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Domingo, 8 de abril de 2012
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BORNEO. Legendarios territorios de Sandokán

Indómita y ancestral

Crónica de un viaje a las lejanas tierras del legendario Sandokán, un paraíso insular donde la naturaleza en estado salvaje aún rige la vida de sus hospitalarios pobladores. Travesías en la selva, buceo en el paraíso y caminatas por mercados y mezquitas.

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Colores, sabores y olores en el mercado nocturno de Kota Kinabalu, capital de Sabah.

Verde. Todo se ve tan infinitamente verde en estas tierras milenarias. Borneo deslumbra con el color de lo salvaje. Cómo podría ser de otro modo si esta isla, la tercera más grande del globo, alberga antiquísimos bosques tropicales habitados por animales exóticos y tribus de lejanos orígenes.

Para llegar hasta esta gigantesca isla hay que atravesar medio mundo y varios husos horarios. En primer lugar, volar veinte horas o más con escalas intermedias hasta Kuala Lumpur, capital de Malasia. Una vez allí habrá que embarcarse nuevamente hacia alguno de los varios aeropuertos internacionales que existen en Borneo, principalmente en Kota Kinabalu, capital de Sabah, o Kuching, capital de Sarawak, los dos estados malayos de la isla. Un largo viaje, pero que bien vale la pena. Bienvenidos a Borneo, el paraíso insospechado.

Travesía por las aguas del río Kinabatang, el más extenso del estado de Sabah.

GRAN BORNEO ILUSTRADO El estado de Sabah se encuentra en el nordeste de la isla y el de Sarawak en el sudoeste, en el límite con Indonesia, en cuyo poder se encuentra más de la mitad de Borneo. Una ínfima pero riquísima franja la ocupa el Sultanato Independiente de Brunei, uno de los estados más ricos del mundo, regido por un excéntrico sultán beneficiado por las generosas regalías del petróleo.

Sabah y Sarawak abandonaron el imperio británico y se unieron a Malasia en 1963, luego de pactar con los gobernantes de turno de la joven nación independizada de la corona en 1957. Hasta el día de hoy, sin embargo, mantienen cierta independencia respecto de la administración de Kuala Lumpur.

La primera sorpresa viene al aterrizar proveniente de la capital malaya: hay que hacer la cola de migraciones. La regla no es sólo para extranjeros, sino que cuenta para todos aquellos que no hayan nacido aquí, compatriotas de la península incluidos. Y un detalle: al cruzar la frontera entre ambos estados, sucede lo mismo. Es decir que, en una misma nación, se pueden obtener tres sellos distintos en el pasaporte. Pero las diferencias no terminan aquí: en Borneo tienen parlamentos independientes y no rigen sultanes como en otros nueve de los trece estados de Malasia.

Esta gigantesca isla es un vergel de 74.500 kilómetros cuadrados, con 1500 kilómetros de costas de arenas blanquecinas, bañadas por las aguas cálidas de los mares de Sulu y Célebes al este, y el Mar del Sur de China al oeste. Aquí no hay verano ni invierno, sino estación seca y húmeda. Puede llover grueso, sobre todo en época de monzones, que se dan una vuelta de octubre a febrero, pero que ni se comparan con aquellos que hacen estragos como en la India. En Borneo, el rey monzón es benevolente. Trae el agua como para aliviar el calor intenso, pero las lluvias no se prolongan eternamente y los más probable es que el sol brille con fuerza poco después de la tormenta.

Un ejemplar de los famosos monos proboscis o “narigudos”, endémicos de Borneo.

MONOS EN LA COSTA Leo Henry es guía de turismo. Vive en Sandakán y aunque desciende de chinos es cristiano, por eso lleva un nombre “occidental”. Es que una gran porción de chinos se ha convertido al cristianismo, aunque la mayoría siguen la senda de Buda.

Leo conduce serenamente por una prolija carretera donde las plantaciones de palmera, caucho, banana y pimienta se adueñan del paisaje. El aceite de palma que se utiliza para la fabricación de productos cosméticos es una de las principales industrias del lugar, junto con el petróleo, el caucho y la pimienta.

El guía asegura que las plantaciones están causando un impacto negativo en el medio ambiente. “Las manadas de elefantes nómadas caminan al costado de la ruta, porque ya no pueden andar por la foresta, transformada en campos de palmera. Ellos las destruyen y los propietarios los acechan. Asimismo, y también como una consecuencia de los plantíos, una gran cantidad de aves tiene que migrar en busca de nuevos horizontes.” De todas maneras, no es para alarmarse aún: más del 50 por ciento del territorio de Borneo está cubierto de selva tropical, cuya antigüedad se estima en unos 125 millones de años.

