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Domingo, 27 de abril de 2003
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ITALIA La ciudad de Venecia

La belleza flotante

Toda Venecia, la ciudad flotante, parece dibujada con trazos etéreos sobre un lienzo de agua. Desde hace siglos subyuga a viajeros y artistas como sólo pueden hacerlo las verdaderas obras de arte.

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El famoso Puente de los Suspiros, por donde pasaban los acusados por la Inquisición.
Por Graciela Cutuli

Si las emociones pudieran traducirse en el mapa de una ciudad, el deslumbramiento ante la belleza tendría la forma intrincada de los canales de Venecia. Además de ser una de las ciudades más fotogénicas del mundo, la protegida de San Marcos tiene una rara combinación: grácil e imponente a la vez, sorprende por sus rincones llenos de misterio y deslumbra frente a los palacios que hunden los pies en el agua. Sin embargo, Venecia no sólo es una ciudad monumental: bullanguera de día –como lo comprueba todo aquel que tome un vaporetto para desplazarse por los canales–, por las noches se sumerge en un silencio fantasmal, sólo interrumpido por el leve oleaje de la laguna.

Islas sobre la laguna Venecia está construida sobre decenas de islas que flotan sobre la laguna: “Fundada sobre las aguas, encerrada por las aguas, defendida por las aguas en lugar de murallas”, decía un edicto del siglo XVI, definiendo el paradójico carácter de una ciudad abierta al mundo, poderosa y rica gracias al comercio con Oriente, pero a su vez encerrada en su carácter acuático de rías, canales, lagos, valles y pantanos. Fuera del casco urbano, toda la zona de la laguna de Venecia, que tiene en total 549 kilómetros cuadrados, es un mundo exótico, donde los cazadores y pescadores conservan tradiciones nacidas hace siglos. Es un milagro de la arquitectura que exista una ciudad sobre un terreno semejante, pero también un milagro del voluntarismo reconocido a los vénetos: con pilotes de madera y piedra impermeable como cimiento, apoyados sobre la arcilla compacta del fondo de la laguna, se fueron levantando los edificios y monumentos que bordean los canales. A principios del siglo XIX, el Campanil de la Plaza San Marcos –que había sido reformado varias veces para agregarle altura– se derrumbó, y pudo comprobarse que los pilotes de pino y roble de los cimientos, que tenían una historia de diez siglos, aún estaban intactos.
El agua, omnipresente en Venecia, es también un problema: la provisión de agua potable se conseguía históricamente reuniendo la lluvia en pozos y canaletas, y desde siempre todo veneciano sabía cuánto hay que cuidar el agua y evitar la contaminación para asegurarse la supervivencia de la ciudad. Una supervivencia siempre ominosamente amenazada por aquella frase que reza: “Venecia se hunde”.
Pero los siglos pasan; los proyectos faraónicos de salvataje también y la República Serenísima allí sigue, firme y flotante sobre la laguna. Aunque hoy a nadie se le ocurriría, muchos años atrás los venecianos gustaban de bañarse en los canales: lo hacían los habitantes en el Renacimiento –pudorosamente cubiertos por largos calzoncillos– y lo hacía Lord Byron, el inglés enamorado de Venecia, que solía pasear de noche por los canales antorcha en mano.

El Leon y la Basilica Venecia acaba de celebrar su santo –San Marcos– el 25 de abril, día en que se realiza entre Sant’Elena y Punta della Dogana una clásica regata de góndolas. A San Marcos está dedicada la célebre basílica sobre la plaza principal, una de las más bellas y originales de Europa. Cruce perfecto de las culturas de Oriente y Occidente, es uno de los mejores símbolos del poderío de Venecia y de su gusto por el arte, traducido en la espectacular fachada, las imponentes cúpulas, los ricos mosaicos y los tesoros que se encuentran a cada paso en el interior. Desbordante de oro y piedras preciosas, fue en el pasado el privilegiado escenario de recepción para papas, príncipes y dignatarios de todo el mundo de visita en la noble república veneciana.
El Palacio Ducal contiguo, otra joya del gótico, era la residencia del Dux de Venecia: hoy se visitan tanto las salas espléndidamente decoradas con frescos y bajorrelieves dorados, como los lóbregos calabozos donde se torturaba a los prisioneros. Una visita especial que lleva por los “Itinerarios secretos” del edificio permite conocer esta parte del palacio, de donde se escapó –allá por el siglo XVIII– el célebre Giacomo Casanova.
A pocos metros de la basílica, sobre el Molo San Marco, dos columnas indicaban desde lejos la entrada a Venecia cuando la ciudad sólo era accesible desde el mar: son las columnas de San Teodoro y San Marcos, esta última coronada por el célebre León de Venecia. El origen de este león alado –¿quizás una quimera china?– no se conoce, pero a lo largo del tiempo ha sido ampliamente reformado, como un verdadero rompecabezas arqueológico. En 1797, Napoleón lo llevó a Francia y, después del Congreso de Viena, regresó a la ciudad, pero partido en 84 pedazos. Dicen que el escultor que lo reconstruyó lo hizo sin cuidado, y arrojó varios de los pedazos más pequeños a la fundición. Cuando fue puesto nuevamente sobre la columna, el león tenía tres de las cuatro patas reconstruidas, un par de alas nuevas y placas por todo el cuerpo. Por si fuera poco, en los años 90 se lo envió al Museo Británico para una restauración, pero antes fue radiografiado: y sorprendentemente, en el interior se encontró desde plomo hasta cemento.

