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Domingo, 13 de enero de 2002
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COSTA ATLANTICA
Vacaciones en Mar del Plata y sus vecinas

No hay verano que se resista

Con los primeros días de enero, la tentación de pasar unos días en la playa no se hace esperar. Y allí está Mar del Plata en primera fila, dispuesta a repetir el rito veraniego de fidelidad con sus visitantes. Junto a ella, toda la costa atlántica despliega sus encantos.

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Por Graciela Cutuli

Cuál es el camino más directo entre un argentino y sus vacaciones? La ruta que va a Mar del Plata. Cuando llega enero, parece que no hay crisis que valga: por muchos o pocos días, la tentación del sol y la playa se vuelve irresistible, y para colmar esa expectativa Mar del Plata y los principales balnearios de la costa atlántica siempre están listos. Este año, además, con varias iniciativas que van desde devolver el precio del peaje a los turistas hasta el compromiso de mantener los precios en plena era de la maquinita... Como sea, sigue habiendo opciones para todos los gustos, y al fin y al cabo los clásicos pasatiempos playeros –bucear en la arena en busca de almejas, jugar al vóleibol, dejarse arrastrar por las olas o simplemente convertirse en lagartos bajo el sol– siguen siendo accesibles para todos. Por supuesto, cada año trae sus modas y tendencias: para no quedarse con la curiosidad, lo mejor es correrse los 400 kilómetros en promedio que separan al porteño de la deseada playa, y ponerse al día sobre todo lo que trae la temporada 2002.

FIESTAS GALANAS Cuentan que cuando don Juan de Garay anduvo por estos mares definió a las playas marplatenses como “una muy galana costa”. Elogio que bien puede mantenerse hasta el día de hoy: varios siglos más tarde, además de ser galana, Mar del Plata se consagró como la capital del turismo playero, la “Ciudad Feliz” donde se borra cualquier crisis y la sede de celebraciones como la Fiesta Nacional del Mar y la Fiesta Nacional de los Pescadores, ambas en enero. Está de más decir que el verano es la gloria de los pescadores que se internan en el mar en busca de cazones o corvinas: la pesca de mar se disfruta como nunca en esta época del año.
Uno de los mayores encantos de Mar del Plata es que permite combinarlo todo: cuando hay buen tiempo, lo mejor son las playas, desde las concurridas Brístol o La Perla hasta las más alejadas del Faro, ya dejando atrás la cadena de balnearios de Punta Mogotes. Cada una tiene su estilo y su público, pero cuanto más alejadas del centro más exclusivas se vuelven. Y si el tiempo no es bueno, las opciones en lugar de acortarse se multiplican. Una de ellas es el clásico Casino, donde probar suerte a ver si se puede regresar a casa con menos agujeros en los bolsillos... Otras, la visita al Museo de Ciencias Naturales, que apasiona a grandes y chicos, el homenaje frente al monumento a Alfonsina Storni esculpido por Luis Perlotti, el paseo por la Vereda de los Famosos y un café con medialunas en el Torreón del Monje.
Mar del Plata es la ciudad más linda de la costa atlántica en buena parte porque tiene historia, una historia nacida a principios del siglo XX cuando fue una suerte de Biarritz argentina jalonada por elegantes casas como Villa Victoria, antigua casa de Victoria Ocampo; Villa Ortiz Basualdo (hoy Museo de Arte Castagnino), Villa Normandy (actual sede del Consulado de Italia) o la típica Villa Alzaga Unzué, transformada en colegio.
Son modernos, en cambio, dos de sus más interesantes atractivos turísticos: el Museo del Mar, que posee unos 30 mil caracoles procedentes de todas partes del mundo, y constituye todo un centro cultural en torno a la vida marítima; y el Mar del Plata Aquarium, junto a Punta Mogotes, que le da a la ciudad un toque biológico-recreativo infaltable. Después de ver a los delfines haciendo piruetas con increíble naturalidad, vale la pena dedicarle tiempo también al centenario Faro, situado dentro de un parque temático asimilado al Aquarium, y al Bosque Peralta Ramos: allí, a la sombra de árboles añosos, se puede descubrir una original casa de té situada en el corazón del bosque, y abierta durante todo el año para probar deliciosas tortas.

A TODA COSTA El segundo gran polo turístico de la costa atlántica, el que eligen los turistas que no se dejan arrastrar por el imán marplatense, va desde San Clemente hasta Villa Gesell. Cada uno de los balnearios tiene su propio estilo: en San Clemente, muy cerca de la Bahía de Samborombón, estradicional la cita con las orcas y delfines de Mundo Marino, pero en los últimos años también se consolidó la oferta del ecoturismo con las visitas a la Reserva Campos del Tuyú, donde se puede observar el ecosistema del humedal pampeano protegido y con todas sus especies aún intactas. Vale la pena: es un acercamiento totalmente distinto a estos paisajes tan conocidos.
Más allá, Las Toninas y Santa Teresita son elegidos por quienes buscan tranquilidad. La mayoría de los turistas son familias con hijos chicos y abuelos incluidos, en busca de playas ajenas a las modas, que ofrecen sin embargo canchas de golf, equitación, carreras de autos y vuelos de bautismo. Los más románticos eligen las anchas y desiertas playas de Costa del Este y la Lucila del Mar, cuya ausencia de vida nocturna se compensa con creces en San Bernardo, meca desde hace algunos años de los turistas adolescentes que viven a contramano de los horarios del resto de sus familias. San Bernardo ya no es sinónimo de decenas de metros de arena donde abundaban almejas y caracoles: hoy hay movida y playa, que no dejan lugar para los nostálgicos.
Finalmente, el último tramo de esta parte de la costa también tiene sus contrastes: están Pinamar y Cariló, siempre a la moda y pendientes de las últimas tendencias –aunque la frivolidad pasa a segundo plano por la belleza de sus bosques y médanos–, y también la hippie Villa Gesell, que no tiene ninguna intención de alejarse de sus amantes bohemios y los artesanos que la hicieron famosa a partir de los años ‘60. Siguiendo el rumbo, Mar de las Pampas y Mar Azul son proyectos de balnearios donde se puede encontrar esa paz que desapareció hace tiempo de las arenas de Pinamar y Cariló: es muy probable que los próximos años las encuentren enfrentándose a una nueva ola de crecimiento. Mientras tanto, son un pequeño paraíso para quienes vivir asomados al mar y de espaldas a la agitación. Pero ese pequeño milagro se consigue, con más o menos diferencias, a lo largo de toda la costa atlántica: por eso no hay verano que se le resista.

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