Para llegar hasta el apacible Proboscis Lodge Buckit Melapi, un alojamiento en medio de la jungla cercano de la aldea de Sukau, dejamos la camioneta y nos registramos en la oficina del Area de Conservación de Vida Salvaje de Borneo. Enseguida nos internamos en las aguas del río Kinabatang, el más extenso del estado de Sabah, con 560 kilómetros que suben y bajan al ritmo de las lluvias. Bastan diez minutos a bordo de un botecito para llegar al bellísimo paraje donde está el albergue, con cabañas de madera construidas a la vera del río. Desde aquí se realizan travesías por el río partiendo al amanecer, al atardecer o por la noche.

Madrugar en estas tierras tiene su recompensa: antes del desayuno vale la pena una caminata por los alrededores. No hace falta ir muy lejos para observar cientos de monos y una enorme cantidad de calaos, bellísimas aves de pico largo, parientes lejanas del tucán. Promediando la tarde, llega el momento de la primera incursión en el río, el horario ideal para conocer a las estrellas del lugar: los famosos monos proboscis o “narigudos”, endémicos de Borneo. La hora del poniente es su momento de mayor movimiento: se acercan a los árboles cercanos a la costa en busca de un lugar seguro donde pernoctar.

Los proboscis tienen la nariz rosada y puntiaguda, pelaje rojizo y una prominente barriga. Es fácil identificarlos, sobre todo con la ayuda de un guía como Leo, atento a cada movimiento. Cada vez que un árbol se agita, Leo señala y descubre un grupo numeroso. Cuenta que los machos forman harenes de unas 20 hembras y que los grupos jóvenes cada tanto atacan y los toman por sorpresa para aparearse. También enumera a sus predadores: el escurridizo leopardo; la temible serpiente pitón, más simple de encontrar; y los cocodrilos, que se dejan ver cada tanto. Por esta selva también pululan iguanas corpulentas y grupos de monos conocidos como macacos de cola corta, cola larga y hoja plateada.

Poco antes del anochecer, emprendemos el regreso. La comida, lista luego del paseo, es sencillamente exquisita, sobre todo para aquellos cultores de nuevos y picantes sabores. Pollo al curry acompañado de pasta china con verduras hervidas, frutas tropicales y bananas del tipo Tisang, una especie gigante que se come frita.

Un rato más tarde llega la hora del paseo nocturno. La paz se acentúa y el silencio se adueña del entorno. La oscuridad es absoluta. No hay luna, sino un cielo que estalla en estrellas. La selva y el río se tornan más misteriosos aún. El periplo es, sencillamente, fascinante. Leo lleva una potente linterna y dialoga con el joven conductor del bote. Cada tanto señalan un punto en plena oscuridad y descubren algún ave que reposa, inmóvil, sobre una rama. Detienen la marcha. Un pequeño cocodrilo nada bien cerca intentando pasar desapercibido, pero Leo lo deja al descubierto con su infalible puntero láser. En tanto, las aves que descansan a la vera del río permanecen impasibles ante la mirada humana y la extraña luz que encandila sus sueños.

En Kuching, la Mezquita del Estado, cuyo domo es el más grande del país.

MERCADOS Y MEZQUITAS Aunque pequeñas, las capitales de Sabah y Sarawak no escapan a la lógica de toda ciudad y sufren superpoblación de vehículos. Sin embargo K. K., como llaman a Kota Kinabalu, capital de Sabah, y Kuching, su hermana Sarawakiana, son la puerta de entrada a un mundo de ricas manifestaciones culturales. Mezquitas señoriales, pintorescos templos chinos, mercados fascinantes y calles bulliciosas forman parte del encanto imperdible de un derrotero urbano por estas dos capitales borneanas.

“Tika ringit, tika ringit, tika ringit”: a los gritos, por “tres ringits”, se ofrecen pescados de toda clase en el Night Market de K.K. Colores, sabores, olores. Gentío. Bullicio. Dinero. Comidas familiares y extrañas. Jugos tropicales y brebajes exóticos. Frutas, carnes, verduras, especias, hierbas, plantas, flores. Artesanato y ropa para regatear y regalar. Los mercados representan, sin dudas, las más intensas y fascinantes experiencias urbanas del sudeste asiático.

Si la casualidad, o la planificación, lo encuentran un domingo en Kuching, es casi un paseo obligado recorrer el Sunday Market. En cambio, en K.K. el Night Market se enciende todos los días al caer el sol. Pegadito se encuentra el Mercado Central, y a su lado el Mercado de Artesanato, ambos abiertos durante todo el día. Hay que probar la sopa de Laksa, típica de Sarawak, un caldo a base de leche de coco donde se mezclan fideos, huevos revueltos, camarones y pollo, aunque cada vendedor asegura tener su receta única. Además frutas tropicales como el rambután, la jaca, o la más famosa de todas, el exquisito durian.

Walter fuma mucho, como todos los hombres por aquí. También bebe, porque es cristiano. Los musulmanes, en cambio, no pueden ni olfatear una lata de cerveza. Existe una Corte que los juzga si son sorprendidos bebiendo y corren el riesgo de ir a prisión. Aunque en Borneo, según Walter, las cosas son un tanto más laxas que en la península, porque aquí los musulmanes son minoría. La madre de Walter es filipina, como la mayor parte de los inmigrantes de la isla, y el padre nepalí. Pero el grueso de la población desciende de las tribus originarias. Kadazan-Dusun es la etnia con mayor número de integrantes en el Estado de Sabah, seguida por los rungus, los muruts y bajaus. Y atrás, los chinos.

