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Domingo, 29 de mayo de 2011
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JUJUY. El Carmen, antiguo pueblo de la quebrada

Oasis jujeño

Villa histórica relacionada con la Independencia, el pago que recuerda a Jorge Cafrune está a sólo 26 kilómetros de la capital provincial. Sus diques y represas dan vida a las plantaciones de tabaco y son el remanso natural de los pueblos vecinos.

Por Pablo Donadio
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El Dique Las Maderas y los cinco “dedos” de su espejo de agua, el más grande de la zona.

Algunos viajes sorprenden con imprevistos, y eso los enriquece de veras. La llegada a El Carmen, uno de los pueblos más antiguos de Jujuy, ubicado 26 kilómetros al noroeste de San Salvador, surgió como paso apenas técnico hacia la Quebrada de Humahuaca. Y sí que valió la pena. La RN9, que converge con la entrada a esta villa poco antes de tocar la capital provincial, muestra de movida un monumento recordatorio del mítico Jorge Cafrune, como para recordar el aporte de este suelo a la cultura nacional. Ya en plena ciudad, las callecitas angostas nos condujeron a lo de “Porota” Lucero, profesora local y madre de otro músico jujeño, Bruno Arias, con una recepción inmejorable para viajeros exhaustos: “Dejen todo y vengan a la mesa que se enfrían las albóndigas con arroz. Ya llamé a Guido, mi remisero amigo, así después de un descansito se van para los diques y a conocer un poco nuestro pueblo”, gestionó la anfitriona, iniciando una corta pero entretenida agenda por el pago.

Los bañados del dique La Ciénaga, un buen lugar para pescar pejerreyes.

DE DIQUE EN DIQUE Guido llega a horario y espera sin prisa: nacido y criado aquí, conoce como pocos la zona y los montes que llevan por camino de cornisa a la vecina Salta. Es, más que remisero, un avezado guía territorial: “Yo jugaba de chico por aquí. Ahí adentro, ve –señala con la mano, mientras maneja–, sí que hay de todo: animales salvajes, plantas extrañas y hasta lianas para colgarse. Es un microclima selvático sorprendente, y un camino muy lindo y útil, que acorta las distancias con Salta”, asegura. Al día siguiente atravesaremos la densa selva y sus lianas, comprobando la veracidad de su relato.

El primer paso del viaje es el dique La Ciénaga, un espejo de agua intervenido por compuertas que crean su laguna, y en cuyos faldeos se han levantado casas con vistas envidiables. Mientras lo recorremos, dos vecinos acomodan sus reposeras y se prestan al arte de la pesca, sin prisa pero sin pausa, antes de que caiga la noche y la diferencia térmica ya no sea agradable para estar con los pies sumergidos, como manda un legítimo pescador. Casi pegado está el inmenso dique Las Maderas, con sus 90 metros de altura y 460 de largo, formando un lago artificial de 960 hectáreas. Esa obra posibilita el riego de 50.000 hectáreas vecinas. Espejo de agua más grande en la zona montañosa, sus cinco brazos son el calco de una mano y sus dedos, si se los mira desde arriba. Un par pueden verse desde el mencionado camino a Salta, lugar interesante si se encuentra un rincón fuera de peligro donde estacionar, para obtener excelentes panorámicas. El tercer dique es el Cata Montaña, compensador y utilizado sobre todo para el riego, pero parte de un tridente local donde los baños son posibles. Entre ellos forman un sistema de lagunas parecido a nivel paisaje al de Lagunas de Yala, oasis conectados y de altura en medio de fértiles y verdosos valles de montaña (cuando a pocos kilómetros todo es aridez).

