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Domingo, 2 de octubre de 2011
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ESPAÑA > Un recorrido por la histórica ciudad mediterránea

Luna de Valencia

En tiempos romanos, Valencia era ya un centro de ocio para soldados vitalicios de licencia. Y continuando con la tradición, un itinerario paso a paso desde el Casco Viejo a la Malvarrosa para descubrir los palacios, jardines y barrios de la ciudad que el sol mediterráneo ilumina todo el año.

Por Javier Piedra
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La Ciudad de las Artes y las Ciencias es el mayor exponente de la arquitectura moderna europea.

Cuando el Servicio Meteorológico Español advierte una ola de frío y nevadas para toda la península, los valencianos –bajo el hechizo de su inigualable temperatura– desbordan las calles y colapsan las terrazas, dándole aún mayor encanto a la ciudad. Valencia es sol 300 días al año para el peregrinaje y la distracción, donde la grata velada, el descanso o el perderse aupado en las páginas del pasado son como un tornillo sinfín en el que todo encaja: desde un graffiti hasta la más curiosa historia grabada a golpes de martillo.

LA CIUDAD VIEJA El casco antiguo está delimitado por el sendero que marca el sitio donde estuvieron, hasta 1865, las murallas de la ciudad. Aquí encontramos la mayor concentración de monumentos, levantados en la época de esplendor posterior a la reconquista, cuando en 1238 Jaime I derrotó a los moros. Casas y fachadas de edificios públicos reflejan la riqueza vivida por Valencia durante siglos, y hacen que paso a paso el viajero se sienta estrechamente unido al entramado de su plano urbano.

Partiendo de la Estación del Norte iniciamos el recorrido. La parada ferroviaria refleja la Valencia del siglo XIX en su inquietud por pincelar calles y edificios con retazos de modernidad, saciando la sed innovadora de la alta burguesía. Enfrente la monumental Plaza de Toros, emblema de la tauromaquia: una de las más gloriosas, pero de las más difíciles para el ruedo.

Cruzando Xativa-Colón, avenidas de las grandes tiendas y exclusivas franquicias, nos adentramos en la Ciudad Vieja. Por la recoleta avenida Marqués de Sotelo, llegamos al Ayuntamiento y su plaza, escenario de una de las más tradicionales fiestas españolas: las Fallas, presentes todos los años en los albores de la primavera. Desde el 1 de marzo hasta vísperas de San José se asiste a un acontecimiento único, la “mascletá”, ecuación perfecta entre pólvora y ruido, donde los decibeles aumentan hasta dosis casi insoportables. Tras cinco minutos de truenos, el cielo se ve sumido en espesas nubes. Por unos segundos, el día se convierte en noche.

LA PLAZA REDONDA Continuando por Marqués de Sotelo, el profundo perfume a azahar que despiden los naranjos pasa casi inadvertido entre los turistas ansiosos de fotografiar la Plaza Redonda, el “templo de las hilanderas”: de lunes a viernes, en esta curiosa edificación de planta circular se encuentran todo tipo de encajes, bordados y botones de mil formas. Los domingos, sin embargo, cambia su semblante y se convierte en mercadillo de animales, libros, música y figuritas.

Como dédalo central se levanta la Plaza de la Virgen, punto de encuentro de calles y barrios ancestrales. Detrás está la catedral de Santa María, que data del siglo XIII y fue construida sobre una mezquita (a su vez levantada sobre un templo romano) con incorporación de elementos góticos, románicos y barrocos. En lo alto se destaca el catedralicio, majestuoso y sinfónico “Miguelete”, planta octogonal con 16 ventanas que iluminan el interior del templo. Subiendo 207 peldaños se puede llegar hasta la terraza, donde se contempla una panorámica de Valencia: y si se tiene paciencia, quizás se pueden contar, como Víctor Hugo, los 300 campanarios que, según el escritor francés, tiene la ciudad.

