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Domingo, 3 de enero de 2010
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Ciudades y tradiciones

El emporio de los sentidos

Un recorrido por Japón, que supo transformarse en un gigante de la tecnología de punta sin olvidar su rico legado histórico. Palacios, templos, jardines, monjes budistas, luces de neón y jóvenes ultramodernos conviven en armonía en este paraíso del Lejano Oriente.

Por Guido Piotrkowski
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Nagoya, otra de las grandes ciudades japonesas, con un estilo futurista.

Japón no pasa desapercibido en el imaginario colectivo. Pensar en esta remota isla del Pacífico trae a la mente del viajero un abanico de imágenes multicolores: la aureola mística de los templos, pagodas y monjes budistas arropados en sus clásicas túnicas; el posfuturismo de una urbe ultramoderna como Tokio y su constante innovación tecnológica; la naturaleza en su estado más fino, reflejo del perfecto paisajismo local; los sabores exóticos de cocina tradicional. Los más diversos atractivos concentrados en apenas 380.000 kilómetros cuadrados (una superficie similar a la de Tucumán) y repartidos en 4000 islas, de las cuales cuatro son las principales.

TOKIO, PUJANTE Y MILENARIA La capital japonesa es una ciudad hiperpoblada –las cifras hablan de unos 12 millones de habitantes sólo en el área metropolitana– que, sin embargo, no deja atrás sus tradiciones. El pasado remite al barrio de Asakusa, para perderse entre las estrechas callejuelas de casas antiguas hasta ingresar en el Templo de Sensoji. Un enclave para conectarse con los dioses... pero también para saciar la sed de consumo en sus pasajes comerciales, llevándose algunos recuerdos.

Siempre en sintonía con la historia, sobresale el Palacio Imperial, rodeado de un lago y erigido en medio de frondosos jardines como el Higashi Goyen, donde estallan cada primavera los colores típicos del paisajismo nipón. Todo un arte, con la premisa de armonizar los elementos naturales combinando piedras, agua y vegetación.

Emblema nacional. El Monte Fuji, con su cumbre siempre nevada, es el corazón de los “Alpes japoneses”.

Si se trata de respirar aire puro, el parque de Ueno también exhala arte y cultura. Tapizado en primavera de un sinfín de cerezos en flor, es el espacio abierto más grande de la ciudad. Allí se pueden visitar el Museo Nacional de Tokio, el Museo Nacional de Ciencia de Japón y el Museo Nacional de Arte Occidental.

Luego de alimentar el espíritu, el itinerario conduce a las compras en áreas como Marunouchi, la zona comercial más grande del país, o tras los neones de Ginza, reconocida internacionalmente por sus elegantes boutiques. Por la noche, las calles se encienden en Shinjuku y sus concurridos bares y discotecas.

A su vez los barrios de Shibuya, Harajuku y Aoyama son los epicentros de la vanguardia japonesa. Por estos rincones desfila la juventud nipona en llamativos atuendos y cortes de pelo ultramodernos, que contrastan notoriamente con santuarios como el Meiji Jinjer, el templo sintoísta más importante de la ciudad, situado en Harajaku.

Kioto, la antigua capital imperial de Japón, ciudad de templos y tradiciones.

Para los geeks o amantes de la tecnología, el lugar a recorrer es Akihabara, el barrio tecnológico por excelencia, que ostenta la mayor concentración de negocios electrónicos del país. A la hora de comprar se imponen las grandes tiendas dedicadas exclusivamente a la electrónica, con plantas especiales para turistas, que gozan de descuentos en los impuestos locales y garantías internacionales.

Odaiba, por su parte, es un curioso barrio-isla construido en terrenos ganados al mar y unido a la ciudad por medio del Rainbow Bridge, magnífico puente que va cambiando los colores de su sofisticada iluminación conforme pasan las estaciones del año. Vale la pena darse una vuelta por aquí, sobre todo para visitar el modernísimo edificio de los estudios Fuji TV. En lo alto, desde un observatorio circular, se puede disfrutar uno de los más bellos atardeceres tokiotas, con vista panorámica al Rainbow Bridge incluida.