A pesar de que los musulmanes no representan la mayoría, ambas ciudades ostentan grandes y suntuosas mezquitas, inspiradas sobre todo en los templos de Medio Oriente. En K.K. hay que visitar la Mezquita del Estado, cuyo domo es el más grande del país, y la Mezquita de la Ciudad. La Mezquita de Kuching, por su parte, sorprende por un cementerio construido en el frente, en medio de uno de los barrios más agitados de la capital de Sarawak.

El horario de visita es restringido y son un tanto inflexibles al respecto, sobre todo durante los cinco rezos diarios. Además es obligación estar cubierto por debajo de las rodillas y sacarse los zapatos al entrar, aunque en casi todos los templos facilitan túnicas para los visitantes. Si se llega en la hora indicada es posible pasearse a sus anchas y tomar fotografías incluso mientras algunos rezan. Es probable que más de un creyente se acerque con la intención de entablar diálogo. Y la primera pregunta, inevitablemente, será: “Are you a muslim? (¿Es usted musulmán?)”.

Atardecer sobre las aguas que rodean Mabul, una islita de pescadores regada de palmeras.

AGUAS CELESTIALES Jacques Cousteau definió a la isla de Sipadan como una “obra de arte intacta, una joya”. Sus aguas cristalinas y un riquísimo fondo marino, con más de 3000 especies de peces multicolores y otras cien variedades de fantásticos corales, ubican a este lugar entre los mejores cinco destinos del mundo para bucear. La minúscula isla flota sobre el mar de Célebes, al sudeste de Borneo, cinco grados por encima de la línea del Ecuador.

En 2004, el gobierno malayo resolvió trasladar hacia el vecino islote de Mabul a todos los operadores de buceo para lograr “equilibrio entre los ecosistemas marino y terrestre de Sipadan y alrededores”. Para llegar hasta Mabul hay que navegar unos 45 minutos desde la pequeña ciudad de Samporna. Una vez en esta islita de pescadores, regada de palmeras y casas que a lo lejos parecen flotar, sólo resta relajarse. Y bucear. Porque todo aquí gira en torno de esta actividad que genera “adicción” según afirman sus adeptos. Aquellos que no lleguen decididos a sumergirse bajo el agua con un tanque de oxígeno se sentirán un tanto perdidos en estas playas. Al menos tendrán que animarse al snorkel; de otra manera, nunca comprenderán la magia de Sipadan.

En el Mabul Water Village, un alojamiento con cabañas de madera sobre pilotes en medio del agua turquesa y cristalina, la sensación de estar en el mismísimo paraíso se vuelve inevitable. El hotel forma parte del Sipadan Mabul Resort o “Smart”, un complejo extendido hasta el otro lado de la islita, donde posee más cabañas sobre la playa. Mabul es muy pequeña y cuenta con cuatro aldeas de pescadores nativos que resulta interesante recorrer para entender cómo es la vida local, una mínima incursión isla adentro que no muchos viajeros se toman el tiempo de hacer. Aquí no hay lugares para comer fuera de la poca cantidad de alojamientos ni tiendas, salvo un par de nativos que venden artesanías en improvisados negocios montados en sus casas. Y a diferencia de otros sitios en Asia, nadie persigue al viajero para que compre algo. Los niños no piden dinero, piden fotos y posan desinteresadamente.

El buceo concentra las charlas y energía de los visitantes. Como Charlotte, una sueca que se está iniciando en la aventura de andar bajo el agua. La joven nórdica no deja de estudiar para rendir el examen final que la habilitará a sumergirse en cualquier mar del planeta. O Bjorgen, un noruego que se “envició” y llegó a bucear cuatro veces por día durante una semana, hasta que le recomendaron bajar un poco los decibeles.

En el bar del hotel, me cruzo con un alborotado grupo de argentinos. Daniel Gutiérrez es instructor Padi (Asociación Profesional de Instructores de Buceo) y se dedica a viajar guiando a buzos aficionados por los destinos más exclusivos del planeta. “Sipadan tenía algo muy especial que debíamos descubrir. Es un lugar privilegiado, abundante de corales y paredes que se pierden en la profundidad”, describe mientras enumera algunas de las especies que pudieron ver. Tiburones de punta negra, tortugas “enormes”, caballitos de mar y “la majestuosa entrada de la Cueva de las Tortugas”. “Como premio a una paciente observación, descubrimos una increíble fauna macro. Y como broche de oro, tuvimos la experiencia incomparable de entrar en los cardúmenes compactos de barracudas amenazantes. Sipadan es, indudablemente, un lugar para volver.” Y Borneo es, definitivamente, un lugar para soñar

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