– el desfile en homenaje a la República Italiana. Como casi todo en Roma, la calle se levanta sobre restos de los Foros Imperiales, de modo que reiterativamente se discute la hipótesis de cerrarla definitivamente: por el momento, sigue abierta al tránsito, aunque los domingos se hace peatonal y es entonces uno de los mejores momentos para recorrerla y apreciarla sin sortear los automóviles y “motorinos” que invaden las calles romanas todos los días y a todas horas.

Igualmente artificial es la Via della Conciliazione, que une la Piazza San Pietro con el Castel Sant’Angelo. Se abrió en 1936, tras la reconciliación oficial del Estado italiano y la Santa Sede que siguió a los pactos lateranenses de 1929, y a lo largo de medio kilómetro ofrece una vista distintiva de la basílica vaticana lograda a fuerza de no pocas destrucciones. Pero para conseguirlo pierde el “efecto sorpresa” buscado por los arquitectos post-renacentistas al diseñar el trazado de la plaza y el abrazo de la famosa columnata de Bernini, que abrían un inesperado espacio de dimensiones grandiosas pero armónicas después de atravesar un dédalo de pequeñas callecitas.

Via Margutta, la calle de las galerías de arte, a pasos del Tridente que desemboca en Piazza del Popolo.

EN TORNO DE LA FONTANA DI TREVI Entre el Tridente con sus calles peatonales, como Via Frattina y Via della Croce, y el histórico Campidoglio, el buen caminante puede descubrir incontables calles y callecitas que desembocan –yendo en una y otra dirección– en el Pan-theon, el Quirinale, las Quattro Fontane, Piazza Barberini o el Coliseo. Pero cualquiera sea el lugar elegido durante la visita a Roma, hay uno que nadie querría dejar de lado, aunque sólo sea por la promesa implícita de regresar a esta ciudad caótica y atrapante: se trata de la legendaria Fontana di Trevi, la más bella de las de por sí bellas fuentes barrocas de Roma, situada en la encrucijada de tres calles (“tre vie”, de ahí “Trevi”) que marcaban el punto final de un antiguo acueducto. Tritones, caballitos de mar y una poderosa estatua del Océano rinden homenaje a la fuerza del agua que brota sin cesar, fresca y transparente. Hay que tratar de visitarla muy tarde, porque iluminada es aún más hermosa, o muy temprano, antes de que la ola turística impida disfrutar de su armonía: pero a toda hora hay tiempo para lanzar de espaldas la clásica moneda que augura un feliz regreso. Y aunque Anita Ekberg ya no vuelva para tentar a Marcello Mastroianni a sumergirse en las aguas cristalinas de Trevi, quedará para siempre su imagen inolvidable en el celuloide de La Dolce Vita y la promesa de su eterno retorno en las cientos de moneditas que yacen en el fondo.

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