KIOTO Y NARA, BELLEZAS REMOTAS Aunque Tokio es el principal punto de llegada y partida, durante unos mil años y hasta 1855 la capital del imperio fue Kioto, considerada la cuna del pensamiento japonés. Cultura, arte y religión tienen sus orígenes en esta encantadora ciudad situada a poco más de dos horas y media de la capital, gracias a un fantástico viaje en tren bala que traza un puente entre la ultramoderna red ferroviaria japonesa y sus históricos castillos y templos.

Las joyas arquitectónicas de la antigua Kioto fueron declaradas patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1998: entre ellas el Castillo de Nijo, el Templo Ginkakuji y el Templo Kinkakuji, magníficas construcciones del más puro estilo japonés que invitan a perderse en sus impecables y cuidados jardines, como el del Templo de Sanjusangendo, con mil y una estatuas de madera dorada de Kannon, diosa de la misericordia.

Sin embargo, no sólo los templos de esta entrañable ciudad son obras maestras de la arquitectura. Kioto, como buena ciudad imperial que supo ser, tiene su propio Palacio Imperial, además de la Villa Imperial de Katsura. El palacio fue la morada de los emperadores y todavía hoy, aunque ya no vive allí la familia real, es el lugar donde se llevan a cabo las ceremonias de coronación de los nuevos monarcas. En la villa de Katsura hay varios pabellones, una casa de té y un edificio principal que revelan lo mejor de la arquitectura tradicional japonesa y algunos de los más bellos jardines del país.

Antes aún de Kioto, Nara fue capital de Japón en tiempos medievales. Poco más de cuarenta kilómetros al sur de Kioto, la ciudad se distingue por sus maravillosos santuarios, como el Templo Todaji, donde descansa una gran estatua de Buda en bronce; el Templo Horyuji, que permanece indemne al paso del tiempo a pesar de ser la estructura de madera más arcaica del mundo y el santuario más antiguo del país, y el Gran Santuario Kasunga, iluminado con unas tres mil linternas de piedra y metal.

CHUBU, HACIA EL MONTE FUJI Finalmente, vale la pena explorar la región de Chubu, exactamente en el centro de la isla, para viajar desde el célebre Monte Fuji, en lo más alto de los “Alpes japoneses”, hacia las costas del Mar de Japón. Y desde allí a la costa del Pacífico, sede de las industrias de tecnología de punta que hicieron de esta pequeña isla un gigante mundial.

La ciudad de Nagoya, erigida sobre una vieja fortaleza, es el lugar de las artesanías típicas por excelencia, como la porcelana, la laca y los shibori-zome, tejidos tradicionales trenzados, anudados y teñidos. La alfarería y cerámica también son características de esta región, sobre todo en Seto, donde se puede aprender a modelar figuras de barro, o en Tokoname, otro sitio reconocido por sus ceramistas.

Además, hacia las costas se puede descubrir el mundo de las pesquerías de perlas, en Ise y Toba, o en la isla Mikimoto, donde fueron producidas las primeras perlas de cultivo. También en Ise, el Gran Santuario es el más venerado de los templos sintoístas del país, y es reconstruido íntegramente cada veinte años en un rito relacionado con los ciclos de renacimiento de la naturaleza.

La región de los Alpes, por su parte, alberga sitios empapados del Japón de antaño, como la ciudad fortificada de Takayama y el pueblito de montaña Shirakawa-go, donde el turista tiene la opción de alojarse en alguna de las tantas granjas rurales acondicionadas como pequeños hoteles. Los amantes del esquí estarán de parabienes en esta región, ya que dentro del parque nacional Chubu Sangaku hay varios centros invernales. Nagano es el más reconocido, por haber sido sede de los Juegos de Invierno en 1998, pero en sitios como Zao, Onsen y Naeba se puede practicar esquí nocturno en pistas iluminadas. Durante el verano también son lugares muy atractivos, sobre todo para aquellos que disfruten de las caminatas de montaña. Una vez más, una combinación perfecta entre pasado y futuro, que sintetiza el justo equilibrio japonés entre Oriente y Occidentez

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