En los dos primeros diques se obtienen buenos pejerreyes, y algunos alquilan lanchas para pasear e intentar la pesca embarcado, disciplina avalada por el Club de Pescadores La Ciénaga. Cerca, el Camping Municipal y el Club Náutico La Ciénaga hacen las veces de balneario y ofrecen mesas, parrillas, sanitarios, botes de pesca, pileta de natación y una hostería para disfrutar en familia. En las cercanías también se realizan caminatas y bajadas en bicicleta, visitando los ríos Lavallén y San Francisco, habilitados de marzo a noviembre para la pesca. “Como novedad interesante está el Circuito Camino del Agua, en el que recorremos los tres diques de la ciudad y llegamos a los 5000 msnm, en plena Puna. Allí se ven unas ruinas arqueológicas cinco veces más grandes que las de Tilcara, y se camina por senderos de yungas acompañados por cóndores a 20 metros. Así llegamos al lugar donde nace el agua de deshielo, absorbida por las venas de la tierra y que brota en vertientes, acumulándose y generando los ríos que vemos abajo”, cuenta Luis Héctor Soto, director de Turismo local. El recorrido que menciona lleva cinco días, y comienza en plena ciudad, visitando presas y canales, más otras cuatro jornadas en la montaña, con caminatas y campamentos en sectores pertenecientes a los Caminos del Inca.

Los campos tabacaleros, una de las producciones locales.

HISTORIA Al igual que en el poema “Jujeñito”, en El Carmen se nota el orgullo de ser jujeño, como menciona Fortunato Ramos. En las calles céntricas, que no son muchas, se camina lento y se evoca la belleza de los cerros y la historia por igual. En los relatos carmenenses, Cafrune aflora seguido como el músico de raíz honda que supo cantarle al pueblo más allá de las amenazas de muerte, que según algunas especulaciones finalmente se concretaron.

Pero si de historia hay que hablar, son las huellas de nuestra Independencia un dato poco conocido y que merece referencia: El Carmen fue un punto estratégico de provisión de las tropas del general Güemes, que servían de apoyo a Manuel Belgrano en la campaña del Ejército del Norte. “También se rescata a El Carmen como centro comercial de la región, que tuvo la primera aduana y nutría de ganado, cuero y verduras a quien andaba los caminos al Alto Perú, incluso antes de la fundación de Jujuy. Es curioso, porque tenemos más de 400 años de historia y nunca fuimos fundados. Recién en 1970 nos convertimos en ciudad, con un pueblo que no tiene el cuadrante lógico de una urbanización planificada o buscada”, explica Soto.

El verde predomina en cerros y valles, y un tono pastel tiñe casitas de piedra, ladrillos gastados y centenarias fachadas de almacenes, ferreterías y despensas de ramos generales; casi todas casas bajas. Cuentan aquí que el comercio y los servicios han crecido, al igual que la ganadería y alguna producción vitivinícola, pero que la producción del tabaco (aunque en menor medida que a los pueblos vecinos de Monterrico y Perico) la benefició tiempo atrás. Las condiciones climáticas y tierras a 1200 msnm son propicias para la siembra de esta especie, sumando campos y fincas que oficiaban de descanso para la alta sociedad salteña. Aún hoy, en los campos, algunas hojas están siendo cosechadas mientras otras esperan su punto de maduración, cuando la fibra que pasa de verde a amarillenta va secándose y toma tonos marrones. Si uno se la pega a la nariz, el aroma es fuerte y más parecido al de los puros que al de los cigarrillos de tabaco comunes.

Esa prosperidad económica originada por la explotación del tabaco desarrolló al pueblo, que hasta fines del siglo XVIII se conocía más por la Virgen del Carmen que por otra cosa, y al que se llamaba “Perico del Carmen” (mezcla de la figura religiosa con el pueblito cercano repleto de pericos). La imagen en cuestión fue traída por Espinosa de los Monteros desde el Perú a su oratorio privado, que luego se hizo público y hoy es parte de la iglesia local.

El día concluye y la agenda sigue mostrando atractivos como el dique Las Piedras, tallado en piedra por inmigrantes; o el Pozo del Algarrobo, un paraje cercano con arroyito que recuerda a los originarios indios churumatas. La despedida nos deja con ganas también de llegar a otras aldeas vecinas, e incluye la promesa de regresar en julio, cuando en la primera quincena se celebre una vez más la Fiesta Patronal Semana del Carmen con procesiones litúrgicas, exposiciones agroganaderas, ferias de productos regionales de la Quebrada de Humahuaca y el sur de Bolivia, desfile de gauchos, destrezas criollas, música y algunos relatos más, seguramente tan históricos como desconocidosz

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