Musa veneciana Desde siempre Venecia fue de inspiración para literatos, artistas y cineastas. Los ejemplos son incontables: Thomas Mann y su Muerte en Venecia, Henry James y Los papeles de Aspern, Marcel Proust y sus viajes En busca del tiempo perdido, Federico Fellini y su Casanova, Patricia Highsmith en sus novelas policiales, el músico Igor Stravinsky, la millonaria Peggy Guggenheim, Hermann Hesse y sus apuntes de viaje por la laguna: “Remaba bordeando las islas –escribía el autor del Lobo estepario–, aprendía a conocer el agua, la flora y la fauna lagunares, respiraba y contemplaba ese aire inconfundible, y desde entonces la laguna me resulta amiga y familiar. Tal vez hubiera podido usar esa semana dedicándola a Tiziano y a Paolo Veronese, pero en esa barca de pesca con su vela triangular de oro oscuro yo conocía a Tiziano o Veronese mejor que en la Academia o el Palacio Ducal. Y no sólo esos pocos cuadros: la propia Venecia ya no es para mí un enigma fascinante e inquietante, sino una realidad, una realidad mucho más bella y mucho más mía, sobre la cual tengo el derecho de quien ha comprendido”.
Tal vez la delicada filigrana de los canales que tanto inspira a los artistas es lo que ha inspirado también una de las más célebres artesanías de Venecia, junto con los cristales de Murano: los encajes de Burano. Dice una antigua leyenda que estas puntillas nacieron gracias al particular regalo de un marinero véneto, que al volver de un viaje por mares lejanos le llevó a su novia un alga hermosísima, recogida en el fondo de aguas exóticas. La joven quedó tan fascinada que, deseosa de conservar ese recuerdo para siempre, representó la delicada trama del alga con hilo y aguja. “Se non è vero, è ben trovato”, dice un proverbio italiano, y en verdad la leyenda se corresponde con la hermosa técnica del “punto in aria” –un encaje fragilísimo que se trabaja en el aire, sin base sobre la tela– que es típica de Burano.

De la gondola al cafecito Desde luego, el símbolo de Venecia por excelencia es la góndola, una embarcación sólo conducida por hombres, de estructura ideal para recorrer los canales angostos de la ciudad. La vida cotidiana obliga a desplazarse en los rápidos vaporetti, pero la góndola sigue siendo la dueña exclusiva del romanticismo: hay que vivir la experiencia de desplazarse a ese ritmo lento sentado a la altura misma del agua, mientras el gondolero de camiseta rayada, pantalones negros y sombrero de paja domina el paisaje de pie sobre la proa. Típicos en el paisaje local son los postes de colores que funcionan como atracaderos, donde las góndolas descansan en espera del próximo viajero.
Sin duda, el momento más impactante del año en Venecia es durante el Carnaval, pero no hay temporada en la que no se pueda disfrutar de una visita a alguno de los cafés tradicionales de la ciudad: sobre todo elFlorian y el Harry’s Bar, nacido a la sombra de la admiración norteamericana por esta mágica ciudad italiana.

Entre palacios y puentes Palazzi, puentes e iglesias le dan a Venecia un carácter particular. Entre los puentes más famosos está el De los Suspiros, por donde pasaban no los enamorados sino los acusados por la Inquisición, suspirantes por la ordalía que los esperaba. Detrás está el Puente della Paglia, donde se dice que amarraban antiguamente embarcaciones de paja. Igualmente famoso es el Puente del Rialto, que hasta el siglo XIX era la única unión entre ambas orillas del Gran Canal. Por la mañana, hay que visitar aquí los Mercados del Rialto, tan pintorescos como sólo pueden serlo en Italia y repletos de tentadores productos locales. Entre ellos, los espárragos que se cosechan en Cavallino, siempre en la laguna de Venecia, y que tienen una fiesta especial –con regata incluida– el 1º de mayo.
A lo largo del Gran Canal se asoman las fachadas de los principales edificios de la ciudad, con su memoria de un pasado fastuoso. De noche, las figuras de los palazzi se vuelven fantasmagóricas, como grandes siluetas misteriosamente flotantes sobre el agua: tal vez sea la única hora en que revelan algo de sus secretos a los viajeros ansiosos de dejarse llevar el alma por el encanto de Venecia. Entre los más conocidos se encuentran el Palazzo Calbo Crotta (hoy Hotel Príncipe), el Palazzo Gritti, construido por una de las principales familias venecianas, el Palazzo Labia, que conserva frescos de Tiepolo, el Fondaco dei Turchi (Museo de Historia Natural), el Palazzo Belloni Battaglia, Ca’ Foscarini (antigua residencia de los duques de Mantua), Ca’ Pesaro (Museo de Arte Moderno), el Palazzo Morosini Brandolin, el célebre edificio gótico Ca’ d’Oro, el Palazzo Foscarini, el Palazzo Papadopoli, famoso por la sala de los espejos, el Palazzo Bembo, cuna del literato Pietro Bembo, el Palazzo Balbi (sede del gobierno local), el Palazzo Giustinian, donde residió Richard Wagner, Ca’ Rezzonico (Museo de Venecia), el Palazzo Grassi (centro de exposiciones) y muchos otros, que fueron convertidos en edificios públicos, sede de colecciones de arte, o bien aún se usan como vivienda. Aquí y allá, diseminadas por los canales, se verán las gaviotas venecianas que en los últimos años se han convertido en uno de los principales enemigos de un tradicional habitante de la Plaza San Marcos: las palomas, otrora consideradas plaga, y hoy casi en peligro.
Dicen que cada uno tiene su propia Venecia: y sin duda cada uno encuentra su propio reflejo en alguno de los rincones de la ciudad, sus islas o canales. Desde el Lido hasta Murano, desde la Giudecca hasta Santa Maria della Grazia, cada isla tiene su historia, sus artes, sus tradiciones: para descubrirlas, basta dejarse llevar por la cadencia de las aguas y abrir el corazón a las bellezas del arte y de la historia.

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