Todos los jueves, bajo las doce campanadas del mediodía, ocho hombres caminan a paso lento, vestidos con un negro blusón, hasta la Puerta de los Apóstoles de la catedral. Son los síndicos que, desde hace más de mil años, conforman el Tribunal de las Aguas, la institución jurídica más antigua de Europa y probablemente del mundo. Conformado por labradores, elegidos democráticamente cada dos años, resuelven en un juicio con sentencia inmediata y sin posibilidad de apelación los conflictos surgidos en el uso del agua de riego, un detalle no menor en la mediterránea tierra del sol y el eterno calor.

LA MARE DE DEU Pegada a la Catedral aparece la Basílica de la Virgen de los Desamparados, o Mare de Déu dels Desamparats en valenciano. Durante las Fallas, los días 17 y 18 de marzo, la plaza contigua se convierte en un auténtico mar de flores. Decenas de miles de falleros y falleras de todas las edades se acercan con emoción a su santa patrona para realizar su ofrenda floral: y si bien el visitante puede elegir el momento de la tarde-noche para contemplar la ofrenda, es aconsejable esperar a que esté avanzada para disfrutar de todo su esplendor.

Para aislarse del trasiego humano que deambula por la zona, vale la pena caminar por detrás de la Plaza de la Virgen, cruzar el arco que une la Catedral con la Basílica y contemplar el Palacio de los Marqueses de Dos Aguas. Con su delirante obra, Hipólito Rovira fusionó el arte, fe y mitología en las aguas revueltas de su ensoñación. La entrada barroca, de alabastro amarillento, trae el recuerdo del barro mezclado en las aguas de dos ríos, cuando bajan torrenciales tras las fuertes lluvias del otoño.

Por calles aledañas, en dirección al río, llegamos a las imponentes Torres de Serranos, principal entrada a la ciudad medieval, que data del siglo XIV. Su puerta era una de las doce que custodiaban la antigua muralla. Se cuenta que allí se daba punto final al camino de “los serranos”, gentes que provenían de las serranías de Teruel. Y en esta puerta se forjó la leyenda “la luna de Valencia”, ya que aquí se quedaban –fuera de la ciudad– quienes llegaban demasiado tarde como para atravesar la muralla.

EL TRIANGULO Discurriendo por callejuelas y recovecos de estilo judeo-morisco, regresamos al punto de partida. Recorriendo la Avenida del Mercado nos topamos con el impresionante edificio modernista del Mercado Central. Un mundo de piedra blanca, hierro, vidrio y cerámica de color. Vale la pena pasear bajo la luz que se filtra por su techo de cristal, en medio del bullicio de puestos que ofrecen una variada gama de productos de la huerta, pescados, carnes y especias. Y es el momento exacto para distenderse y saborear un café contemplando el barroco de la iglesia de los Santos Juanes, o avistar un cartel que describe el descubrimiento de una cata arqueológica con muros cristianos y árabes junto a un canal de desagüe romano.

Esta es la pausa que nos permite revolver el café, hacer una panorámica y recaer en el pensamiento minimalista del arquitecto John Pawson: “No es la cultura de la abnegación o la ausencia. Puede ser también la combinación de un espacio singular donde la memoria histórica de una antigua muralla árabe se funde con las líneas más vanguardistas”. Más aún si se eleva la mirada y nos impacta la joya de gótico civil europeo, la Lonja de la Seda, considerada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Este triángulo es uno de los puntos más bellos y visitados de la ciudad.

BARRIOS ANCESTRALES Las calles del Carmen son las que mejor narran la historia de la capital del Turia. Es una zona tranquila y milenaria que creció entre dos murallas. El periplo de aquellos escritores decimonónicos por la llamada “ciudad de las mil torres” ha cambiado su paisaje gótico-renacentista por uno más vanguardista y creativo, donde el diseño de cada tienda, restaurante, café o mercado subraya la transformación urbanística. Aunque los años cumplen con su misión destructora, sus vecinos no han olvidado el alma tradicional del barrio y han puesto un enorme interés en conservar la belleza de su patrimonio histórico. Por sus retículas se respira un ambiente joven y lleno de vida. Las terrazas, los puestos de flores, las vidrieras y el continuo ir y venir de gente por la calle Caballeros le dan al barrio un atractivo especial.

A medida que uno camina, la ciudad va cambiando de piel, y paso a paso se descubre el color de la Valencia aldeana con sus casas de planta baja y puertas abiertas, de macetas ante el portal, o colgadas de las rejas realzando la sencillez de sus balcones. Tras cinco minutos de recorrido llegamos al “melting pot” valenciano: Rusaffa, por cuyas calles estrechas y caprichosas se impregna el olor a pizzas, faláfels o samosas. Su espíritu cosmopolita lo convierte en un barrio integrador en el que nadie se siente extranjero y donde conviven con una absoluta armonía gentes de mil lugares y costumbres. En los últimos años, también muchos artistas han montado sus loft atiborrados de eclecticismo en esta parte de la ciudad.

LOS JARDINES DEL TURIA La crecida del río Turia del año 1957, que causó más 300 muertos y provocó numerosos daños materiales, produjo la mayor transformación urbanística de la historia moderna local. Hoy el Turia es un inacabable cauce seco que atraviesa Valencia como un gusano la manzana. El recorrido se inicia en Parque de Cabecera, un impresionante espacio forestal con lago artificial incluido: allí desde 2008 funciona el Bioparc, zoológico de nueva generación basado en el concepto de zoo-inmersión. Los Jardines del Turia son el pulmón ecológico y recreativo de la ciudad, nueve kilómetros que convergen en la belleza de sus arboledas, junto a la esbeltez de sus troncos y donde la tranquilidad de los senderos y la generosidad de los bancos hacen al viajero partícipe de un especial encanto que logra exiliarlo del clamor urbano. Sobre la margen derecha el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) constituye uno de los tres mejores museos de arte moderno de España. Hacia la margen izquierda el Palacio San Pío V, actual Museo de Bellas Artes. Al lado, los Jardines del Real: explanada con palmerales con ejemplares centenarios, numerosas esculturas, fuentes monumentales y una espléndida rosaleda. Como dice la canción, “Valencia es la tierra de las flores”, y es aquí donde se puede apreciar su más intenso colorido y fragancia.

La fastuosidad de los jardines crece a medida que uno se acerca a la Ciudad de las Artes y las Ciencias, considerada el mayor exponente de la arquitectura moderna y convertida en un emblema que contrasta con otros símbolos más tradicionales de la ciudad. Diseñado por los arquitectos Calatrava y Candela, este gran complejo lúdico-cultural de casi dos kilómetros alberga L’Hemisféric, el Palacio de las Artes Reina Sofía, el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe, el Oceanográfico y el Umbracle, un paseo ajardinado cubierto por arcos flotantes desde donde se puede ver todo el complejo de la Ciudad de las Artes.

LA MALVARROSA Nada mejor que después de una jornada de lúdico trasiego que acercarse al paseo de marítimo. La puesta de sol es el mejor momento para darse una vuelta: la Malvarrosa es a Valencia lo que la Torre Eiffel a París. Un emblema, una forma de vivir de cara al mar. Un sinfín de olores y sabores. Un color azul malva mixturado con arena fina y dorada. Es la playa más popular de la ciudad, con un extenso paseo que bordea la costa. Espacio increíble para caminar, patinar, andar en bici o tomar sol. Todo lleno de bares y restaurantes, que por las noches son abrazados por una mediterránea brisa marina. Camino al sur, la Marina Real Juan Carlos I, zona de lujo para saborear un Agua de Valencia escuchando romper las olas o bailar al ritmo de los mejores DJ europeos. Valencia emprendió hace unos años su camino a la modernidad. Pero dejémosla quieta por un instante y transitemos sus calles del pasado, cuyo recorrido nos conducen a su presente.

La paella

La cocina mediterránea es variada, natural y tradicional. Las frutas, verduras y hortalizas de su fértil huerta, junto a los pescados y mariscos frescos, son los principales ingredientes. La estrella de sus platos: la paella valenciana. Es que para hacer una buena paella es preciso dominar todo un arte, y luego acompañarlo con un buen vino local como el de Uriel-Requena. ¿Qué más quiere un paladar exigente? De postre, una genial creación local: la horchata, un refresco dulce, de color marfil, que se elabora a base de chufas. Es tradicional acompañarla de “fartons”, unos bollos delgados y alargados que son el complemento indispensable para disfrutar de esta bebida tan típica.

DATOS UTILES

Informe: Javier Travín

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